Un caleidoscopio artístico. Todos los rostros de Claude Cahun, por Aglaia Berlutti
La Gestapo destruyó la mayor parte de su trabajo y la
condenó a muerte. Claude Cahun, la fotógrafa surrealista que alteró las normas
de género y reescribió la noción de la mujer en el arte.
Con su mezcla de androginia, autorrepresentación, disfraz
totémico e incluso alegoría vivencial sobre los dolores existencialistas de
nuestra época, el trabajo de Claude Cahun (seudónimo de Lucy Schwob, Nantes,
1894–1954) resulta inclasificable. La fotógrafa no sólo cuestionó la forma cómo
la mujer se percibe en el arte, sino también la percepción de la identidad a
partir de la transformación del discurso estético. El resultado es una
combinación extravagante, sagaz y profundamente simbólica sobre la transición
de la memoria colectiva y la tradición sobre lo femenino hacia algo más duro de
asimilar. Con su estilo subversivo y audaz, Claude Cahun logró reescribir la
noción sobre la imagen de la mujer en el arte. Y lo hizo con una mirada
analítica que sin duda es su mayor logro.
Para Cahun el rostro humano es un elemento creativo, más que
cualquier otra cosa. Su trabajo está basado en autorretratos que indagan de
manera morbosa, nítida y brillante todo tipo de cuestionamientos sobre el
género, la soledad moderna, la comprensión de la identidad como una forma de
desarraigo, pero además de eso crean un paradigma sobre el concepto de la
autoimagen como forma de rebelión. La artista se retrata, pero también se
camufla — en ocasiones, se transforma — para plasmar su condición de mujer
como un descubrimiento de esencial importancia. No obstante, su visión
fotográfica no se basa sólo en la capacidad analítica de la fotografía para
definir espacios y desigualdades plásticas: el trabajo de Cahun es una
acertadísima mezcla entre la percepción de la metáfora cultural sobre el sexo y
el elemento binario del género hacia algo más duro de comprender.
Claro está, una combinación semejante hace que el trabajo de
Cahun sea una mudanza sensorial e intelectual entre lo determinado y lo
simbólico de la fotografía como símbolo: hay algo desordenado e irracional en
sus fotografías, que coincide de lleno con esa noción del culto a la
personalidad que supone una época obsesionada con el autodescubrimiento como la
que le tocó vivir y crear. A finales de los años veinte, Claude Cahun se
encontró sumergida en un tremedal de ideas renovadoras del arte y de lo
esencial de la creación estética. Como fotógrafa, Cahun encontró en la imagen
un refugio esencial a la noción de la creación como lenguaje esencial. Sin
embargo, no se trataba de un percepción dúctil ni tampoco sencilla: un
autorretrato fechado en el año 1928 la muestra en plenitud andrógina y
provocativa, enfundada en una malla negra, con un ojo abierto, el otro cerrado
pintado de negro, el cráneo rasurado y los angulosos rasgos de su rostro destacados
por el juego de luces y sombras, Cahun tiene el aspecto de un ángel terrible.
Convertida en su propia pieza de arte, la imagen la muestra como una
aseveración artística más que cualquier otra cosa, lo que transforma al
autorretrato ya no en un reflejo de las pulsiones y nociones de la artista,
sino en algo más elaborado y contrahecho. Cahun crea no sólo una percepción de
la imagen como sujeto artístico — aunque lo reafirma de manera tácita —, sino
también como un hecho contestatario. Entre ambas cosas, la obra de la fotógrafa
sostiene una percepción durísima sobre la individualidad, el miedo a la
transgresión y lo que habita más allá de la compresión sobre quienes somos.
Ingobernable, un monstruo surgido de su propia percepción de un doloroso
absurdo existencialista, la obra de Claude Cahun se manifiesta como una vuelta
de tuerca a lo conocido y propuesto hasta ese momento como elemento esencial de
la imagen artística. Todo envuelto en el extraño matiz de una figura sin sexo y
sin edad. Una reivindicación misteriosa al arte como rebelión.
Hija del editor y novelista francés Maurice Schwob y
Marie-Antoinette Courbe Baisse, la fotógrafa se crió en un ambiente complejo de
relaciones familiares trastocadas por una rarísima rivalidad que convirtió el
hogar paterno en centro de enfrentamientos e relaciones emocionales muy
cercanas al incesto. La misma Cahun terminó sosteniendo una relación lésbica
con su hermanastra que perduró buena parte de su vida. Heredera directa del
carácter extravagante de su tío, el simbolista Marcel Schwob, Cahun aprendió
bien pronto que el arte era una forma de liberación total de cualquier límite
cultural y moral. Sus primeras fotografías (que realizó a la temprana edad de
quince años) tenían una evidente intención transgresora: primeros planos
sugerentes de partes del cuerpo de aspecto confuso, que bien podrían ser
cuerpos desnudos o simples juegos de luces inofensivos. Pero la confusión entre
ambas cosas — y sobre todo, la percepción de la provocación como medio
creativo — dota a esas primeras imágenes sin mayor técnica intención de una
perturbadora fuerza. Cahun ya comenzaba a transitar el camino hacia la noción
del arte escudo y alegórico que le acompañaría toda la vida.
