El arte de volver sin haberse ido, por María Negro

A veces no sabe quién es. A veces se acuerda de cada detalle. Me mira llegar todas las mañanas y se presenta con formalidad. “Cómo le va, señora, mucho gusto” y sigue con su tecito. Nada parece resultarle trascendente hasta que su hija le acerca la caja con las fichas de dominó. Sus ojos se iluminan y acomoda en la blanca mesa, una por una las fichas. “¿Usted sabe jugar?”, siempre digo que sí y la nena que la habita salta de alegría. De pronto me regala una sonrisa que nos va a acompañar un buen rato, hasta que la pregunta retorne inevitablemente: “¿Vos quién eras?” Hasta los 86 años caminó 9 kilómetros por día. “Para mantener este culo”, dice y se baja los pantalones para espantar toda duda de que se está refiriendo a su culo y a ninguna otra cosa. Un día se despertó y cerró con llave la puerta de su casa del lado de adentro. Como un símbolo total. Y ahí quedó, sentada en una silla de su comedor hasta que la sacó la policía varios días después. -¿Vos quién eras? - Amig...