La aldea que no cesa, Carlos Cantini

Cuando la epidemia de fiebre amarilla cambió la estructura social y urbana, la gente también iba y venía. Como ahora. Y siempre. Desde los diaguitas hasta hoy. Con cuerpo o mente. En Buenos Aires se yira día y noche buscando certezas. Ciudad que sufrió severas transformaciones en nombre del progreso. La avenida más ancha, diagonales, trazas ferroviarias, autopistas urbanas. Se entubaron arroyos. Hubo cementerios convertidos en parques y espacios de recreo reconvertidos en camposantos. Una perseverante pérdida de la orientación. Las distintas crisis económicas se llevaron puestos incluso refugios populares. La calle Necochea. También Lavalle. Corrientes nunca más fue la misma. Casi que tampoco Florida. Y seguimos yirando como salidos de una obra de Antonio Seguí. Vamos en busca de nuevos asilos donde relajar de una vida compleja. Porque, aunque hoy vivamos en una mega urbe de cemento, mantenemos costumbres y padecimientos de sobrevida en el desierto donde se fundó la aldea inicial...