Inti Raymi, la celebración de la quietud, por María Negro
Durante dos días seguidos, el sol y la luna se encontrarán en su máximo nivel de oscuridad. Esto que conocemos como el comienzo del solsticio de invierno es también el tiempo de agradecimiento incaico a la tierra, a la bendición de la cosecha.
Inti Raymi, fiesta del sol en quechua, es el año nuevo inca,
una fiesta que ha llegado a su año 5.525 gozando de salud a pesar de los
tropiezos históricos tales como persecuciones, acusaciones de hechicería y esos
largos etcéteras con los cuales los europeos fueron intentando acabar con las
culturas originarias del continente.
Cada invasor debe arrasar con la cultura anterior como una
premisa para lograr instaurar la propia. El idioma, las costumbres, las
fiestas; todo acabará en el cajón del paganismo.
Hace más de seis siglos el inca Pachacútec instituyó la
fiesta al niño dios sol, en el período final de la cosecha. Una fiesta de
agradecimiento y color por la bendición del trabajo realizado. El ser humano ha
dedicado sus alabanzas a los astros desde tiempos ancestrales, colocando en
ellos la capacidad y la responsabilidad sobre las acciones cotidianas.
La cosecha en la montaña, en las tierras áridas del norte
del continente sudamericano, en tiempos anteriores al desarrollo pleno de las
fuerzas productivas era, sin dudas, un ejercicio heroico de supervivencia. El
sol, el niño dios sol, es aclamado en todas las culturas como el gran dador de
vida, el productor de las posibilidades de alimento alguno.
Tanto el sol como el agua son elementos indispensables para
la vida. Las culturas todas aprehendieron empíricamente esta condición de
indispensables y les otorgaron a los astros y a los mares condiciones mágicas.
Bueno, pues las tienen.
La magia es el momento inexacto donde aquello que no somos
capaces de comprender nos deslumbra. No hablamos de místicas, ni de patafísica
alguna. La magia es la sorpresa del descubrimiento velado, pero descubrimiento
al fin.
Así los incas se abrazaron a la magia del sol, dando por
finalizado un ciclo con su alejamiento. Pero, cómo garantizar que este dios,
niño encima y caprichoso como tal, regrese? Cómo garantizar que no nos abandone
en el frío del invierno a merced de los otros animales?
Imagino a los pobres incas y su desesperación sin ayuda del
servicio meteorológico, sin Google recordándoles que el invierno es solo una
temporada, que luego la primavera haría lo suyo cuando Perséfone regrese a la
tierra y esta la reciba cubierta de flores.
Porque tampoco conocían la leyenda de Perséfone. Allí estaban,
miedo y humedad de cueva, mirando el cielo.
Esperando.
En esa espera, inteligentemente, hicieron de la angustia su
propia fiesta. Regaron la tierra de colores y sonidos, un aviso al dios lejano
de que aquí seguimos aguardando su regreso. Un vínculo de amor con el astro que
ni se inquieta, pero a quien le importa su inquietud si luego nos regalará la
primavera.
Solsticio, en latín sol sistere, quiere decir “quedarse
quieto”. Quieto el sol en su punto más alto, suspendido en el espacio tiempo.
Quieto el animal que no desperdicia calor ni energía. Una concentración interna
de silencios y meditación sin que nada este quieto, ni el sol, ni nuestros
pensamientos.
El invierno es, para los incas y para todos los seres vivos,
el tiempo de la espera. De la semilla que se concentra en su savia aguardando.
Ya hemos hecho todo lo posible por alimentarnos hasta que el sol regrese.
La noche más larga nos aguarda.
Vamos vestidos de fiesta hacia ella.
Feliz año nuevo.
María Negro
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