Un cielo azul como una manzana. Por Juan Carlos Capurro


Cuando las cosas ocurren en silencio suelen ser mas bellas.

La semana pasada fuimos invitados a participar de una proyección de La Ballena va llena en el barrio de Bastille. Sesenta personas, convocadas en pocas horas por un grupo de queridos amigos, desbordaron la hermosa sala del Diablito Latino, lugar de culto, situado a metros del Bataclán. 
Las palabras de Philippe Tacelin, luego de la proyección, fueron abrumadoras: "Esto se había perdido en Francia". En una apretada síntesis, dijo que el film no solo era extraordinario, sino que lo tomó como obra propia del país, espíritu del mayo francés y la actual lucha contra la reacción xenófoba. 
La relacionó con el  soplo de sublevación necesario en tiempos tan contradictorios. Fue mas allá: resolvió convocar, desde su cátedra en La Sorbonne, donde es profesor emérito de filosofía, a una masiva difusión entre el estudiantado, ofreciendo la mítica sala de cine La Clef, al lado de Paris III, para exhibirla. 
El cineasta Alberto Marquardt, también presente, defendió públicamente  nuestra obra, considerándola "luminosa". El bar de Hipólito Irigoyen y Saenz Peña se podía ver, a la salida, desde la mesa del Café des Phares al que fuimos.

Horas después, cuando salía el sol en el Boulevard Saint Germain, Daniel Santoro me avisa telefónicamente que nuestra nueva obra, la instalación El Arbol Nexor, ha sido seleccionada para la Bienal Sur. 
El museo de Plaza España en Rosario - agrega- nos concede más de cincuenta metros cuadrados para presentar nuestro proyecto, continuidad  de La Ballena va llena. 
Será en septiembre. 
Tenemos que ponernos a trabajar, me dice, mientras en una mesita, acodada a metros de la iglesia, un grupo de jóvenes reparte volantes llamando a votar a Melenchon.

A la tarde de ese mismo día, acompañado por la cineasta Silvina Stirnemann, y el fotógrafo Carlos Schmerkin, fuimos a filmar a Barbizon escenas de mi próxima obra, El amor Sublime, que será exhibida en octubre en el Doc Buenos Aires. 
Llegamos y  el encargado del museo Millet  nos recibe como si nos conociese de toda la vida. Le explico lo que pienso del Ángelus. Es un reflejo del amor mas puro. En medio de ese hombre y esa mujer, le digo, señalando la reproducción del cuadro, está el Deseo. 
El hombre se toma unos segundos para contestar y  dice: "De ninguna manera. Los personajes del cuadro no tienen ninguna importancia: Millet  solo busca reflejar de manera profunda la relación entre el Cielo y la Tierra".

Ahora, en Buenos Aires, estoy mirando por la ventana de mi estudio. Veo luces de lucha, potentes;  y también  viejos veladores sin energía, que tosen para disimular que no iluminan. Las dos imágenes se enfrentan, como si fuesen parte del lejano horizonte del cuadro de Millet. 
En ese exacto momento, comienzo a ver como el cielo se vuelve totalmente azul y toma la forma de una manzana. 


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