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Mostrando entradas de enero, 2018

El curioso descubrimiento europeo de Leonora Carrington

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Ahora cantan/ cuando ayer callaron/ dejaron ese lapislázuli/ a recaudo del aire. Ahora dicen/Pero estaba escondida/ a fortuna/ En ese tálamo nupcial maravilloso/ que es el pueblo de México/ Allí estaba guardada/ eso es cierto/ sin ninguna molestia/ la Encantada. Y ahora vienen/ diciendo/  con sus cuentas en suzia/ que siempre lo supieron. Brilla Leonora como jineta altura/ ni los mira. JCC LLEGARÁN A MÉXICO 150 PIEZAS INÉDITAS DE LEONORA CARRINGTON ¿Quién fue Leonora Carrington? Una revolucionaria capaz de plasmar en su arte sus complejas fantasías oníricas. Una pintora surrealista que experimentó en carne propia los grandes momentos históricos y artísticos del siglo XX. Una mujer legendaria que nació en Inglaterra pero se casó con México, país en donde formó una familia y pintó sus mejores cuadros.     En 2011 la muerte nos la quitó, pero sus pinturas y sus delirantes personajes se volvieron inmortales. En honor a este poder atemporal de

Parra, el poeta de la desesperanza, por Juan Carlos Capurro

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Murió Nicanor Parra. Tenía 103 años. Su vida es una receta para ser longevo. Hombre de genio, como toda su familia, la de la gran Violeta. Sólo conozco un caso así y es argentino: la familia de nuestro amigo Cedron. Claro que allí terminan las similitudes. Nicanor Parra fue el maestro de Bolaños. Es mucho. Ambos fueron grandes poetas. Poetas de la desesperanza. Bolaños, que hizo novela, pudo desplegar otros matices de la vida porque se colaron todos los colores. Parra, el mentor, dijo claramente:"La anti poesía es una manera de pasarla bien". Hombre que se hizo a sí mismo, fue dos veces becado por Estados Unidos e Inglaterra. Vieron su fuerte madera de científico. Como poeta cosecho más premios. Demasiados. No hay que olvidar que Sartre, con todas sus contradicciones, fue el único en rechazar el Nobel. Su mirada es muy fuerte en la desesperanza. "Valdrá la pena jugarse/ la vida/ por una idea que puede resultar falsa" Para agregar: "Es evidente que si/

La espera de Ana, por María Negro

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Sube tropezando un pie con otro. El 95 arranca impiadoso, empujado por el tránsito. Ella trastabilla y queda cerca de un asiento donde se acomoda como puede y me mira. Lamento en voz alta que debamos viajar como melones que se acomodan solos en viaje y ella sonríe. No hay nada que hacerle, las conversaciones con extraños que se dignen siempre comienzan con una sonrisa. Ya pasamos Av Córdoba cuando ella se da cuenta que no pagó el pasaje.  – Qué papelón- dice por lo bajo y me hace jurar para que le guarde el secreto. Esto de ir y venir todos los días del hospital la tiene agotada. A sus 87 años se le complica subir y bajar de los colectivos.  – Y arrancan como si jugaran carreras, estos desgraciados. Así fue a parar al asiento, le recuerdo. Y sonríe de nuevo. Pero no sonríe por mí. Se llama Ana y combina la cartera con los zapatos y el color de sus lentes de sol. Ana me cuenta que hace unos días el “gordo” la acompañó al médico para que no viajase sola. El gordo

Sobre mi amigo Hugo Padeletti, por Florencia Abbate

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Conocí a Hugo Padeletti en 1999. Nos presentó un gran amigo en común, el pintor Adolfo Nigro. Ese mismo año reseñé en La Nación su obra reunida, “La atención”, tres tomos de poesías que me deslumbraron tanto como su autor. Desde entonces nos veíamos siempre. Iba a su casa a tomar el té, y Dante, su pareja, nos compraba unas rosquitas con azúcar en la panadería de Perú y San Juan y nos las servía con humor mundano mientras nosotros volábamos en charlas metafísicas. En esos años escribí dos ensayos sobre su obra, “El secreto de lo simple”, un prólogo que me pidió para un libro que compilaba sus dibujos de los años 50 y 60, y “Con el nombre anticuado de beatitud”, que salió publicado en la revista santafesina Lucera. También, en 2004, reseñé su libro “Canción de viejo” en el Diario de poesía y titulé ese texto “Esplendores del ocaso”. Y es que la vejez de Padeletti esplendecía. Nunca me cansaba de escribir sobre su obra ni de leerla ni de conversar con él. Padeletti me regaló alguna

Instigación al crimen, por Juan Carlos Capurro

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En su epílogo a la novela de Raymond Chandler  "El largo adiós", Ricardo Piglia establece dos cosas: primero, que es -quizás- lo mejor escrito en su género hasta el presente; segundo:  que en la obra de Chandler, quienes asesinan, siempre son las mujeres. Puedo estar - quizás- de acuerdo con el punto primero (aunque en mi corazón esté  "La llave de cristal”, de Dashiel Hammet); pero no con lo segundo, por razones - sentimentales y científicas- que pasaré a exponer. Piglia conecta lo que considera la misoginia de Chandler, con su alta observación del  poder del dinero. Es cierto que en Chandler siempre se habla de muchos dólares: los millonarios son inentendibles en sus torvos mecanismos de acumulación. Como consecuencia, las mujeres que circulan en esos intersticios, siempre representan un "peligro", latente o real. Pero esto explicaría, en todo caso, el rechazo de Chandler por los ricos y su dinero, sin involucrar - aún- un "problema de género&qu

