El crimen del color, por María Negro
Cuando decimos que un suceso es extraordinario queremos
indicar que eso mismo no es lo que ocurre cotidianamente. Es decir, carece de
naturalidad. No por no tener un arraigo en la naturaleza, sino porque está
fuera de todo hecho por el que hemos perdido el asombro.
Por eso mismo, la nominación de Yalitza Aparicio a los
premios Oscar despertó el interés de todos los medios de comunicación. Mujer,
mexicana, docente, de raíz mixteca y triqui, es decir, hija de dos originarios,
Yalitza reúne todas las condiciones para que la mirada esté puesta sobre lo
extraordinario de toda su persona caminando por las pasarelas de los premios en
tiempos de muros.
Hermosa. Con un vestido celeste (buena elección) le fue
permitido compartir una noche con las estrellas. Las estrellas reales, las de
cuentas bancarias inimaginables y mansiones, nadie diría que mal ganadas, pero
así son las cosas. La docente de Oaxaca no tiene mansión. Tiene permiso para
estar de paseo, como el momento extraordinario de la noche, que otra noche en
otros años fuera un árabe, o un negro –tan hermoso Sidney Poitier- o el detalle colorido que está invitado a
pasar, pero de a uno, no sea cosa que se amontonen en la puerta.
Como todo hecho extraordinario de la historia, no deja de
tener su dialéctica, no puede evitarla. Por un lado es la invitación a un paseo
por la fama, pero por otro lado es un espacio conquistado, un lugar fuera de
toda la naturaleza de la historia de las mixtecas de México, o de las docentes
de Oaxaca. Los muros no son nuevos, son miles de actrices mexicanas las que
hubieron de merecer ese premio y todos los posibles, en este sistema donde el
premio es el reconocimiento, el respeto, la valoración.
Por este mismo hecho extraordinario que, ya vimos, puede y
debe leerse desde todos sus ángulos, la bella Yalitza posó con su rostro
“indio” y su cuerpo moreno para la fotografía que ilustra la tapa completa de
la revista Hola. Tal vez porque no es una revista de interés para los mixtecas,
la foto de Yalitza recorrió el mundo blanqueada como quien le hubiese puesto
dos manos de cal.
Así, canallescamente, el programita Photoshop aclaró su
cuerpo hasta convertirlo en tonos tolerantes, pastel moreno digerible entre
masita y masita, entre el juego de naipes y la peluquería.
Lo extraordinario no es soportado en su conjunto, la
criminalidad de su tono fue modificada con una total falta de respeto al ser
humano, a nuestra inmensa variación de tonos y rasgos, a nuestro genoma rico en
mestizajes y formas.
Mutilan, con toda impunidad, a la especie. Nos obligan a
imaginarnos normados, descoloridos, anoréxicos, mostrando el living de casa. Siniestros
impulsores de un racismo rancio, con gusto a muerto. A muertos que siguen
muriendo.
Los colores, matan. Cometen el crimen de pintar nuestro cuerpo
para hacer visible lo que estaba velado. Y solo ingresan en la paleta mundial
cuando deciden bombardear Siria. Esos negros, les gustan a todos.
Menos a los otros. A nosotros. A los desangelados de los
cromos benditos. Los que pintamos por más cal que nos tiren. Los que podemos
ser blancos, verdes, negros o amarillos, somos los otros. Los que no leen en el
living. Los que llegamos para romper todo lo blanco, fofo y perimido. Los que
sobrevivimos a los pinceles atrapadores. Y estamos acá. Vestidos de princesas para que empiece la verdadera fiesta.
María Negro
Excelente Maria Negro el fondo y la forma. Por primera vez me indigné en forma correcta. Siempre me desbarranco. Vos me enseñanste que se puede indignar con altura y elegancia, sin que la indiganción sea menos totalizadora. Gracias
ResponderEliminarQuerida Nelly, que gusto leerte! Muchas gracias. Sigamos pintando, querida. Sigamos pintando.
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