Sobre el gusto literario, por Leonel Livchits
Para la crítica no había dudas: era una de las apuestas más
audaces de la narrativa contemporánea, un clásico de la nueva literatura en
cualquier lengua, una obra que a pesar de la juventud de su autor gozaba ya de
un público internacional, una nueva y espléndida manifestación del alto grado
de madurez a la que había llegado la narrativa latinoamericana.
Pero el libro era una bazofia. Claro que este tipo de
juicios abren la puerta a –y tal vez excedan- una teoría de la literatura. Nos
remitimos a ese fin a un diálogo olvidado entre dos personajes de Oscar Wilde
preocupados por la estética:
CYRIL (frente a una biblioteca vacía e una casa de campo de
Nottinghamshire): Mi querido Vivian, juzgar a un libro es inútil porque la literatura
sólo existe en el recuerdo. Un libro abierto en una habitación vacía es como
una biblioteca repleta en un mundo habitado por artrópodos. Imaginemos, a los
fines de la experimentación, un grupo compuesto por diez personas en el que la
mitad son lectores de Henry James y la otra mitad versados en mitología
irlandesa. No seamos provincianos y ubiquémoslos en distintas ciudades del
mundo: Shangai, Londres, Río de Janeiro, Nueva Delhi, Mar del Plata. Cuando los
cinco lectores de Henry James estén dormidos o inconscientes (lo que a primera vista puede resultar
difícil porque se encuentran en distintos husos horarios, pero no tanto si se
toman en cuenta los distintos hábitos de las personas, la existencia de la
siesta, la vida nocturna, el insomnio y los desmayos) entonces es como si Henry
James no existiera.
Por eso digo que no hay libros sino el recuerdo de haberlos
leído o escuchado. La literatura es como una red de cuerpos con recuerdos en
común filtrados por la experiencia. En este sentido se parece a una
congregación religiosa o a un conjunto de reclusos que comparten ilusiones y
deseos. Cuando se critica a un libro no se juzga entonces la forma, el estilo,
el tema ni los procedimientos sino que se delimita un grupo de personas a las
que se desprecia por recordar, comentar, intercambiar y fomentar la producción
de desperdicios, de la misma forma en que un ecologista se opone al entierro de
deshechos nucleares o un cartonero a la proliferación del plástico.
VIVIAN: Espero que su teoría sobre la fragilidad de la
literatura contemple la posibilidad de que se produzca un cambio en el gusto de
una misma persona.
CYRIL: Yo no hablaría de cambio sino de adaptación a las circunstancias.
Si alguien tiene frio, busca el calor. Y si a alguien le gusta caminar
descalzo, pero al andar siente que el piso está muy caliente o se encuentra con
pedacitos de vidrio, es de esperar que se compre un par de ojotas o de
zapatillas.
Del libro Toronto No, Leonel Livchits
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