De las historias que no son cuentos, por María Negro

De las historias que no son cuentos, la que más me gusta es aquella que dice que mi madre sólo tuvo dos novios. Con uno de ellos se casó, tuvo dos hijos, se aburrió, se volvió gris y triste, aunque insistió en cantar desafinadamente alguna que otra mañana. De esos dos novios, sólo con uno de ellos tuvo sexo. El otro, fue todo deseo. Un deseo inconcluso, platónico; que no pasó del apasionamiento de los besos que se daban a escondidas de mi abuela. Una vez cualquiera en que ella me acompañó a tomar un colectivo que estaba lejos de casa, frenó un auto y del auto bajó un hombre que no era mi padre, y le besó la boca. Ella pegó un grito de alegría, se volvió color ciruela de la vergüenza y me presentó a Ramón, mientras retaba a Ramón y le decía que cómo podía ser tan desubicado como para aparecer de la nada, cuarenta años después, y darle un beso de esa forma. Ramón se escabulló en el auto, con la misma celeridad con la que, mágicamente, había reaparecido en la vida de esa ama de casa ...