¡Santo Domingo, Robin!, por Juan Carlos Capurro
O de cómo la novela de Cantini, “El huevo de la yarará”, descubre un nuevo género literario: el desconcierto salvaje Todo comienza en Ezeiza, cuando un psicólogo entrenado en el exilio sueco, regresa a Buenos Aires para cumplir con un encargo. El comienzo es tranquilo. El argentino llega al país de sus padres. O eso creía, hasta que luego de unas pocas páginas lo que le va ocurriendo entra en un terreno que, si dijéramos que es fantástico, no diríamos nada. Porque se entra, como en Lewis Carroll, al otro lado del espejo. Salvo que en lugar de conejos enormes y huevos que hablan, acá nos encontramos con todos los problemas de la Argentina. Por suerte, en lugar de que el narrador sea Luis Majul, se trata de Cantini, que nos mete de lleno en un delirio ordenado, valga el muy porteño oxímoron. Pero vayamos despacio. El psicólogo entra en contacto con una mujer muy bella. El lugar del encuentro no puede ser más objetivamente borgeano: la Biblioteca Nacion...