Cruz del Sur, por Pedro Roth

 

De izquierda a derecha: Pedro Roth, Federico Peralta Ramos, Pier Cantamesa, Julián Borobio


Como todos los colectivos de los que participé, lo que nos juntó fue el azar y la voluntad de hacer. Lo que yo dije en una conferencia de lo que sucedía en el Café La Paz, ahora cerrado o clausurado. Las mesas indicaban los temas de lo que se estaba hablando, y este grupo empezó a reunirse por las tardes en la Galería del Este. El tema era siempre el arte. Después de la tercera reunión, empezamos a pensar en un proyecto. Todos estábamos hermanados por el tema del arte. El secreto de la colaboración era que cada uno cedía una parte de su narcisismo al grupo. La recompensa siempre es grande en estos casos, ser interlocutor y tener interlocutores, entendernos y no tener que explicar, es suficiente recompensa. La satisfacción intelectual produce resultados parecidos al sexo como decía Castoriadis, ese barrio: La manzana loca tenía pasado y presente, por ahí deambulaban poetas: Borges, el Grupo Opiún, Mariani, Sergio Mullet, artistas como Marta Minujín, Romulo Macchio, Yuyo Noé, Jorge de la Vega. Cruzando la calle estaba el bar Moderno, la Galería Bonino, y a una cuadra el Lirolay, donde todos habíamos hechos nuestras primeras armas; en Florida estaba Carmén Bo, Vaguh, el Di Tella y su aura que se extendió durante mucho tiempo luego de ser clausurado y la Galería de Alvaro Castagnino, Arte Nuevo, donde había expuesto Federico Manuel Peralta Ramos, la disquería El Agujerito, donde llegaban las novedades desde USA de la música popular, el rock. En pocas palabras, todos los ingredientes de esa vida bohemia en la que participábamos. El nombre: Cruz del Sur surgió muchos años después de esas colaboraciones, y las muestras colectivas aún mucho más tarde. Nos visitábamos como una familia y nos protegíamos. 

Federico Peralta Ramos tenía ciertos restaurantes donde solo firmaba y comíamos todos gratis, el papá pagaba las cuentas a fin de mes. Un bar en Montevideo entre Mitre y Rivadavia donde presidía el espacio una foto de Federico en smoking, y el dueño tenía parkinson, cuando los guisos llegaban a la mesa ya estaban mezclados. Las Vegas, frente al estudio Cepra del padre de Federico, donde conocimos a Clorindo Testa, que fue contratado por el papá de Federico para hacer el Banco de Londres. Después aparecimos en un taller mecánico en la Calle Arenales, frente a la Plaza Vicente López, donde el dueño organizaba asados una vez por mes, y también comíamos gratis. El precio era escuchar al mecánico tocar en acordeón canciones francesas. Federico paraba en La Rambla, y a veces me invitaba a tomar café, él decía: Te invito a tomar un café al Alvear, porque había convencido al cafetero, que venía con los termos de café, de que eran socios y nos servía café gratis y la tertulia se armaba con Elías, el diariero del Alvear, que le prestaba plata a Federico y, a fin de mes cuando cobraba su sueldo como “albañil” del estudio del padre, Federico cancelaba religiosamente la cuenta con Elías con la siguiente frase: no me gusta pagarte, pero me gusta tener abierta la línea de crédito. El cafetero, que pagaba su abono para esta charla de élite con los cafés que nos servía gratis; Mario, el pianista del Alvear; el portero disfrazado de portero con su sombrero de copa y su capa gris con botones plateados, Federico y yo. En esos momentos, Federico estaba preocupado sobre su posición en el mundo y el portero le decía: Federico, vas primero, el Papa va tercero Y Federico preguntaba seriamente, ¿y quién va segundo? No hay segundo, decía el portero, para mostrar que adelante iba Federico en este mundo imaginario. 