No obstante, Claude Cahun es mucho más que su necesidad de
romper límites para crear otros a partir de sus preguntas existenciales. La
fotógrafa dedicó buena parte de su vida a profundizar en el lenguaje metafórico
del misticismo, la plenitud caótica, la androginia y la fantasía como expresión
formal de su militante percepción de la libertad. Pero más allá de eso, también
hay mucho de un retorcido sentido del humor, de la parodia de la época y sobre
todo, la presunción de la destrucción de la individualidad en busca de algo más
profundo. Sus autorretratos — esa extraña colección de personajes y creaciones
a los que Cahun brinda una vibrante personalidad — van más lejos que la
rebeldía. Una audacia que permitió a Cahun construir un verdadero performance
artístico alrededor del género. Política y poética, la obra de la fotógrafa no
se atiene a interpretaciones sencillas y mucho menos, a los límites de una
única manera de definirla. Entre sus retratos, fotografías aparentemente
espontáneas, fotomontajes e imágenes incoherentes, la obra de Cahun avanza
hacia cierto tipo de análisis sobre el bien y el mal que asume su poder
constructivo a través de la neutralidad. Tal pareciera que Cahun está
convencida de la necesidad de no pertenecer a ninguna parte, de atravesar la
concepción de lo artístico como paisaje imposible entre lo visible y lo
invisible.
La esencia en penumbras y otros misterios sobre Claude Cahun
En muchos de los trabajos de la fotógrafa es evidente su
conocimiento sobre el dadaísmo, aunque su enfoque sea por completo surrealista.
Sus bodegones de aire irreal y sus autorretratos teatralizados tienen una
apariencia profundamente desconcertante, que sin embargo, parecen sugerir la
intención de la artista por encontrar un plano de existencia artístico único.
Lo más sorprendente es que el arte de Claude Cahun evoluciona: de la simple
subversión visual, la artista avanza en un trayecto complejo de composiciones
metonímicas de objetos que parecen simbolizar su yo múltiple y lo que resulta
más desconcertante, las infinitas variaciones de la dimensión personal de Cahun
como objeto artístico. Sus imágenes tienen algo de sexual, pero no
erótico — son secas, distantes, violentas — pero aún así, resultan evocaciones
de un tipo de ruda lujuria que atrae por su naturaleza vibrante.
Por supuesto, esa rareza esencial convirtió a Claude Cahun
en un ídolo misterioso. Eso, a pesar que la mayor parte de su obra y propuesta
se mantuvo oculta y olvidada por más de tres décadas. Hasta 1995 se supo muy
poco sobre su arte y propuesta: una colección de casi 400 imágenes que abarcan
esa percepción extravagante y aguda sobre la belleza, el género y el deseo que
transforma su trabajo en una especulación teórica antes que cualquier otra
cosa. Tal vez el férreo anonimato tuvo relación con su detención por la Gestapo
durante la Segunda Guerra Mundial: la polícia política del régimen nazi requisó
y destruyó la mayor parte del trabajo tras la detención de Cahun por firmar
panfletos contrapropagandísticos y de
resistencia como Le Soldat sans nom. Confinada en una prisión militar, Cahun
intentó suicidarse pero no lo logró y según escribió después, jamás lograría
recuperarse del todo de esa «derrota moral» de la vida sobre su intención de la
muerte. Luego de la liberación de París su pena fue conmutada pero nunca volvió
a trabajar con tanta libertad, tampoco con la penetración psicológica con la
que lo había hecho antes.
Las imágenes de Claude Cahun siguen asombrando incluso hoy:
con su discurso de género y la superposición de ideas disímiles crea un
lenguaje fuerte y estructurado que soporta la metamorfosis que la propuesta de
Cahun sufre a medida que evoluciona. En la actualidad el rostro andrógino, duro
y en ocasiones inquietante de Cahun continúa desconcertando pero sobre todo,
define nuevos límites para la perpetua creación de la identidad artística.
Enajenada del reino de lo físico y convertida en pura idea, Claude Cahun logró
encontrar una manera de exorcizar la angustia, el tedio y la tradición a través
de una obra de múltiples interpretaciones. Sus fotografías abrieron una brecha
en la historia de la estandarización de la representación visual de la mujer y
en la inversión de las normas del género, cuyo valor conceptual aún perdura.
Extraído de https://mundoperformance.net/
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