Los relatos de Goldini, por Ana Aldaburu
Goldini. Así lo llamamos.
¿Hablaste con Goldini? ¿Le preguntaste por la fiebre? ¿Le pediste la receta?
Siempre Claudio ahí, con esa voz calma, presente, atendiendo, poniendo reparos,
preguntando, registrando. Es el médico de los amigos. El consejo atinado, la
pausa, y en caso de una emergencia,
seguro, seguro va a estar ahí.
Tan tranquilo, tan
metódico parece, quién diría de los infiernos de su inquietante obra visual, de sus relatos….
Hace algunos años algo
había leído... quedé en suspenso… ¿esto escribe Claudio? Y hace cosa de unas
semanas, hablamos largo como siempre y
me envía sus relatos. Y encima me
reclama un comentario… Además aclara Claudio, quiere comentarios de mujeres. Bueno,
aquí van.
Hay mucha gente que
escribe, que “se” edita, y que te regala sus libros…y somos muchos los que
tenemos que recurrir a nuestra imaginación para mentir una devolución.
¿Y si me ocurría eso? La
sospecha me ponía loca, qué compromiso. Pero no. Dejé pasar casi una semana -me
había dado dos- y me preguntaba cómo iba a leer ciento cincuenta páginas,
encerrada, en pandemia, agobiada…. Pero…
Es la primera vez que leo
casi de corrido tantas páginas por el celular.
Así es. Empecé… y de un
tirón leí más de la mitad. Vértigo. Con esta escritura entrás en una especie de
cosa desaforada –como son desaforados los relatos- , de querer seguir, de no
parar. El texto se apura y te apura, te hace querer más y con una mezcla de curiosidad molesta, un
poco ahí de goce perverso con tanta teta, tanta crueldad, tanta pija, tanta
violencia…Eso sí, decidí que fuese una
lectura con consignas, con horarios: que no la iba a leer al acostarme, sino a
la siesta, un sábado de pandemia tipo
cinco de la tarde…. no quería irme con esa mezcla de ansiedad y de espanto. Qué
ajustadas, concisas, pulcras descripciones de los ambientes, de la gente; fraseo corto, jadeante, sin un adorno, frío,
con algo de catálogo y de identikit, lo
mismo la morgue, la casa de velatorios, la cara de la gente, que su ropa. Escaso,
directo, creador de un universo sofocante, frenético, amargo. ¡Qué mundo! ¡Qué mentes! La
cabeza del asesino serial (Crónicas…),
las víctimas: cuánta carne para ser tan descarnado. La madre (Don Per), las reflexiones de la familia
del muchacho raptado y… (Prueba de vida).
Otra forma de la aridez,
esos poemas en prosa (El viaje) con
el mismo clima que no concede nada. El libro deambula, con lo que quiero decir
que hay una circulación entre el delito y la irrupción de ¿debería decir
realidades metafísicas (El silbador)?
¿Quedar encerrado en una gema (Los
anteojos de Laderson) no es quedar atrapado
y condenado al placer de un voyeur?
Es una impresión muy
rara: como la gema, no hay forma de evadirse del lugar adonde la escritura de
Claudio te precipita; entro en otro espacio -entro en el espacio que ese lenguaje
arma- pero una vez ahí no me confundo, no me disipo; estoy condenada a ser testigo,
a ver un mundo de una fealdad que me fascina. ¿Cómo es esto de la literatura, no?,
una escritura que tiene la potencia de
someternos a una experiencia de lo des-almado.
¿Cómo leer? No lo sé. Esta
ávida lengua despojada demanda…es el suceder del horror, la imposibilidad de identificación, y después que pasan la voracidad y la compulsión
quedan esos personajes que te hacen cuestionar qué es lo humano.
Mundo impiadoso. Qué
desamparados ellos…y nosotros…
Goldini, mentinos un poco, por favor.
Ana Aldaburu
Crónicas de un asesino de Buenos Aires (Otros relatos)
Claudio Goldini
Editorial Imaginante
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