La cena blanca de América Latina, por Juan Carlos Capurro
Esta película es una sorpresa. El tema se presenta, de por
sí, árido. Y en tiempos en que ya se ha dicho tanto, uno no espera algo
diferente. Espera algo de calidad, si, porque conoce de antemano a sus autores.
Y ya con esa calidad que los antecede, el film nos colmaría.
Pero ocurre algo inesperado. Los autores hicieron lo que
nadie imaginaba: decidieron no hablar, ni opinar, ni juzgar. Hubiesen estado en
todo su derecho de hacerlo. Y hubiesen dicho cosas valiosas.
En cambio, mediante un arte imposible de percibir -tal es la
sutileza del trabajo- fueron al lugar de los hechos y generaron, en un acto
poético, una confianza pura y verdadera, que hizo que todos dijesen lo que
pensaban.
Y entonces el pueblo contó su historia. Al contarla,
expresan el drama de Romina Tejerina con una potencia superior al propio drama
individual. La del país en el que vivimos, creyendo que vivimos en otro. Un
país que sólo existe, a veces, en nuestra imaginación. Creyendo que somos un
país laico, cosmopolita, pleno de pensadores, de Borges, de Marechales, de Bioys
y de universitarios agudos que asombran en La Sorbonne. Que tiene
el primer (y hoy ya el último) subterráneo de América latina, que inventó la
birome y perfecciono el By pass. Un país
donde lo demás no existe.
El film nos recuerda que, parafraseando al padre de
Verbitsky, San Pedro también es América. Que el cura, la que pela los pollos,
las chicas que llevan el bebé al baile, los que se ríen como idiotas cuando
hablan del amor, son nuestros conciudadanos. Y es con y sin ellos que estamos
debatiendo el país que querríamos que fuese.
Con una habilidad de obra maestra (si, de obra maestra, y el
tiempo confirmara esta afirmación) quienes hicieron el film, han sabido dejar
hablar a la realidad, sin inscribirse, afortunadamente, en el remanido "
realismo".
Esa tremenda realidad, tan lograda, es la que hace, por sí
misma, más destacado aún el triunfo que significa haber instalado la bandera de
este caso doloroso. Demostrar que ninguna mujer, NINGUNA, quiere abortar, ni
psicotizarse para matar, luego de una
violación impune. Que pedir por el derecho al aborto significa luchar para que
no ocurra esta barbarie en donde se mata o se muere porque un sector oscuro y
viscoso, que vive en la
Edad Media , pretende que seamos nadies; nadies, si, objetos
dolidos y a repetición, lo que también incluye a los ejecutores, integrantes de
su propia trampa miserable; a los jueces, fiscales, e intendentes dormidos en
la piedra de sus corazones de también nadies, arrumbados en el rincón geográfico de su adormidera ficticia,
Todo esto, que indigna, que subleva, no lo digo yo; lo dice,
suave, dulcemente, con la fuerza de lo que ya está cambiando, porque ha sido
bellamente filmado y para siempre, la extraordinaria obra que recomiendo ir a
ver, para verse.
Juan Carlos Capurro
"La cena blanca de Romina"
Dirección: Francisco Rizzi y Hernán Martín
Guión: Olga Viglieca
Desde el 15 de junio
Funciones 13.20 y 20.20 hs
Cine Gaumont
Av Rivadavia 1635
Excelente crítica. Gracias me has emocionado. Imposible dejar de ver esta película
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