Águila que no ha de morir, María Negro



El mundo se sacude. Ruge, como en un nacimiento. La Revolución transita sus primeros duros años, y pronto conocerá la traición, ese ejercicio que está vedado al enemigo. Los enemigos no traicionan. Emboscan, persiguen; pero no traicionan.

Ha pasado un siglo desde que el asesinato de Rosa Luxemburgo se transformara en el primer triunfo del nazismo. Con un cuerpo pequeño, pero sin ninguna fragilidad, Rosa era considerada el “águila de la Revolución” por el mismo Lenin. Al leerla, no solo se encuentra a una gran escritora sino, efectivamente, a una lúcida analista del marxismo.

“Sin duda los líderes que se echan hacia atrás terminan siendo empujados a un lado por las masas… La tarea de la socialdemocracia y sus líderes (refiriéndose al Partido Socialdemócrata Alemán), no consiste en dejarse arrastrar por los acontecimientos, sino en adelantárseles conscientemente, observar las directrices de la evolución, acortando el período de desarrollo de acción consciente y acelerar su avance.”

Sobre un escenario colocado a los pies del espectador, Alejandra Arístegui y Nati Iñón componen una duplicidad de Rosa en su sentido literal. Duplican la complicidad con la que el arte aborda la figura del águila y la muestra erótica, viva, furibunda, herida, pero siempre alta, como la luna que observa desde el cielo.

“Vieja puta” sigue siendo el insulto preferido de los incapaces. La crítica al paso del tiempo o a la sexualidad continúa como espacio común de aquel que no tiene ni las agallas ni la fortaleza para responder y cae redondo, entonces, sobre el charco del insulto. Vieja puta, le gritan a Rosa los traidores que van a asesinarla, y que aquí tienen formas surreales;  Gonzalo Braz y Martín Laurnagaray se escapan de la historia para transformarse en músicos de esta ópera que no se dedicarán solo a la música, sino a salirse de los cuadros determinados para alcanzar ese pequeño bocado (vieja, vieja puta) y sacudir, nuevamente, a los que deseamos tomar a Rosa entre las lágrimas de Alejandra y levantarla tan alto como merece.

Detrás, la increíble voz de cámara de esa otra Rosa espejada en el cuerpo de Nati, conmueve en la oscuridad. Texturiza el escenario. Se acompañan en el miedo y en la duda, compañeras en lo inesperado de ese puñal en forma de culata de revólver que se clavará en la historia.
Luis Mihovilcevic juega de espaldas a nuestros ojos. Otra vez, la idea surreal del movimiento teatral sorprende, seduce y compone una forma onírica en un relato que no se entrega a la muerte absurda, sino que sobrevive en la inquietud de los espectadores.

¿Qué define la mano que ejecuta la traición?
¿Dónde aguarda el fantasma de Rosa que tanto nos invoca?

La historia, esa aliada de impasible lentitud, aún no ha resuelto ni lo uno ni lo otro. Tal vez por eso nos sigue llamando con esta insistencia.

Rosa Luxembur Oper es un ejercicio estético, poético y político de una de las figuras más altas que construyó la intelectualidad militante en la historia del marxismo. La belleza de sus análisis no cede, ni aún con el crimen. Y el arte se rinde frente al dilema de esta señora apasionada, con su voz de pájaro en otras gargantas. Con la certeza de que fue, de que es, de que será.

Lo inevitable, viene llegando.



María Negro

Rosa Luxemburg Oper
Dirección  y composición musical: Luis Mihovilcevic
Dirección general: Alejandra Arístegui
Con las actuaciones de: Alejandra Arístegui y Nati Iñón (soprano)
Músicos: Gonzalo Braz y Martín Laurnagaray
Asistente de dirección: María Pomacusi

Teatro del Artefacto
Sarandí 760 – Caba
Domingos 19.30 horas.
Reservas: Alternativa Teatral

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