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Mostrando entradas de 2023

El aire que viene del horno, por Juan Carlos Capurro

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  El trabajo colectivo es una tradición histórica del teatro argentino. Fueron los elencos independientes los que permitieron el avance de una actividad que, hasta ese entonces, se caracterizaba por la rigidez conservadora de su propuesta. En esa línea histórica se acaba de estrenar "El horno está para bollos", del colectivo teatral Morena Cantero Jr., que cumple ahora veintiocho años de actividad. Lo interesante de esta puesta es que el elenco mantiene su acuerdo en sólo dos puntos: que el director de la obra sea el muy talentoso Iván Moschner y que cada actor parece desarrollar su aporte, cómo se le da la gana, y por aprobación colectiva, el texto fluye como de su propia intervención. Nace, así, un delicioso merengue escénico donde, en menos de una hora, el colectivo no deja títere con cabeza. En primer lugar, el títere de la hipocresía y la estupidez de los lugares comunes; aún en el ámbito de los que se autoproclaman transgresores. Léase en el terreno de la sexualidad, la

Poemas botánicos, por Ana Aldaburu

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Todos tiramos ramitas nuevas al vacío. Busco cobijo en el aire. Temblor, encuentro, vigilia. Yo soy mi hiedra. Ramitas incandescentes que el sol no quema vibran, se recortan, tiemblan para vivir. * Cuidar el jardín Alguna vez aprendí a aplastar caracoles. Cáscara ruidosa triturada, moco pegajoso. Es difícil tomar distancia. * Se trata  de encontrar  una forma  que te dé alivio. Una emoción muy leve  que te repare. Corteza y nudos de árbol sufrido. Verdes ramitas que crecen a su pesar. Demanda de la vida, signo sin nombre. * Fantasma inquilino que no deshabita nunca. ¿Se puede nombrar el acecho/la sospecha? El rojo del clorodendro sugiere plenitud fugaz. El abanico verde no alcanza. Siempre vuelve                            la gelatina opaca. Condenados los ojos a un mirar esquivo. Ana Aldaburu - Poemas botánicos y otros  

12 consejos para escribir cuentos, por Roberto Bolaño

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  Como ya tengo cuarentaicinco años, voy a dar algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos: 1. Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte. 2. Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince. 3. Cuidad la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes. 4. Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral. 5. Lo repito una vez más por si no ha quedado clar a Cela y a Umbral, ni en pintura. 6. Un cu

Canciones queridas, Tata Cedrón

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  Tata Cedrón y Daniel Frascoli nos esperan con un repertorio de Canciones queridas, el viernes 4 de agosto 20.30 horas, en Hasta Trilce (Maza 177 - Caba) Entradas por Alternativa Teatral

Pedro Roth, premio nacional a la trayectoria artística

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  Estrella del Oriente saluda a su compañero y amigo, en el día del reconocimiento oficial a su trayectoria. Para nosotros, el Gran Cronopio ya tuvo todos los honores: el de ser amigo solidario en la dificultad; el de comprender el mundo en su complejidad miserable y maravillosa, todo a la vez; el de saber soportar la indiferencia de los necios y los oportunistas. En todas esas batallas ha vencido. Que el Estado lo reconozca no nos sorprende. Quizás deba reflexionar el Estado sobre el sopor que le impidió verlo mucho antes. Para los verdaderos artistas, Pedro siempre fue un Gran Artista. Negro. Aldaburu. Santoro. Capurro

M, por Luna Malfatti

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Febrero, 2029. Tiraste a la basura un peluche de tortuga. Diciembre, 2028.  M. no volvió a contestar tus llamadas y mensajes. Tampoco te abrió la puerta cuando fuiste a visitarla. Te empezó a molestar la mancha borrosa en tu muñeca. Noviembre, 2028. M. publicó en sus redes que estaba embarazada. Te bloqueó cuando le mandaste un mensaje de felicitaciones.  Terminaste la carrera de diseño gráfico. Tus papás te pusieron en contacto con amigos y conocidos, por lo que no tardaste en conseguir un trabajo. Septiembre, 2028. M. te recomendó un departamento no muy lejos de tu universidad. Aceptaste un trabajo como mesera para pagar el alquiler. No aguantaste mucho y renunciaste. Llamaste a M. llorando y te dijo que por unos días podías vivir con ella. El novio de M. era bastante más joven. Te gustaba tocarle las rodillas huesudas por debajo de la mesa cuando comían. Él le contó a M. y ella, antes de echarte, convenció a tus papás de que te ibas a esmerar en la universidad, así que aceptaron que

