Sirena, por Irene Gruss

Ahora que todavía puedes, canta tu delirio; después, sirena encantada por marinos atados a un poste, después, sirena de voz dulce y corazón tenebroso, incapaz de sostener no la nota sino la cordura –elige el mar, no el barco–, después, elegir será más tarde que inútil: tu canto, sirena, te desviará a ti misma, te perderás ahí en cubierta, en la orilla o allá, en tu casa. Aprovecha la garganta, ahora que no tienes pies en la tierra, marea y ensordece el oído del humano hasta que se canse, hasta que te canses, y el estruendo sea como el de un barco que encalla en el ojo de la tormenta, no en el sonido cabal de la tormenta. O canta esa suave y triste canción que te sabes de memoria, hasta que el agua misma se confunda, o aquella que habla de cosas alegres, cosas que duran, cosas reales, imaginarias, y tu voz suene tan real o imaginaria que consterne. Hazlo ahora, sirena, ahora que la prudencia, como la noche, llama...