El taller de Bacon, por Juan Carlos Capurro



En el año 1981 tuve que viajar por mi trabajo (era periodista) a Londres. Pleno verano. Una tarde, luego de salir de la agencia Reuter's, fui al Wyndham' s Theatre, a pasos de Leicester Square, a ver la extraordinaria "Muerte accidental de un anarquista" de Darío Fo. Lo primero que me sorprendió fue presenciar, en la puerta, como varios de los espectadores descendían de sus Rolls Royce. La obra, muchos la recordarán, es un feroz ataque al establishment, porque narra la "caída de una ventana" de un detenido anarquista en una cárcel italiana. El hecho es real y Fo lo escribió mientras se investigaba el evidente crimen policial, encubierto por el Estado.
La obra me deslumbro.
La actuación de la compañía Belt and Braces fue absolutamente extraordinaria. Nos reíamos a carcajadas de las burdas excusas del gobierno, que Fo extraía directamente de los diarios. Me entere así de su genialidad que, con el uso del humor, era capaz de desnudar a un régimen y sistema político hasta el fondo de su barbarie.
En el entreacto se estila en Londres ir a tomar algo al barcito interno. Allí, en el diminuto pub del Wyndham's, me ocurrió algo muy gracioso. Sin querer, derramé la copa de una señorita muy elegante. Presente mis excusas. Ofrecí pagar una nueva. Todo fue en vano. La señorita me insulto en el nada sofisticado slang londinense. Me quede paralizado. A mi lado había un hombre corpulento, de cara  y modales muy desagradables. Me miro y dijo, con sequedad: "No le haga caso a esa  lady (sic). Es una maleducada de Paddington". Entonces lo observe  más detenidamente y me di cuenta que era Francis Bacon. El gran pintor  inglés había ido también a ver la obra y estaba tomando una lager, acompañado por su pareja, un patovica que ni me miro. Al darme cuenta de quien era le  dije: "Soy de Argentina y admiro mucho su obra". Después me quede callado. Bacon ni siquiera sonrió, y mientras se daba vuelta hacia su compañero susurro "That's good" al tiempo que pedía su cuenta, y la mía, pagando todo a pesar de mis protestas, porque ya sonaba el timbre para volver al segundo acto.
Mientras esperaba su vuelto, Bacon me invito a pasar por su taller, dictando la dirección apresuradamente; en el apuro la anoté en la servilletita de mi copa de vino. Le prometí que iría.
Al día siguiente, mi último en Londres, considere la invitación largamente y decidí no ir. No me anime, pensando que no sabría de que hablar con aquel enorme artista con cara de tristeza y algo de vieja violencia acumulada. Si, fui un tonto. Siempre lo pienso cuando, a veces, me acuerdo de este encuentro lejano.
Y si ahora lo recuerdo nuevamente, es porque acabo de ver un video de su taller. Un apretado cuarto, muy pequeño, sucio, en donde Bacon pinto la mayor parte de su obra. Pueden distinguirse algunos de los símbolos de sus trípticos, como las perillas de las luces que cuelgan del techo.
Este taller discute el mito de que sólo se puede crear cuando la paleta es prolija y existe un meticuloso programa de trabajo. Bacon usaba - podrán comprobarlo- las paredes como paleta. Uno se pregunta como hacía para sacar sus enormes cuadros del taller, una vez terminados. Posiblemente por el techo, aunque la lucarna (fíjense) parece bastante pequeña.

Los Invito a ver el taller de Bacon

Juan Carlos Capurro




Comentarios

  1. Gracias Juan Carlos. Una anécdota deliciosa, pero no puedo creer que te hayas perdido la initación de Bacon. Bueno, todos tenemos un momento así.

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