[Dossier surrealismo] Dada, ¿un movimiento inofensivo?, por Juan Carlos Capurro




Tres jóvenes asqueados resuelven insurreccionarse contra el orden establecido. Un rumano, Tristan Tzara, un alemán, Richard Huelsenbeck y un alsaciano (mitad alemán, mitad francés), Hans Arp, fundaron en Zúrich el movimiento Dadá. Desde el Cabaret Voltaire montan escenarios donde atacan al público, incluso físicamente, al que atraen con falsas promesas de espectáculo.

Sobre el escenario golpean llaves, cajas, haciendo música hasta que el público, enloquecido, protesta. Depositan un ramo de flores a los pies de un maniquí. Una voz debajo de un inmenso sombrero en forma de pan de azúcar, recita poemas de Arp.  Huelsenbeck grita cada vez más alto, mientras Tzara golpea una gran caja siguiendo el mismo ritmo. Huelsenbeck y Tzara bailan con gruñidos de oso, dentro de una bolsa con un caño sobre la cabeza; luego se contonean en un ejercicio llamado Noir Cacadou.

Tristan Tzara publica “La premierè aventure céleste de M. Antipyrine” (28 de Julio de 1916), donde las palabras puestas, unas al lado de las otras, carecen de sentido. Publican, como grupo, al mismo tiempo, revistas y manifiestos: “Dada I, II, III etc” donde formulan esta definición capital: “El pensamiento nace en la boca”, dando un golpe mortal al idealismo filosófico y abriendo la puerta al automatismo. Se dice lo primero que surge, sin pensar previamente. Los espectáculos-provocación son de ese tipo.

La carátula de Dadá III  incorpora  un nuevo nombre, el de Francis Picabia, que regresa de América aportando a los dadaístas, el espíritu de Marcel Duchamp. Picabia venía de colaborar en las revistas de Duchamp, Camera Work, 291, El Ciego, WrongWrong. Picabia llegaría luego a Barcelona a través de su revista 391.
El movimiento Dadá no llegará a París sino en 1919 junto con el propio Tristan Tzara.

Antes de esa llegada, un grupo de los jóvenes poetas franceses admiran a Picasso, a Apollinaire, al que consideran “el último gran poeta”, a Reverdy y a Max Jacob. Ese grupo reúne a Bretón, Eluard y Aragón.
En esa época, el gran amigo de André Bretón, Jacques Vaché, le escribía: “El arte es una estupidez”. Y Tzara, desde Zúrich, había escrito: “Todo lo que se ve es falso”. Los vientos coinciden.

El grupo de los poetas franceses se reúne en ese entonces, alrededor de Littérature con tres directores: Louis Aragon, André Breton y Phillipe Soupault.

Cuando Tristán Tzara llega a París, el grupo francés se fusiona con el de Zurich y editan el Bulletin Dadá, que reúne los nombres de Picabia, Tzara, Aragon, Bretón, Eluard, Duchamp y proclama: “Los verdaderos dadaístas están contra Dadá. Todo el mundo es director de Dadá”.
El grupo Dadá de París convoca a un gran acto anunciando la presencia de Charles Chaplin. Por supuesto la presencia es falsa y se produce una enorme batahola de la multitud que fue, pagando la entrada, a verlo.
Este tipo de actividades hoy nos resultan completamente inocuas. Pero en ese momento, después de una guerra devastadora, en momentos de absoluta desorientación social y política, cumplieron un papel de desafío.

Los actos, exposiciones, y actividades de los dadaístas se multiplican. La prensa los ataca. Mucha gente va a sus espectáculos para tirarles huevos. La prensa de París los ridiculiza ferozmente.

Esta reiterada actividad comienza, poco a poco, a promover un debate en la fila de sus actores. Bretón plantea  que no se pueden limitar solo a escandalizar, sino que hay que obrar más a fondo. Propone realizar la “Acusación y juzgamiento de Maurice Barrès por Dadá”, anunciado por Littérature para su reunión de viernes 13 de mayo de 1921, en el “Salón des Sociétés Savantes”. La convocatoria previene: “Doce espectadores integrarán el jurado”.