Emoción estética, por Pedro Roth

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            La explicación puede ser tomada cómo una invasión de la privacidad de los sentimientos.             En el caso del arte “me gusta o no me gusta” es una declaración íntima indiscutible.             Cualquier concepto inclusive el que amplíe el placer de una mejor compresión, comunicación, ubicación de la obra en la totalidad queda cercenada y es considerada una invasión y queda inmediatamente descartada.             Afirmaciones culturales, tradiciones, se usan como barreras para defender ese núcleo íntimo vulnerable y así se van cerrando espacios para la aprehensión, el conocimiento. Cualquier invasión produce reacciones violentas.             Los síntomas físicos ojos húmedos, llanto, cosquilleo, pequeños mareos, emociones, contagios, imitaciones, son sentimientos turbadores, privados.             La gente cree que la explicación quita la magia, el misterio.             La comunicación que despierta la obra y sus explicaciones crea comunidad,

Cruje el Nexor en el museo, por María Negro

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Culminamos con este texto de María Negro con las amables presentaciones que hicieran nuestros amigos para el brindis pasado en el Florida Garden. Muchas gracias a María, a Ana Aldaburu y a Carlos Cantini por su mirada sobre el Árbol Nexor. Se asiste en este espacio en el tiempo a la germinación mágica de una ballena. El Árbol Nexor nace de una necesidad elemental y pendiente: aquellos, –nosotros- los expulsados de una forma u otra somos llamados a articular nuestra palabra en el Árbol. Como los pájaros en las ramas, es el Gran Ocular soñado y construido por Estrella del Oriente el medio que nos permite sentir el sonido de nuestras voces. Nuestra música. Lo no dicho, lo no gritado, lo callado a la fuerza encuentra el luminoso camino del arte para tomar posesión de un derecho tan humano como indispensable. El derecho a contar y ser contado, a voltear los espejos hasta lograr que reflejen esa parte de la foto que se creía velada. La palabra, la comunicación es

Tomar la Tierra, por Ana Aldaburu

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Para la despedida en el Florida Garden preparamos una revisión y relectura de otras colaboraciones para el blog de los queridos amigos de Estrella del Oriente. A propósito de Duchamp. El trabajo del artista. El  de Duchamp es un hacer que socavando certezas heredadas, cuestiona toda gran pretensión y a la vez discute toda facilidad o inmediatez en la creación. Rescaté  sus juegos y su ironía asociándolas a lo que sostiene Agamben  sobre el trabajo de artista como una praxis que implica la libertad de hacer o no,   abandonando  esta idea de una suprema actividad y viéndolo nada más que  un simple viviente  – pintor, poeta, carpintero- que haciendo uso de sus miembros hace experiencia de sí y  constituye su hacer en forma de vida. Alguien  que vive en una relación constante con una práctica  cuyo lema debería ser aquél de Hölderlin, “habitar poéticamente la tierra”. …¿Y no es esa la máxima que guía los encuentros de nuestros amigos? Ser una obra de arte migrante. Y

Esa belleza, por John Berger

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El deseo sexual, si es recíproco, origina un complot de dos personas que hacen frente al resto de los complots que hay en el mundo. Es una conspiración de dos. El plan es ofrecer al otro un respiro ante el dolor del mundo. No la felicidad sino un descanso físico ante la enorme responsabilidad de los cuerpos hacia el dolor. En todo deseo hay tanta compasión como apetito. Sea cual sea la proporción, las dos cosas se ensartan juntas. El deseo es inconcebible sin una herida. Si hubiera alguien sin heridas en este mundo, viviría sin deseo. El cuerpo humano realiza proezas, posee gracia, picardía, dignidad y otras muchas capacidades, pero también resulta intrínsecamente trágico como no lo es ningún cuerpo de animal (ningún animal está desnudo). El deseo anhela proteger al cuerpo amado de la tragedia que encarna y, lo que es más, se cree capaz. La conspiración consiste en crear juntos un espacio, un lugar de exención, necesariamente temporal, de la herida incurable de la que es d

Roberto Cortes en el Recoleta, Viva la Vida!

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Más de cuarenta obras, dos instalaciones y algunas sorpresas en esta autobiopintura tan personal como su autor.  Roberto Cortés nos espera para la inauguración este próximo 10 de enero. Centro Cultural Recoleta Junin 1939 - Caba

El tiempo hacia atrás o la vida se pasa volando, por Juan Carlos Capurro

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Un grupo de científicos asegura que está avanzando en la posibilidad de volver al pasado . Se trata de un primer paso, pero parece sólido. De esta manera, en un lapso aún incierto, podríamos materializarnos nuevamente hacia atrás en el tiempo. Al menos personalmente, porque lo que no sabemos es si todos los que querríamos encontrar en el pasado deberían pasar por la misma fórmula. Así, por ejemplo, si llegamos a 1970 ¿con que nos encontraríamos?, ¿estará Buenos Aires completa?, ¿podríamos escuchar un tango tocado por Troilo o una canción por Spinetta? ¿o ya será imposible, porque como Troilo y Spinetta se murieron, no podríamos pasarlos por la fórmula para que vengan? Esto nos lleva al problema más agudo: que los únicos que estén en el pasado sean los que pasen por el mecanismo de regreso. Imaginemos una ciudad vacía, o quizás un páramo, y un conjunto de personas, seguramente desconocidas, que deambulan inciertas, esperando el horario del mecanismo (si es que ya existe) que vuelva