Presente eterno, por Juan Carlos Capurro
Lo que quizás nos encante de la literatura —esto incluye las telenovelas— sea la capacidad de encerrar en un espacio acotado una desgracia o alegría precisas, que no nos están ocurriendo. Navegamos, tranquilos, en esas aguas temporarias, en donde lo más importante no es lo que finalmente ocurra, sino que se termina pronto, en comparación con el tamaño de la vida. Nuestra vida tiene esta particularidad: aunque experimentemos algo trágico o maravilloso, una vez que se termina ese episodio, a diferencia de la novela, la vida sigue. No tenemos asegurado un final a plazo, que nos tranquiliza en su inmovilidad, permitiendo que pasemos a otra cosa. Cualquier gran obra, o del tamaño que sea, literariamente hablando, nos lleva de la mano hacia un final cercano: ningún libro dura demasiado y aun su relectura —fuente enorme de placer— tiene el plazo que arbitrariamente le damos. Nosotros, en cambio, en nuestra vida cotidiana, después de amar o sufrir, después de haber gozado o llorado, tenem...