EN EL SEXTO ARCANO, por Juan Carlos Capurro
(A propósito de mi película “Ángelus. Variaciones sobre un
sueño”)
I) La literatura, el cine y la televisión presentan, en
general, una visión negativa del amor. La versión más amable de esta tendencia
es la del amor imposible; la más dura y generalizada, aquella que se basa en la
traición y el engaño. En los teleteatros, los hijos son de otro: el padre
“oficial” no es el padre. La mujer es maltratada por su pareja. Los hijos son
abandonados a su suerte. Estos hechos son desarrollados también en la prensa,
oral y escrita, como parte “necesaria” de una realidad.
Todo esto es cierto, sucede, pero es una realidad
incompleta. También hay amor, solidaridad, entrega hacia los demás. La síntesis
es la unidad de lo diverso, no la cristalización de lo peor.
En la otra vereda de este mismo enfoque, está la “comedia
romántica”. Luego de varios enredos (“todo se opone entre nosotros”) triunfa el
amor. El éxito de esta propuesta es inversamente proporcional a su profundidad.
Estas historias nos alegran, porque sabemos que no son ciertas. Forman parte de
nuestro inconsciente adolescente. Estamos convencidos que nunca nos va a
suceder a nosotros.
Creo que fue un escaso director francés el que decía que el
final feliz de una película de amor, es el comienzo de otra película, que
termina en tragedia.
Esta visión negativa del amor es el derivado de una
concepción religiosa. El amor no está en la tierra, de la misma manera que allá
arriba estará el reino de los pobres, donde también esperan al justo las once
mil vírgenes, y la resurrección para los que han sido buenos.
II) “Es lo que hay”. Pero lo que hay es también lo que se
opone a lo que hay. De allí que la lucha por el amor es, hoy, una lucha
enteramente anticapitalista, como ayer lo fue, a su manera, el amor cortés. Si
yo amo en la tierra, construyo en la tierra.
III) En su admirable ensayo “El núcleo del cometa”, Benjamín
Peret [1], estudia todas las formas del amor en la historia moderna.
Revela el fracaso del “amor pasión” de Stendhal, que se
consume en su imposibilidad de lo absoluto. Desnuda el amor cortés medieval,
como el primer rechazo, limitado, a la imposición religiosa del desamor [2]. Al
establecer reglas de cortejo, el amor cortes permite elevar al ser humano por
encima del “deber”. Es el descubrimiento de la posibilidad de amar más allá de
los compromisos sociales y económicos.
La cultura protestante hace retroceder esos cautos avances
medievales. En la transición burguesa, la familia se constituye como unidad
productiva; en la primera fábrica, los niños trabajan, conducidos de la mano
por sus padres; en la mansión, todos se preparan, piadosamente, para acumular
capital. Es contra este orden que se rebelan luego los poetas del Romanticismo.
IV) Todos estos esquemas hoy están y no están vigentes. El
“mal menor” para los dueños del mundo es que el amor se revele como una
porquería imposible, o, complementariamente, como una tontería. Para eso
trabajan – lo sepan o no – sus escribientes.
Lejos de ser una preocupación pequeño-burguesa, el tema del
amor tiene cualidades revolucionarias. El solo hecho de luchar por él, eleva a
las personas a un plano que trasciende el número dos. Es lo contrario del
encierro utópico del dúo en la casita de campo, aislada del mundo.
La lucha por el encuentro entre dos seres humanos, con toda
su maravillosa complejidad, eleva la mirada, da fuerzas inagotables.
Si el amor es posible, todas las cualidades derivadas de él:
la solidaridad, la entrega desinteresada hacia los demás, se oponen,
objetivamente a un sistema que navega “en las aguas heladas del cálculo
egoísta”. Se opone también a la psicopatía del poder, expresión de cualquier
signo político, como enfermedad
personal.
V) La piedad, la caridad, la limosna, resultan formas
asordinadas del amor sublime.
El amor sublime es cortar las ramas bajas de la pasión
efímera, para que el árbol llegue a las alturas. Si esto es posible, todo es
posible.
La fuerza del amor potencia la capacidad de lucha del ser
humano. Al estar colocado en un plano superior sobre la tierra, su consciencia
se expande a lo social.
Por el contrario, si todo es barro, si solo triunfan las
formas rotas del engaño, de la doble vida (“Detrás de todo gran hombre hay una
gran mujer, y detrás de ésta, está la esposa”), de la golpiza y la opresión,
entonces, nada es posible; somos seres a la deriva.
En el zafarrancho del amor, nadie está capacitado para
elevarse. A un mundo sin amor corresponden seres humanos sin presente, ni
futuro.
Es así que el amor no es un problema individual, sujeto
pasivo del psicoanálisis para tareas de mantenimiento. Shakespeare lo dijo de manera
insuperable en su soneto 151: “¿Quién no sabe que la consciencia nació del
amor?”. Los que lo saben son, en primer lugar, todos los que se oponen a él,
para evitar a través de la opresión que esto implica, que transformemos al
mundo y cambiemos la vida.