Barrès era un escritor nacionalista y político muy conocido en Francia. Era además un reconocido antisemita y se le atribuye haber sido el creador de la expresión “nacional-socialismo”, luego usado por el partido nazi alemán.

Es a ese personaje que Breton propone hacerle un juicio público. Hasta entonces el grupo dadaísta nunca se había comprometido en el ataque a una figura pública en particular. Barres era una vaca sagrada del establishment francés.

En el proceso público, Tzara hace de testigo y Breton es el presidente del tribunal. Al “testimoniar” Tzara dice: “El señor presidente convendrá conmigo en que nosotros no somos más que una cáfila de sinvergüenzas y que, por lo tanto, las mínimas diferencias entre un gran sinvergüenza (Barrès) y un pequeño sinvergüenza (los dadaístas), carecen de importancia”.

A lo que André Bretón le contestó: “¿Qué es lo que pretende el testigo: pasar por un perfecto imbécil o que lo internen?”.

El proceso a Barrès se convierte así, sin proponérselo, en un proceso a Dadá. El cinismo de Tzara al poner en un pie de igualdad al grupo de artistas, hasta entonces dadaístas, con un canalla como Barrès, pintó de cuerpo entero el agotamiento en que había entrado ese movimiento.
Lo que los poetas franceses (Breton, Eluard, Aragón, Soupault) querían era no sólo escandalizar con cuestiones generales, sino comenzar a afinar la puntería contra el orden establecido, particularmente en el campo de la cultura oficial, del que Barrès formaba parte.

Para Tzara todo daba lo mismo. Para los franceses, no.

Meses más tarde, ya en 1922, Breton propone realizar un “Congreso internacional para establecer las directivas y la defensa del espíritu moderno”.

Ante esta iniciativa, que llamaba a participar a artistas y poetas que no eran dadaístas, Tzara se opuso mediante un boicot pasivo, presentado como abstención. Es entonces cuando Breton y su grupo se separan de Dadá.

“Dejen todo. Dejen a Dadá. Dejen a su mujer. Dejen a su amante. Dejen sus esperanzas y sus temores. Siembren sus hijos por cualquier parte. Dejen lo seguro por lo inseguro. Dejen en caso necesario una vida cómoda, lo que se les ofrece para el porvenir. Partan por los caminos” (Breton, Los pasos perdidos).

Este texto refleja el espíritu de la época: es absolutamente machista. La mujer no existe y sólo será incorporada más adelante, cuando las aguas estén más claras. Por ahora cuenta con el apoyo de Picabia, Duchamp, Picasso, Aragon, Eluard, Soupault, Robert Desnos, Roger Vitrac, Pierre De Massot. Todos hombres.

Desde ese momento, la revista Littérature (Marzo 1922/Junio1924) pasa a ser la expresión de una nueva corriente, aún sin nombre, que postula una posición más constructiva, contra la mera destrucción genérica y sin objetivo del grupo Dadá.

Está a punto de nacer el movimiento surrealista.

Se logra superar, de esta manera, las limitaciones de Tzara.
Cuando Tzara dice que un personaje como Barrès es lo mismo que los dadaístas, está diciendo, implícitamente, que no quiere enfrentarse a fondo con el establishment, que solo quiere mantener un movimiento nihilista , y por lo tanto, tolerable - hasta cierto punto- para la clase dominante.

Los que rompen con él, por el contrario, han decidido confrontar con el orden establecido, de manera profunda. Todavía no saben bien adonde van. Pero avanzan. Niegan a Dada. Pero esa negación deberá todavía resolverse en un tercer término que está madurando.

En un próximo capítulo pasaremos a analizar la génesis profunda del surrealismo. Y, sucesivamente, en otros posteriores, como fue su llegada a la Argentina

Juan Carlos Capurro

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