La larga lengua de Vargas Llosa, por Maria Negro
En una nota de Opinión
en el diario El País de España, Vargas Llosa elabora una teoría
por lo menos polémica. Con el corazón en las palabras, el premio
Nobel teme por la desaparición de la literatura en manos del nuevo
terror mundial: el feminismo.
Para el escritor, el
feminismo no solo es comparable con el nazismo sino que es el enemigo
acérrimo de la libertad que le provoca más temor que Trump y el
veneno ruso.
Si es posible pasar por
alto estos conceptos desde los cuales parte la crítica, y en busca
del hueso del problema, Vargas Llosa continúa su texto en defensa de
la poesía de Neruda, y ensaya un largo argumento en detrimento de
quienes se acercan a la literatura desde una mirada de género. Dice
que desde esta aproximación a la literatura, no hay obra occidental
que se libre de la incineración.
Bueno, un primer
detalle es que el escritor no ha leído a Murakami, o a algunos
orientales que no estarían teniendo el decoro de enarbolar una
literatura “feminista” sino, más bien, todo lo contrario.
Entonces, en ese
momento, el texto del escritor empieza a oler a flojo, a trampa, a
excusa. No es posible que se le esté escapando, luego de tomarse el
trabajo de comparar nuevamente al feminismo con la inquisición, que
la literatura occidental y oriental son expresiones de un tiempo
atravesado por el patriarcado, y que no escapamos a esta condición
ni hombres ni mujeres, ni la ciencia ficción ni el surrealismo.
Profundamente en nuestro inconciente seguimos pensando en masculino
al momento de razonar. Así nos ha educado el lenguaje materno. Y es
en ese pensamiento dominado por el masculino que elaboramos nuestras
fantasías, nuestras historias, nuestros cuestionamientos.
Así, muy a pesar de
Trump, de Putin, de la Iglesia y de Vargas Llosa, hemos comenzado a
replantearnos ideas y comportamientos “naturalizados” que de
naturales no tenían nada. Que son la construcción de un linaje de
sometimiento de una clase social, y de un género particular
atravesando incluso esas mismas clases sociales.
La novela “Lolita”
de Vladimir Nabokov (1955) sea tal vez la expresión más concreta de
la obra de arte que abre el debate. La historia de una nena
violentada sexualmente por su padrastro es una de las obras
literarias más importantes del siglo XX.
Vargas Llosa se hace
cruces (bien valga la comparación) pensando si habremos de quemar
hasta el último tomo de Lolita para librarnos de la fantasía de
violar mujeres pequeñas. Y hasta desliza la idea de que es a través
de la literatura, y de ninguna otra cosa, donde esos fantasmas de un
tiempo anterior a nuestra sociedad pueden ser exorcizados.
Para el escritor,
parece que escribimos homicidios para no cometerlos.
Es curioso, será cosa
del tamaño de la pantalla donde leo la nota, que a esa altura del
párrafo queda congelada la imagen de la verdad revelada del premio
Nobel y el aviso del diario sobre una noticia policial, un hombre
acaba de asesinar a sus hijos de 8 y 13 años en Madrid antes de
suicidarse.
¿Es que nos quedamos
cortos escribiendo literatura filicida? ¿Hubiésemos rescatado a
esos niños de la barbarie con un tallercito literario?
Ay, Vargas Llosa…
El escritor lleva más
de cincuenta años criticando al mundo desde la silla más a la
derecha que pueda encontrar en la sala. Desde ese pequeño espacio
del mundo real, habla su temor. En eso no hay engaño. Solo desde el
temor, que fomenta la ignorancia, puede compararse la persecución
del Estado alemán sobre su pueblo, los campos de exterminio, la mano
de obra esclava para la guerra, con el movimiento de mujeres más
grande que haya conocido la historia hasta ahora.
Aquí en Argentina,
hace pocos meses, acaba de editarse una novela maravillosa de
Gabriela Cabezón Cámara llamada “Las aventuras de la China Iron”.
La protagonista, la que cuenta sus aventuras, es la china que dejara
abandonada el Martín Fierro al partir al exilio. Esa es, señor
escritor, la literatura “feminista” a la que usted le teme. La
voz que nace de las mujeres no contadas. ¿Qué tiene para decir la
destripada por Jack? ¿Qué hay de la historia íntima de las
visitadoras de Pantaleón? ¿Qué ocurre en la literatura cuando las
que hablan son las heridas, las asesinadas en serie, las
prostituidas, las secuestradas, las asesinas, las perversas, las
madres, las hijas, las golpeadas, las que fueron a la guerra?
Considerando que la
inquisición fue una de las primeras instituciones femicidas, el
escritor parece temer una revancha física sobre su santa palabra. Y
corre a acusar al feminismo de enemigo, y hace bien. Los
revolucionarios de todos los géneros son sus enemigos, tal vez por
eso el escritor toma las riendas de su sotana y se embandera en la
defensa del santo grial inmaculado de la obra de arte.
El arte, para ser
considerado tal, debe ser completamente libre. Esa es su condición
de ser irremplazable. No es la persecución feminista la que impide
la publicación de tal o cual escrito, sino los valores impagables de
la impresión de un libro lo que aleja a una buena parte de la
sociedad de la posibilidad de escribir una obra y hacerla pública.
Nada de eso parece tener valor para Vargas Llosa. Ni la falta de
políticas públicas de apoyo al arte ni la importancia de
escuchar(nos) y replantear(nos) otras voces, otras miradas sobre un
mismo hecho. Lolita vuelve a quedarse muda y vulnerable frente a la
historia, mientras –por si fuera preciso aclararlo- ni una sola
nena ha dejado de ser violada porque la literatura haya contado en la
fantasía el relato de una vejación.
Bajo el manto de un
supuesto progresismo, el escritor ataca al movimiento de mujeres sin
ninguna inocencia. Utiliza los términos más vulgares y bajos para
definirnos. Se arrastra sobre el barro de una historia que deja en el
pasado a las putas consortes y complacientes para erigir un
desesperado grito que rompe todo romanticismo.
Igual, habría que
avisarle al escritor que llega bastante tarde.
Marito ha sido tenaz hasta para ahogarse en su propio pantano.
Maria Negro
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