VI) Los poetas del siglo XIX se rebelan contra la diosa
Razón de la Revolución Francesa, y el dictado religioso de la producción
familiar. Pero lo hacen desde la desesperación. Baudelaire lo coloca en el
plano del amor físico, que pugna por elevarse al encuentro espiritual. Sade, en
el ataque a la religión (“¡Franceses, todavía un esfuerzo!”); desde la
revelación, ad nauseaum, de las posibilidades físicas del sexo. Revela así que
lo físico, alejado de lo espiritual, no conduce sino al vacío. Novalis nos
devuelve al amor en su ingenuidad y pureza. Lautréamont, Jarry, Rimbaud señalan
– en cambio – que todo tiende, desde el amor, a explotar: ¡esto está acabado!
Fueron los surrealistas los que emprendieron la tarea de retomar, en el siglo
XX, en la época revolucionaria de las entreguerras, el carácter maravilloso del
amor.
VII) La visión que los artistas tienen de lo femenino, no
difiere – en lo sustancial – de la que se expresa como orden impuesto; por eso
tiende a adaptarse, de manera
inconsciente, a las fuerzas de la reacción contra el triunfo del amor.
Han sido los surrealistas los primeros, y hasta ahora, los
últimos, en colocar como parte de sus manifiestos, al amor y a lo femenino en
primer plano, atacando el orden establecido. Todos sus textos liminares elevan
a la mujer a lo más alto del género humano, saliendo al cruce, por primera vez
en la Historia, contra el patriarcado, como signo de opresión de clase. Por las
filas de su movimiento pasaron mujeres maravillosas, en su vida y en su obra:
Eileen Agar, Emmy Bridgwater, Leonora Carrington, Ithell Colquhoun, Nusch Eluard,
Léonor Fini, Valentine Hugo, Frida Kahlo, Rita Kernn –Larsen, Jaqueline Lamba,
Dora Maar, Lee Miller, Meret Oppenheim, Grace Pailthorpe, Valentine Penrose,
Alice Rahon, Edith Rimmington, Kay Sage, Dorothea Tanning, Marie Cêrminová
Toyen, Remedios Varo.
Benjamín Peret, poeta fundamental del surrealismo, considera
que existen dos arquetipos femeninos capaces de llegar hasta el amor sublime:
la hechicera y la mujer niña. La primera es aquella que desencadena la pasión,
pero no para exaltar la vida, sino para lanzarse hacia la catástrofe y conducir
a ella a su amante. Sólo es amor contenido – dice Peret – que aspira a
explotar. Está segura de su poder de atracción, pero siempre duda que su amante
responda plenamente a su amor. Vive inquieta, insatisfecha, angustiada; es la
imagen de la incapacidad para la felicidad, a la que, sin embargo, aspira.
Carga con todo el peso del mundo exterior, al que intuye, sin poder
enfrentarlo, porque se mueve en un complejo de derrota. La categoría de
hechicera/o queda así, despeñando con ella a su amante, en las puertas del
amor.
La mujer niña, el hombre niño, en cambio, suscitan el amor,
al que se abandonan por completo. No hay en ellos ninguna desconfianza. Son
portadores naturales del amor sublime, el que se les revela al encontrar su
amante complementario. Su amor tiene, aun sin saberlo plenamente, un valor de
rebelión, puesto que su felicidad acusa al presente, que niega todo derecho a
la existencia de un sentimiento despojado de especulaciones. En ese sentido,
este sentimiento tiene un carácter subversivo. Ese abandonarse en otra persona
por el mero deseo, sin ninguna exigencia, solo puede provenir de una
sublimación de sentido convergente entre los amantes. Ambas partes comprenden
la entrega, que logra ser mutua, haciendo posible la realización del encuentro.
A pesar de la belleza poética, y la profunda intuición psicológica que Peret transmite en este texto, no coincido en que
sea posible clasificar la variedad de las relaciones amorosas. En la medida en que estas admiten toda
posibilidad, -tanto en sus dificultades, como en la variedad de los relámpagos
de su belleza- nunca dejaran de sorprendernos. Oscuro objeto del deseo, el
amor es siempre un misterio, poblado de la misma singularidad, del mismo
carácter único de los seres humanos y de las relaciones que decidan crear, en
la intimidad de sus sueños. Es por esto que el amor se pronuncia, una vez que
adquiere su consciencia, contra toda
forma de determinismo, es decir, contra toda forma de opresión.
Juan Carlos Capurro
*Sobre el film “Ángelus.
Variaciones sobre un sueño”, estrenado el 27 de Noviembre de 2018, en el Museo
Nacional de Bellas Artes.
[1] Hay edición en castellano de Editorial Argonauta.
[2] Salvo el amor “divino”, poéticamente exaltado por
Raymond Lull.
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