La noche, por Jaime Saenz

 


1
     Extrañamente, la noche en la ciudad, la noche doméstica, la noche oscura:
     la noche que se cierne sobre el mundo; la noche que se duerme, y que sueña,
y que se muere; la noche que se mira,
     no tiene nada que ver con la noche.
     Pues la noche sólo se da en la realidad verdadera, y no todos la perciben.
     Es un relámpago providencial que te sacude, y que, en el instante preciso, te
señala un espacio en el mundo:
     un espacio, uno solo;
     para habitar, para estar, para morir —y tal el espacio de tu cuerpo.

 
 

2
     Pues existe un mandato, que tú deberás cumplir.
     en homenaje a la realidad de la noche, que es la tuya propia;
     aun a costa de renunciamientos imposibles, y de interminables tormentos,
     deberás decir adiós, y recogerte al espacio de tu cuerpo.
     Y deberás hacerlo, sin importar el escarnio y la condena de un mundo amable
y sensato.
     Es de advertir que miles y miles de mortales se recogen tranquilamente al
espacio de sus respectivos cuerpos,
     día tras día y quieras que no, al toque de rutilantes trompetas, y en medio de
lágrimas y lamentos;
     pues en realidad, recogerse al espacio del cuerpo, es morir.
     Pero aquí no se trata de morir.
     Aquí se trata de cumplir el mandato; y por idéntica razón, habrá que vivir.
     Y tan es así, que no se podrá cumplir el mandato, sino a condición de
recogerse al espacio del cuerpo, con el deliberado propósito de vivir.
     Lo cierto es que aquel que comete tan alta aventura, no hace otra cosa que
ocultarse de la muerte.
     para vislumbrar así la manera de ser de la muerte,

 
 

3
     El espacio que tu cuerpo ocupa en el mundo, es igual al espacio del cuerpo en
el que uno se ha recogido;
     y si esto es así, nadie tiene por qué molestarse, ni importunarte;
     en el espacio de tu cuerpo, del que tú eres el soberano absoluto.
     puedes pararte de cabeza y hacer y deshacer, y transitar tranquilamente,
     libre ya de un mundo de pesadilla, poblado de espectros y de esqueletos que
pululaban y te quitaban la vida.
     En todo caso, tu morada, tu ciudad, tu noche y tu mundo, se reducen a tu
cuerpo;
     y quien lo habita no eres tú, sino el cuerpo de tu cuerpo.
     Pues el cuerpo que te habita, en realidad, eres tú;
     sólo que tu cuerpo deja de ser tú;
     y pasa a ser él.
     Imagínate, el cuerpo que eres tú, habitando el cuerpo que es él.
     y que no por eso deja de ser tú.

     De ahí el habitante, o sea, el cuerpo de tu cuerpo; y de ahí, asimismo, el
habitado, o sea, tu cuerpo.

     ¿Y qué decir de la honda soledad, habitando el espacio de tu cuerpo?
     Hay un echar de menos la soledad, cuando hay alguien a tu lado;
     pero, cuando no hay un alma, es la propia soledad quien te echa de menos
     —y es como si tú no estuvieras, o como si te hubieras ido, en busca de
alguien a quien echar de menos.
     La soledad en el espacio de tu cuerpo, ha de ser, pues, una soledad muy larga,
muy alta, y muy álgida.
     —como esa soledad que uno imaginaba de niño,
     con un retrato desaparecido y una rueda inmóvil, en el cuarto oscuro.

 
 

4
     ¿Qué es la noche? —uno se pregunta hoy y siempre.
     La noche, una revelación no revelada.
     Acaso un muerto poderoso y tenaz,
     quizá un cuerpo perdido en la propia noche.
     En realidad, una hondura, un espacio inimaginable.
     Una entidad tenebrosa y sutil, tal vez parecida al cuerpo que te habita,
     y que sin duda oculta muchas claves de la noche.

 
***

 
     Cuando pienso en el misterio de la noche, imagino el misterio de tu
cuerpo,
     que es sólo una manera de ser de la noche;
     yo sé de verdad que el cuerpo que te habita no es sino la oscuridad de
tu cuerpo;
     y tal oscuridad se difunde bajo el signo de la noche.
     En las infinitas concavidades de tu cuerpo, existen infinitos reinos de
oscuridad;
     y esto es algo que llama a la meditación.
     Este cuerpo cerrado, secreto y prohibido; este cuerpo, ajeno y temible.
     y jamás adivinado, ni presentido.
     Y es como un resplandor, o como una sombra:
     sólo se deja sentir desde lejos, en lo recóndito, y con una soledad
excesiva, que no te pertenece a ti.
     Y sólo se deja sentir con un pálpito, con una temperatura, y con un
dolor que no te pertenecen a ti.

     Si algo me sobrecoge, es la imagen que me imagina, en la distancia;
     se escucha una respiración en mis adentros. El cuerpo respira en mis
adentros.
     La oscuridad me preocupa —la noche del cuerpo me preocupa.
     El cuerpo de la noche y la muerte del cuerpo, son cosas que me
preocupan.


***
 

     Y yo me pregunto:
    ¿Qué es tu cuerpo? Yo no sé si te has preguntado alguna vez qué es tu
cuerpo.
     Es un trance grave y difícil.
     Yo me he acercado una vez a mi cuerpo;
     y habiendo comprendido que jamás lo había visto, aunque lo llevaba
a cuestas,
     le he preguntado quién era;
     y una voz, en el silencio, me ha dicho:

     Yo soy tu cuerpo que te habita, y estoy aquí, en las oscuridades, y te
duelo, y te vivo, y te muero.
     Pero no soy tu cuerpo. Yo soy la noche.



Jaime Saenz, La noche (1984)

*Poeta boliviano cuya obra se desarrolló dentro del movimiento de experimentación individual subsiguiente al posmodernismo, en la segunda mitad del siglo XX. Se educó en Alemania, donde cultivó la lectura de filósofos como Hegel, Heidegger y Schopenhauer.
Poeta sediento de metafísica y atormentado por una cruda experiencia familiar, cuyos espejismos evocó siempre en sus versos, tanto en las imágenes como en los silencios, su estilo suele confrontarse con el de su compatriota Pedro Shimose: el primero intimista y ensimismado y el segundo escritor de una poesía comunicativa. 
Entre las obras principales de Jaime Sáenz se destacan El escalpelo (1955), Muerte por el tacto (1957), Aniversario de una visión (1960), Visitante profundo (1963), El frío (1967), Recorrer esta distancia (1973) y la recopilación Obra poética, que apareció en 1975.


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