En este contexto es donde organizábamos las muestras. Los lugares a donde nos invitaban, eran el margen del margen del margen. Restaurantes muy simples como la Piccola Góndola o la reinauguración de la librería Clásica y Moderna como café. Natu Pobled nos invitó para que fuéramos la muestra de inauguración de ese lugar y luego, con Jorge Schussheim como rematador, organizamos un remate a beneficio de no sé qué; y luego en el Palacio de las Aguas Corrientes, fuimos invitados especiales en una muestra de fin de año de alumnos de todos los talleres municipales; o en un lavadero que tenía la ex mujer de Berni: Sunula, donde le lavaban la ropa gratis a Pier Cantamesa, organizamos un evento: Limpiarte con todos los vecinos artistas de ese barrio sobre el que salió un artículo en el Diario Tiempo Argentino escrito por Ben Oldemburg . En la vereda de enfrente estaba el taller de Juan Andralis, el Archibrazo, un surrealista amigo de Bretón donde también luego hicimos una muestra donde estuvieron invitados -entre otros- León Ferrari y Norberto Gómez. También hicimos una muestra en el Centro Cultural Recoleta con los artistas internados en el Borda, que conocimos cuando fuimos a rescatar a Vicente Marota, artista del Grupo de los 13, amigo de Luis Fernando Benedit que fue internado por la familia durante un brote psicótico y luego olvidado por siete años. Todos lo creíamos muerto y Luisito, el hermano de Portillo que fue a hacer una representación de títeres, lo descubrió y lo para nosotros volvió a la vida. Todos los martes lo íbamos a visitar, pero ya era tarde, fue irrecuperable. Le hemos organizado dos muestras homenaje. Julián Borobio, que conocía a Alberto Rodriguez Saa en ese momento senador, consiguió una pensión graciable y lo pudimos internar en un geriátrico de PAMI con atención psiquiátrica, pero ya nunca pudo hacer más ninguna obra. Este tipos de actividades, nos ocupaba la vida, y era paralela a nuestras carreras individuales. A veces también exponíamos con Lotty Inchauspe, en lugares que ella conseguía (como por ejemplo, una galería que funcionaba en el restaurante Novecento en Las Cañitas) 

Pier Cantamessa era doctor en físico-matemáticas, el papá de Federico lo había contratado para que le diera clases a Federico que en ese momento estudiaba arquitectura en la UBA, lo contrató para que le dé clases de estabilidad, los dos seres más inestables del mundo juntados por este concepto. Luego Pier le dio clases a Barbara Durand, cuando tenía 12 años, y le dijo a Lotty que no se gastara en enseñarle más nada porque iba a terminar siendo modelo, y así fue. 

Éramos un grupo de desarrapados, daba la sensación de que el viento nos amontonaba, pero éramos como cualquier campo de juntos llevados por el viento. Irrompibles, sobrevivimos a los gobiernos dictatoriales. Borobio era abogado y todas las mañanas alguno de nosotros lo llamaba para saber si estaba vivo, o Federico lo invitaba a almorzar a la casa y luego me dijo “Me di el gusto de poner un marxista en la mesa” (Borobio era miembro de la Gremial de abogados que defendía a los desaparecidos, gremial que perdió más de 180 miembros, cuyos nombres están en una placa en la puerta de Tribunales). Luego, lentamente, los miembros fueron desertando, muriendo. Primero fue Federico, que tuvo un infarto en el programa de Tato Bores, ya en colores, y cuando estaba en terapia intensiva en el Cemic lo fuimos a visitar todos y nos echaron por armar un alboroto mayúsculo entre los agonizantes. Tres meses después, Federico muere, en el mismo mes que su madre y su padre, porque no pudo concebirse a sí mismo de otra manera que no fuese el ser hijo. Borobio murió de un infarto, y nadie de su familia se ocupó más de su memoria. Pier Cantamesa murió solo, en su departamento de la calle Bulnes y Perón y ahora su memoria la cuida una fundación que lleva su nombre. Lotty Inchauspe, tuvo un infarto masivo en un consultorio médico y yo quedé como el último guardián de la memoria.

Estas son solo unas notas al margen, del margen, del margen, como solía decía Berni: Un artista son tres interlocutores y dos livings. Lo de los interlocutores lo hemos cumplido, lo que nos falta son los livings ya que nosotros mismos no le dábamos valor monetario a nuestras obras y cuando pasaron cosas distintas con la obra de Federico, no era nuestro Federico, el Federico que rompía las reglas en el Guggenheim, en el huevo gigante del Di Tella que tuvo que romper para que salga por la puerta o cuando tuvo que serruchar una obra porque no entraba en la muestra que hizo en la galería Comte. O Pier que pedía precios exorbitantes por sus cuadros. O cuando Dimitri Mitro Paulus, quería estrenar su anti ópera y el Metropolitan Opera House de New York se negó diciendo que no era lo suficientemente original. 

Nadie de nosotros ostentaba estos galardones, todos lo tomábamos por supuesto. Como decía Pier Cantamesa, ser artista era inevitable, pero a la vez esta actitud nos hacía vivir muy pobremente y pasábamos inadvertidos, para nadie éramos apetecibles. Ningún coleccionista podía presumir de tener nuestras obras en el living.

Yo mismo me sorprendo que ahora, a la distancia y desde mi nuevo lugar. En este medio colectivo en el que milito ahora: Estrella del Oriente, donde de alguna manera encontré un espíritu parecido, donde seguimos sin darle un valor monetario a lo que hacemos y quizás, por esa razón, me siento tan en casa como en Cruz del Sur.



Pedro Roth


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