Las Otras, por María Negro


En estos momentos, mientras escribo, una mujer es asesinada en alguna parte de Argentina. Da lo mismo el momento en que usted lea esta nota, seguramente estarán en ese instante asesinando a otra mujer, en otro lado o en el mismo. La edad de ellas va desde los meses de vida hasta cualquier edad. Serán violadas, en el mayor porcentaje de los casos. Saliendo de sus casas, entrando en ellas, yendo a trabajar, volviendo de bailar, a punto de tomar un taxi, buscando la parada de un colectivo, volviendo de comprar ropa, yendo hacia el kiosco; en cualquiera de estas situaciones ahora mismo una mujer es vejada. Por un marido, por un ex marido, por un novio, por un ex novio, por un padre, por un tío, por un abuelo, por un vecino, por un extraño.
No se trata de una situación descontrolada.
Es el producto sano de un régimen que se sostiene fuerte en la explotación de la mujer. Sexual, laboral, física, la explotación sobre nuestras vidas es una de las bases que sostiene un sistema putrefacto que lleva hacia el extremo esta expresión. 
Una mujer es asesinada cada 18 horas, y esa estadística avanza firme y fuerte. Crece con sumo espanto en los barrios. Las mujeres desaparecen, se desvanecen sus seres durante días o semanas hasta que la tierra escupe un cuerpo o no. Algunas se añejan en los carteles que reclaman por sus vidas en las marchas. 
Las madres, las familias, transitan el lento calvario del desprecio hacia la denuncia por desaparición de persona en el país de los desaparecidos. El calvario de la denuncia por violencia de género en el país de los fans de Barreda. Una vez que todo el mecanismo de denuncia logra activarse, se muestra inútil. Las chicas no aparecen si las familias no se organizan, si no salen a la calle a reclamar por las búsquedas. Nadie sabe nada. La policía no sabe nada. La fiscalía no sabe nada. Los juzgados no saben nada.

En este país las mujeres desaparecen, se desvanecen bajo la completa responsabilidad de los que no saben nada.

Es en esta situación, es en este pedacito chiquito de la historia universal donde un sector del periodismo pone la lupa en la vida íntima de la víctima. La cuestiona, coloca desaparecidas de primera y de segunda calidad. Asesinadas de primera y segunda calidad. Jóvenes de vida reprochable parecen merecer el castigo del femicidio. O habérselo buscado. 
Se asume que aquella víctima consumidora de estupefacientes encontró lo que esperaba. Una muerte violenta. Deja de ser entonces la víctima de un aparato dispuesto a explotar a la mujer. Deja de ser digna de los recursos, pocos e ineficientes, dispuestos a buscarlas, a hacer justicia por ellas. 
Un juicio de valor execrable que solo se explica como parte de un mecanismo de impunidad sobre los verdaderos responsables.
Los campeones del botón antipánico separan a las muertas entre putitas y chicas con futuro, drogadictas o jóvenes talentosas. Cuestionan la vida privada de cada chica asesinada para esconder el huevo grande del tordo, ese que pega un grito en un lado para esconder en otro. 
Están allí para esconder a los que siguen pariendo asesinos y violadores. 
Cómplices cobardes escondidos en la profesión de periodistas.

En esta situación, en este pedacito chiquito de la historia universal donde nada me salva de ser la próxima víctima.


Comentarios

  1. Excelente!! me ha emocionado. El pecho me explota de angustia y dolor por los tiempos que vivimos y que, desgraciadamente, no creo que cambie pronto. Lo único que me alivia es ver como cada día el pueblo reacciona con mayor espiritu de lucha. Venceremos!

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