No se puede matar a la lluvia, por Juan Carlos Capurro

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  No se puede matar a la lluvia. ¿Pero sería posible manifestarle nuestra indiferencia? La lluvia no se enteraría, pero la satisfacción que da el desprecio hace crecer, en ciertas almas, una secreta alegría. No podré dominarte ni tenerte, pero a mí no me importa.  En la novela “El Llovedor” de Marcelo Rubio sucede lo contrario. Un pueblo necesita acabar con la sequía, y entonces, aunque odia la lluvia, como todo amante al amado elusivo, convoca a un extraño experto para producirla. Una vez que entramos en ese pueblo, entramos en su lógica. Una lógica no calculada, por la que terminamos en un laberinto que se presenta, al inicio, como un paseo lineal, llevado por calles inocentes. La magia de esta novela es que nada de lo que esperamos sucede, hasta que ocurre. Cuando ya no lo esperamos.  Lo mismo le sucede a sus queribles personajes, que recuerdan tanto a esos hermanos impasibles del lejano altiplano: nunca sabemos que estarán pensando. ¿Van o vienen? ¿El que hace llover se escapara co

En el altar del Yo, por Juan Carlos Capurro

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  El catedrático de la Universidad de Leeds, Glyn Thompson, asegura que Marcel Duchamp es un impostor. Fue la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven la que inventó  la primera obra “conceptual” del siglo XX.  Según constancias esgrimidas por Thompson, un año antes de la presentación en sociedad del Mingitorio, la baronesa habría presentado un objeto (caño de baño retorcido) denominado “Ornamento perdurable” - Enduring ornament -, lo que podría ser considerado el primer readymade  de la historia.  ¿Modifica esto la historia del arte? No en lo sustancial. Ya Leonardo Da Vinci decía que la pintura es un tema del cerebro, no de la mano. Cosa mentale . Considerar como novedad lo conceptual no es, en principio, ninguna novedad. Toda obra humana requiere de un plan previo. Es decir, comienza en la mente, partiendo de una materialidad previa, para transformarla. La ejecución puede adoptar las más diversas formas. Sería entonces más exacto decir que la baronesa von Freytag fue pionera. ¿Tiene im

Bocetos del mundo que se alumbra, por Juan Carlos Capurro

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  La máquina de detectar lo adecuado no suele pasar por donde crece lo sublime. Ella está ocupada en clasificar. El arte, decía Marcel Schowb, siempre desclasifica. El reciente film realizado por Damián Roth sobre su padre puede confundir a la máquina. La película podría clasificarse como adecuada, pero es una obra excepcional. Uno tiende a sospechar que el propio autor no se haya dado cuenta de la inmensa tarea creativa que ha logrado. Es evidente que hacer un film sobre el reconocido artista Pedro Roth coloca al autor ante una trampa. El personaje, por sus características, desborda la pantalla. Doblemente compleja la tarea, en este caso, al ser el hijo del sujeto de la obra quien la realiza. Durante siete años, Damián grabó a su padre. Lo acompañó en sus viajes. Lo dejó hablar libremente. Y, con gran sensibilidad, lo filmó, muchas veces, sin que su padre lo supiera.  El resultado de esta decisión cinematográfica de estar, sin que parezca, es un acierto. Pedro Roth, polemista del habl

Poemas chinos, por Alberto Laiseca

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  LA GRAN MURALLA No es su costumbre, pero la garza amarilla desplegó sus alas e inició anoche un vuelo nocturno. No es frecuente en China; pero a veces ocurre que alguien desarma la Gran Muralla para que el corazón quede expuesto y pueda volver a amar. Yuan Ho. Dinastía Han UN VIEJO MAESTRO Al final de las riberas del Ho, como un genio fabuloso, vivía un Viejo Maestro. Diez milenios duró su existencia, para dibujar cada ideograma demoraba cien años y el largo poema aún no ha terminado. Fan Meng Li. Dinastía Sui  PEQUEÑO GORRIÓN Mi amada no conoce jaulas; va y vuelve cuando se le ocurre. No te cantaré cuando te hayas ido, pequeño gorrión salvaje. Te canto ahora que me amas.     Shen Chin. Dinastía Wei EL TRUENO DE LA SEDA Escucho el trueno de la seda, miro el brillo deslumbrador de una piedra opaca, y huelo las escamas del pez de madera. Sin embargo, no supe sentir a tiempo tu corazón.    Lu Ch'iu. Dinastía Hsia.

