Entradas

Mostrando entradas de agosto, 2022

Migaja, el vacío y eso que no nombramos, por María Negro

Imagen
  Oscuridad y un silencio inquieto que se rompe con violencia. Un golpe, otro, otro, otro. Rítmico, acompasado, armónico. Los golpes se suceden por un tiempo que se mide en la curiosidad, la desesperante curiosidad del espectador que no sabe hasta allí qué cosa golpea, qué cosa es golpeada. David Muchnik -escritor, traductor y dramaturgo- pone a disposición del lenguaje teatral aquellas herramientas que desarrolló la poética expresionista. Una transformación de la escena, del lenguaje, de los cuerpos, para lograr un punto lejano en la representación: la poética del significante, la poética que precisa de la intervención atenta del espectador para hacerse un cuerpo.  El gran sueño es la ausencia del hambre. Pero no se refiere Muchnik solo al hambre del alimento cotidiano, que es en sí un dolor físico y emocional, sino a las hambres, a las necesidades, a las inasibles formas de esa fuerza del vacío que nos oprime. La flagelación, el discurso, la fuerza física de los personajes -que ocult

Occidente o qué es lo humano, por María Negro

Imagen
  ¿De qué está hecho ese espacio que llamamos teatro? ¿De su escenografía? ¿De los actores? ¿De la narrativa? ¿De ese acuerdo tácito que suspende la realidad por una hora?  Tiresias levanta sus travestis pechos, asoma el cuerpo entre cortinas plásticas y canta: Salve Argentina, bandera de mi patria. Edipo -aún rey- lleva en sus hombros un saco de piel y toma cocaína, la misma que vende. Yocasta tiembla de celos. La voz de Antígona se mide en caracteres dentro de las redes sociales. El Abeja desciende desde el cielo de los “soldaditos” para cargar sobre él la desesperanza. Creonte cae en cana. Medusa ve derramadas sobre sus hombros las serpientes muertas de su pasado feroz.  ¿De qué está hecha la realidad? ¿De verdades? ¿De aquello que consideramos cierto? ¿De fake news?  Yocasta se abisma, se repliega sobre el crimen del incesto. Edipo, alumbra. El único pecado es la pobreza, dice. Corre, como un mago, el velo que oculta la palabra crimen. ¿De qué están hechos los crímenes? ¿De qué est

Despedida, por Juan Carlos Capurro

Imagen
  Helena B, de Banfield, me acompaña desde los diez años. Recorrí con ella los momentos más hermosos de mi vida. Recuerdo su sonrisa, los dientes un poco desparejos, y la sensación del amarillo y el marrón combinados en su aura.  Fuimos juntos a Roma y tiramos las monedas en la fuente. Estuvimos comiendo un pannino en “Il Cigno”. Después recorrimos la rue de Rosiers y visitamos la casa de Breton, en el 4 de la rue Fontaine.  A ella todo le maravillaba. Por motivos desconocidos para los dos, solíamos ir a la Isle de Saint Louis hasta la puerta de la casa de Daumier. Nos poníamos de espaldas al Sena, y mirábamos la madera cascada, en silencio, hasta que -tomados de la mano- desandábamos el camino hasta el hotel de la rue Trosseau. Ella me decía: ¿Por qué estamos juntos después de tantos años? Yo podría haberme convertido -como estaba previsto- en una burguesa honrada, con una hermosa casa en La Reja. Mis hijos hubiesen sido educados como buenos católicos; misa y comunión. Ya estarían con

Una música, una cajita, por María Negro

Imagen
— ¿Me prestás el sombrero, tía? — Es un casquette, nena. Usalo con cuidado. Debajo de su casquette, cualquier nena podía soñar que era una reina, aunque estuviese en San Martín y fuese domingo de tarde donde los adultos charlaban y bebían vino en copas; aunque fuese ese tiempo prehistórico donde -sin internet- las niñas teníamos por entretenimiento el coraje de revisar los cajones de la tía. Nélida Beatriz nació pocos días después de la primavera de 1951. Su padre había muerto unos meses antes. Su joven madre daba a luz la vida de Betty, su quinta hija, entre los dolores de la pensión de la calle Congreso y el hospital Thompson, el mismo hospital que había sido testigo de la muerte de su esposo. Dar a luz a pocos metros del desarraigo, de la crueldad que arrancó la vida de Felipe Cabrera y dejó solo una foto que Betty conservó toda la vida, como el retrato de un santo, colgando de un clavito en el amplio comedor de su casa.  — Se me cae, tía, no sé cómo ponerme esto. — A ver, es que te