El día que el lobo se comió a Caperucita, por María Negro




Una escuela pública de la ciudad de Barcelona acaba de eliminar de su biblioteca infantil el cuento de Caperucita Roja y un 30% de los libros por considerar que su lectura “fomenta valores sexistas y discriminatorios”.

La comisión de género de la escuela Taber es noticia por llevar adelante esta medida donde aclaran que, en realidad, deberían haber quitado otro 60% de los libros pero no lo hicieron para no dejar la biblioteca ‘vacía’.

Antes (y después) de tragar saliva con la noticia, habrá que tomar algunas consideraciones sobre el hecho. A saber, cuál es la responsabilidad social que tiene la literatura en nuestros actos, y cuál es nuestro deber frente a la literatura de nuestros antepasados.

Como primera cuestión, considerar que aquello que forma nuestras conductas se encuentra dentro de los cuentos que nos han criado, es un análisis incompleto, pero no parece mal intencionado. Sobre todo en los cuentos que llamamos ‘clásicos’, de los que solo conocemos las adaptaciones, hay una clara intencionalidad de formación sobre las conductas que necesitaban ser educadas en el tiempo en que fueron escritos.

El peligro del bosque, por ejemplo, era una alusión específica que intentaba generar un temor sobre el espacio natural donde vivía y se desarrollaba la familia campesina europea que, frente a los cambios sociales, debía ser empujada hacia las ciudades donde era necesaria para desarrollar las incipientes industrias, como mano de obra.

Pero esta ‘tarea’ educativa de la literatura es más vieja que Esopo.

No hay novedad alguna en esta denuncia, digamos que fuera una denuncia. Es tan válida como la crítica al encuentro entre la zorra y las uvas, el lenguaje es un arma en manos de quien conoce su forma y manipula su contenido.

¿Deberíamos, entonces, sacar todos los libros de Esopo de nuestras bibliotecas? ¿Debemos eliminar La Ilíada por su carencia de heroínas?

Cada texto, cada cuento, cada libro está escrito por su autor o su autora, pero también por su tiempo. La censura de esta comisión de ‘género’ sobre la literatura es un acto criminal, no hacia los cuentos de Grimm, que no precisan de un estante para seguir con toda salud, sino, precisamente, contra aquello que pretende defender: las mujeres violentadas.

Intentar un simplismo de tal magnitud, solo acrecienta la ignorancia sobre nuestra propia historia. Caperucita, con su canasta con manzanas, fue enviada al bosque donde se encontraba el Lobo feroz. Hablemos, entonces, de Caperucita con nuestras Caperucitas. Colaboremos con la relectura de aquellas obras literarias que dejaron -¡para siempre!- escritos que nos muestran los espejos que, al parecer, es más fácil censurar que darse el trabajo de analizar en voz alta y sin prejuicios.
Si intentamos educar(nos) en otras miradas, en nuevas concepciones sobre los géneros y su intervención en el mundo, debemos ser críticos y pacientes con nuestros antepasados que han hecho la gran contribución de ponernos al alcance el registro de aquello que nos ha construido, sin embellecerlo.

Somos las princesas que solo despertaban con un príncipe, ¿quién nos mantuvo dormidas?
Somos las incapaces de escapar de los dragones sin ayuda, ¿quién nos ha incapacitado?
Somos las fregonas de los cuentos, ¿quién necesita todo limpio para evitar enfermedades en la casa?

Los caminos que se presentan como breves, son los que nos separan históricamente del lugar al cual debemos llegar: el responsable directo de que nos hayan dormido con cuentos. El gran beneficiado por los Pulgarcitos abandonados por el hambre de sus padres. El verdadero bosque no se tapa con un lobo censurador. Debe ser analizado, re pensado, estudiado y, sobre todo, ¡leído! para acercarnos a alguna conclusión.

La tarea de las escuelas debe ser la educación libre, gratuita y laica de los pueblos. Y no hay educación posible si no se educa en el pensamiento crítico. Si no sacamos de los bosques la censura disfrazada de progresismo, a patadas.

A favor de todas las Caperucitas que nos esperan. A favor de todos los lobos, que no merecen el fuego inquisidor, sino la oportunidad de una sociedad reconstruida. En defensa de la literatura, del arte, en todas sus formas. Incluso, como elemento de educación.


María Negro


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