Instigación al crimen, por Juan Carlos Capurro


En su epílogo a la novela de Raymond Chandler  "El largo adiós", Ricardo Piglia establece dos cosas: primero, que es -quizás- lo mejor escrito en su género hasta el presente; segundo:  que en la obra de Chandler, quienes asesinan, siempre son las mujeres. Puedo estar - quizás- de acuerdo con el punto primero (aunque en mi corazón esté  "La llave de cristal”, de Dashiel Hammet); pero no con lo segundo, por razones - sentimentales y científicas- que pasaré a exponer.

Piglia conecta lo que considera la misoginia de Chandler, con su alta observación del  poder del dinero. Es cierto que en Chandler siempre se habla de muchos dólares: los millonarios son inentendibles en sus torvos mecanismos de acumulación. Como consecuencia, las mujeres que circulan en esos intersticios, siempre representan un "peligro", latente o real. Pero esto explicaría, en todo caso, el rechazo de Chandler por los ricos y su dinero, sin involucrar - aún- un "problema de género".

Creo, en cambio, que el problema es otro. En Chandler, los instigadores del crimen, su "causa ratio", siempre son los hombres. Las mujeres no son las arquitectas del espanto, sino sus víctimas. Incluso algunos de sus personajes masculinos, con evidentes rasgos femeninos (Terry Lennox, en "El largo adios"), son víctimas, antes de ser victimarios. Chandler no parece perdonarle a ninguno de ellos su triste falta de vigor ante la vida que se les impone.

Ser víctima, en Chandler, es ser arrastrado/a por la debilidad. Los policías son todos unos bestias, por embrutecimiento de su medio. Los millonarios son piedras inconmovibles, en su impiedad. Marlowe, su detective, es un diamante en bruto que nunca pierde sus principios, a los que Piglia, acertadamente, califica como "puritanos". Salvo esas diferencias, ninguno de los hombres es débil.

Lo femenino, sea en hombres o mujeres, es siempre débil, y por eso termina generalmente en el crimen o la degradación. Llegan a eso para defenderse, siendo el sujeto de una instigación brutal de ciertos hombres; es decir, en Chandler, de la sociedad capitalista, tal como la describe sin tapujos. Son ellos, con su conducta miserable, los que llevan  a la mujer al crimen o a  la estulticia. Ninguna se redime. Son, sin embargo, victimas del manejo de esos hombres, en cuyas pasiones desatadas y maniobras terminan cayendo, es decir, asesinando (los). Todos han formado parte de la trama criminal.

Las cartas de Chandler


Para los que no leyeron, aun, "El largo adios", lo recomiendo. Primero, porque se lee de un tirón; y, sobre todo, porque tiene un sentido del humor muy alto: a la altura de su sentido del honor; ambos, disímiles atributos de nombre masculino.

Chandler nunca fue consciente, ni de su pigliana misoginia, ni de su enorme talento, ni de que las víctimas siempre fueron las propias mujeres. Tuve oportunidad de leer hace poco toda su correspondencia, publicada en Francia (no sé si hay traducción al español). Expresamente dice, en reiteradas cartas a sus editores, que no entiende como sus lectores no se dieron cuenta de que él escribe, siempre, "sin tomarse en serio". Que hace chistes todo el tiempo, para distanciarse de un supuesto "realismo"; y eso no lo notan- se queja- ni sus lectores ni, tampoco, sus editores.

Chandler, es cierto, es una maquina imparable de hacer chistes y juegos de palabras en las frases, rematando situaciones. Una tras otra, las imágenes y comparaciones más disparatadas describen situaciones y personajes. Pero tal es la fuerza de su texto que esas ocurrencias, en lugar de aflojar o rebajar su literatura, la fortalecen. Así es el genio humano de imprevisible.

Chandler no era, en su vida cotidiana, ningún misógino. Estuvo casado toda su vida sentimental con la misma mujer, a la que - no exagero- idolatraba; una mujer que le llevaba más de veinte años y luego de cuyo fallecimiento - él mismo lo confiesa en sus cartas- no le quedaron ganas de vivir. Efectivamente, al poco tiempo él también se murió.  Aunque esto, según se lo mire, puede ser una confirmación de lo que dice Piglia.


Juan Carlos Capurro




Comentarios

  1. Felicitaciones J.C.Capurro. Muy buenas tus reflexiones sobre Chandler

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