Un cielo gris, la génesis que nos desborda

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  En las aguas de las correcciones políticas andamos, intentando un pie forzado sobre un lecho moral que nos resulta holgado cuando cae sobre el cuello de los otros. Nos amparamos en la palabra amor cuando miramos a nuestros hijos, como si el acto y el lenguaje fueran el mismo momento, tuviesen la misma intensidad. Del reencuentro de dos hermanos en una casa de campo, sobrevendrá la sombra de la tragedia moderna: sus hijos han cometido una aberración. Esos seres pequeños que amamantamos con ternura y canciones de granja, que escondimos adentro de nuestras costumbres y precauciones para mejor resguardo, al fin han aprendido, y ya tienen sus propias garritas con las que despertar a la crueldad que -con una ingenuidad de Disney- creímos que ellos no, que ellos nunca. ¿Qué debe decidir un padre frente a eso que llamamos "verdad"? ¿Es cierto que la medida de las acciones de nuestros hijos valorará o condenará la eficacia de la crianza que supimos construir? Ni Silvio Astier (aquel

Ensayo Lorca, el delicado paisaje no se fusila, por María Negro

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  Mara Rojas y Julio Cortés hacen de todo. Exploran las posibilidades del escenario en tantas dimensiones sean posibles: cantan, bailan, ensayan, juegan, bucean, recitan, trasmigran, despliegan el cuerpo y la palabra como dos elementos conjuntos y opuestos; hacen del ejercicio teatral una síntesis de pulsos de vanguardia que nos traen a un Lorca en sus múltiples partes. No como el caleidoscopio que repite de forma fractal la imagen del reconocido poeta, sino como el rompecabezas de hojitas con las que el otoño deshace un árbol, pequeñas porciones de un ser en formas disímiles, inexactas. Con la dirección de Sergio Falcón (a quien pudimos disfrutar ya en Otroska, junto al mismo Julio Cortés y elenco), y basada en la dramaturgia de Samuel Dombek, “Federico… ¿dónde estás?”, la proyección de los signos teatrales de Ensayo Lorca nos entrega con generosidad un caudal de formas que se disponen para provocar la belleza convulsa, la que no se marchita.  Es el Lorca poeta y el Lorca amante, el v

El bombista, por Marcelo Rubio

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            Para cuando empezaba el nuevo año sabíamos todos los detalles sobre la vida de Eugenio Ceballos. El flaco Ricagni lo siguió por cuatro semanas, tal vez fueron tres, porque si hay algo que al flaco le gusta es exagerar. Con los resultados a la vista queda claro que no lo dejó ni a sol ni a sombra. Tomó la tarea tan en serio que en un cuaderno anotó horario de salida, apertura y cierre del puesto de diarios donde trabajaba Ceballos, recepción de los periódicos, cronometró el armado del sector revistas y la cantidad de cafés y cinzanos bebidos en el bar.  A Ceballos los años supieron acorralarlo, posiblemente hasta le jugaron con trampa. La lesión por el accidente se había agravado con el paso del tiempo, ya no era una cojera leve, ahora parecía doblegarlo al punto de necesitar, algunos días, un bastón. Este era el hombre buscado, el único capaz de batir el parche con sentimiento. Dos semanas antes del carnaval pusimos en marcha la segunda parte del plan. A lo largo de v

El dolor del tiempo, por Enrique Symns

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Cerca de Ingeniero Ledesma, en una población de indios matacos, había un animal muy peculiar: un ganso al que los indios bautizaron con el nombre de Pancho. Pancho era el líder de la gansada, pero lo curioso es que Pancho no sabía que era un ganso. Se enfrentaba a los hombres como si fuera un hombre y charlaba con ellos en su incomprensible idioma. Cierta vez entró un puma, que atravesó el alambrado empujado por el hambre y con la intención de comerse dos o tres gansos. Pancho salió a enfrentarlo con toda la actitud de un puma. Durante unos segundos el puma estuvo casi convencido de que Pancho era un animal peligroso, hasta que finalmente lo mató. Todo pasado condena, indudablemente, a una identidad. ¿Y qué es la identidad sino la noción de los límites? El árbol nunca saldrá caminando, el tigre nunca cantará como los jilgueros, los canguros nunca volarán sobre la Torre Eiffel. El pasado tiene como finalidad fijar los límites del futuro, y el famoso mecanismo evolutivo no es más que una

