De la muerte y la palabra, por Juan Carlos Capurro
¿Desde dónde es posible hablar con los muertos? Creo que desde lo que vivimos juntos. Es un
diálogo con lo que permanece. No son muertos. Un amor, un hijo, una amistad
profunda.
Los vacíos en vida, en cambio, incapaces de dar, de
ofrecerse, de luchar, parecen estar
vivos. Y al contrario, muchos de los que materialmente no están, nos acompañan
dulce y firmemente, a diferencia de los que insisten en declararse vivos,
estando vacíos. Vacío no es lo mismo que muerte, aunque superficialmente se le
parezca.
Víctor Hugo hablaba con su hija todos los días. Ver su
retrato en la casa de la Place des Vosges, permite imaginar la riqueza de ese
diálogo. Para rebajarlo, los vacíos de espíritu decían que él era espiritista.
Era espiritual, que no es lo mismo. Tenía con qué entablar un diálogo con lo que de vivo tiene lo vigente.
Era espiritual, que no es lo mismo. Tenía con qué entablar un diálogo con lo que de vivo tiene lo vigente.
Pensemos juntos un momento.
Cuando algo se apaga: un amor, una amistad, un ideal, sobreviene inevitablemente un duelo. Depende entonces de la fuerza interior que nos anime. Si lo que terminó está vivo -en lo que tuvo de valioso, de bello- no hay muerte: Hay transformación. Es en ese momento en el que, si hemos trabajado en el laboratorio de nuestra existencia, corta o larga, podemos comprender. Sobreviene la prueba. Lo que existió ¿resiste la vida?
Cuando algo se apaga: un amor, una amistad, un ideal, sobreviene inevitablemente un duelo. Depende entonces de la fuerza interior que nos anime. Si lo que terminó está vivo -en lo que tuvo de valioso, de bello- no hay muerte: Hay transformación. Es en ese momento en el que, si hemos trabajado en el laboratorio de nuestra existencia, corta o larga, podemos comprender. Sobreviene la prueba. Lo que existió ¿resiste la vida?
Si lo que existió fue efímero, está muerto. Sólo entonces
podemos hablar de muerte. Si lo que existió fue sólido, nos alumbró, nos dio
alas: entonces está vivo.
Queda allí, como en la sabiduría de los viejos egipcios,
preguntarse si la barca atravesará las aguas, o se hundirá sin remedio.
Las aguas hunden impiadosamente toda relación humana con los
vacíos en vida. Por eso la locura sobreviene: no puede soportar la realidad de
estar solos en un tramo donde se supuso reciprocidad. Una forma civilizada de
la locura es imaginar que seguimos acompañados por una sombra, repitiendo una
escena inexistente.
Cuando lo que se vivió fue recíproco; cuando la amistad, el amor, la paternidad, la
lucha fueron comunes, no hay muerte. Sigue en nosotros, como plenamente vivo,
el diálogo con lo que vive. Es decir, sigue viviendo la vida, que no es otra
cosa que lo que vamos haciendo, dejando,
mientras estamos.
Por eso Víctor Hugo hablaba todos los días con su hija, y
ella le contaba sus sueños, y él le narraba sus pequeñas historias, contra toda
adversidad, en la casa de la escalera mágica de la Place des Vosges.
Lo mismo hicieron los indios pampas, los húngaros que
emigraron, los emigrantes sin país, los judíos golpeados y subidos a los
trenes, los soldados inocentes del catorce y el cuarenta, los desaparecidos por los generales vacíos; y, también, lo hacen los que llevan su
carrito por las calles, por las tardes, por
las noches, empecinadamente, hablando, hablando, mientras sobrevuelan,
desde el poder, los buitres de la indiferencia.
Sólo se puede hablar con los vivos.
Juan Carlos Capurro
Hermoso lo tuyo,Capurro, Me emocionó fuerte. Gracias
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