El tamaño del mundo, por Enrique Symns

Three Studies of Lucian Freud, Francis Bacon


- Era un niño tan, pero tan pequeñito, que era el niño más pequeñito que había…
- ¿Y qué le pasaba?
- Nada: era tan, pero tan pequeñito, que nunca le pasaba nada.

El recuerdo más intenso que tengo de cuando era niño, antes de aprender a hablar y a entender los complejos códigos que utilizaban los adultos, es la fuerte impresión que me provocaba el tamaño de las cosas. Todo me parecía desaforado. La imponencia de las puertas y un poco menos de las ventanas, la infinita extensión de los pisos y los techos.

Lo peor de todo eran los movimientos súbitos de las cosas. Cualquier cosa más o menos grande (una persona adulta, un caballo, una bicicleta, una puerta) que se moviera inesperadamente a mi alrededor me daba la impresión de que el mundo se me venía encima, que nada era estable, que no se podía confiar en nada que estuviera quieto. Cuando aprendí a caminar tuve cuidado de vigilar los objetos a los que me asía para pararme o sentarme: vigilaba durante un largo rato una mesa hasta convencerme de que no iba a saltar en cuanto la tocara. 

Poco a poco aquella emoción se fue perdiendo y me fui acostumbrando a la idea de que todo estaba moviéndose, todo el tiempo, sin que los adultos parecieran notarlo. O –peor aún- quizá simularan no darse cuenta. No sólo se movían, sino que, además, cambiaban de tamaño constantemente de acuerdo con las circunstancias.

Cuando estaban presentes mis tías o abuelas, las mesas, las sillas y el resto del mobiliario mantenían una estructura más o menos fija, pero en cuanto se iban y me quedaba solo, duplicaban o a veces triplicaban su tamaño. Si les pegaba unos gritos, entonces se achicaban. Fue a partir de los cuatro o cinco años que adopté la costumbre de andar siempre solo por todos lados. Porque las cosas se comportaban conmigo con mayor espontaneidad y dignidad que con el resto de la gente. Fui comprendiendo que vivía en un mundo muy misterioso, donde era necesario que cada una de las cosas existentes contara mentiras continuamente para que el todo pareciese verdadero.


Enrique Symns


 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Esa belleza, por John Berger

Mineros, por John Berger

M, por Luna Malfatti