El poema como idea de la poesía, por Alberto Girri

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  EL POEMA COMO IDEA DE LA POESÍA Que la finalidad sea provocar el sentimiento de las palabras, y alcanzar el desafío de la expresión, perseguir objetos que se ajustan al sentimiento, hundirse en objetos hasta la emoción adecuada, está probado, y tanto, probado y probado, como no lo está el que en esos tránsitos la tendencia madre sea por dónde va la inspiración, "si en frío o en caliente", y no lo está que haya que seguir a Homero entre las Musas, su rogar que lo asistan, y a Platón saludando hermosos versos más en mediocres pero iluminados que en sagaces y hábiles exclusivamente al amparo de sus propias fuerzas, y a Dante, el reclamar la intervención de dioses acaso sin creer en ellos: O buono Apollo, all'ultimo lavoro fammi del tuo valor... Pero tampoco ninguna terminante prueba hacia lo opuesto, que el poema se conduzca en la mente como un experimento en una ciencia natural, y que la aptitud combinatoria de la mente sea la solo inspiración reconocible. GATO GRIS MUERT

Una se va quedando, por Hebe Uhart

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  Justo a mí me tenía que tocar, porque me pasan todas. Volvía de una reunión en el pueblo donde remueven los perendengues de abajo para arriba, que las actas volantes, que el registro anual de matrícula… Si yo tengo veinte alumnos y los veo venir desde una legua. Y después ellas me miran desde los pies hasta el turbante, no soy turca ni hice voto de llevarlo: mi pelo es de paja y no puedo calentar agua para lavarlo porque el Negro se olvidó de bombear. Y Cucú se me había ido no sé dónde: cuando se va, no vuelve hasta que anochece. Quise igual ir a la reunión del pueblo; yo sabía que no estaba en las mejores condiciones, pero necesito ir al pueblo de vez en cuando: en el campo una se va quedando. También quería llevar al médico a Chinchín, pero el médico no estaba. En Moreno se rehicieron las doce, la hora del puchero, así que lo arrastré de vuelta, pobre viejo, pero por lo menos recorrió toda la Escuela Número Uno hasta los techos. Le dije: - Esta es la Escuela Número Uno, es la princ

Pan, por Margaret Atwood

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  Imagina un pedazo de pan. No hace falta imaginarlo, está aquí en la cocina, sobre la tabla del pan, en su bolsa de plástico, junto al cuchillo del pan. Ese cuchillo es uno muy viejo que conseguiste en una subasta, la palabra PAN está tallada en el mango de madera. Abres la bolsa, pliegas el envoltorio hacia atrás, cortas una rebanada. La untas con mantequilla, con mantequilla de cacahuete, después miel, y lo doblas hacia adentro. Un poco de miel se te escurre entre los dedos y la lames con la lengua. Te lleva cerca de un minuto comer el pan. Este pan es negro, pero también hay pan blanco, en el frigorífico, y un poco de pan de centeno de la semana pasada, antes redondo como un estómago lleno, ahora a punto de echarse a perder. De vez en cuando haces pan. Lo ves como algo relajante que puedes elaborar con las manos. Imagina una hambruna. Ahora imagina un pedazo de pan. Ambas cosas son reales pero tú estás en el mismo cuarto con sólo una de ellas. Ponte en otro cuarto, para eso sirve l

Llamado por los malos poetas, por Rodolfo Fogwill

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  Se necesitan malos poetas. Buenas personas, pero poetas malos. Dos, cien, mil malos poetas se necesitan más para que estallen las diez mil flores del poema. Que en ellos viva la poesía, la innecesaria, la fútil, la sutil poesía imprescindible. O la in- versa: la poesía necesaria, la prescindible para vivir. Que florezcan diez maos en el pantano y en la barranca un Ele, un Juan, un Gelman como elefante entero de cristal roto, o un Rojas roto, mendigando a la Reina de España. (Ahora España ha vuelto a ser un reino y tiene Reina, y Rey del reino. España es un tablero de alfiles politizados y peones recién comidos: a la derecha, negros, paralizados, fuera del juego). Y aquí hay torres de goma, alfiles politizados y damas policiales vigilando la casa. A la caza del hombre, por hambre, corren todos, saltan de la cuadrícula y son comidos. Todo eso abunda: faltan los poetas, los mil, los diez mil malos, cada uno armado con su libro de mierda. Faltan, sus ensayitos y sus novela en preparación