La aldea que no cesa, Carlos Cantini

 



Cuando la epidemia de fiebre amarilla cambió la estructura social y urbana, la gente también iba y venía. Como ahora. Y siempre. Desde los diaguitas hasta hoy. Con cuerpo o mente. En Buenos Aires se yira día y noche buscando certezas. Ciudad que sufrió severas transformaciones en nombre del progreso. La avenida más ancha, diagonales, trazas ferroviarias, autopistas urbanas. Se entubaron arroyos. Hubo cementerios convertidos en parques y espacios de recreo reconvertidos en camposantos. Una perseverante pérdida de la orientación. Las distintas crisis económicas se llevaron puestos incluso refugios populares. La calle Necochea. También Lavalle. Corrientes nunca más fue la misma. Casi que tampoco Florida. Y seguimos yirando como salidos de una obra de Antonio Seguí. Vamos en busca de nuevos asilos donde relajar de una vida compleja. Porque, aunque hoy vivamos en una mega urbe de cemento, mantenemos costumbres y padecimientos de sobrevida en el desierto donde se fundó la aldea inicial. Un terreno sin madera para construir. Tampoco piedras. Carente de árboles protectores. O pasturas blandas para fauna que sirviera de alimentación. Desde entonces que todos vamos y venimos. Tras un amparo. Es genético. Caminamos como Borges, una ciudad sin historia previa ni linaje donde recostarse. Hecha por talentosos buscas. Los primeros, su descendencia, los inmigrantes europeos, los llegados del interior y de países limítrofes. Todos yendo y viniendo. Como en este día de 2021. Porque sabemos, desde Garay hasta acá, que Buenos Aires era nada. Buenos Aires es una decisión.

Carlos Cantini

Ilustra: Lucio Cantini @cantinilucio (sobre ph de Coppola)

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