Religión digital, por Pedro Roth


Por primera vez lo que ordena la sociedad es una máquina. Una herramienta que, no en vano, es llamada ordenador.
Antes, el código era dictado por un poder extra humano que se suponía abstracto.

Cuando este poder se rompe produce una crisis y un cambio en la sociedad muy difícil de revertir.
Esta nueva verdad digital produjo una gran cantidad de creyentes, una verdad que no pide nada más que dinero para poder estar conectados. Contrario de las otras verdades que requerían tiempo, ceremonias, rezos, hábitos alimentarios y -si los cumplías- llegaba el premio de la vida eterna, etcétera.

El sistema necesita -cada vez menos- del hombre para funcionar. La elite reemplazó la esclavitud por la máquina.
Le entregamos a este nuevo sistema todo lo que sabemos y la confianza total.
Le cedemos el concepto de eternidad; el código con que se maneja está muy lejos del humanismo, son solo números.

La velocidad del cambio fue colocada por el tiempo que tardó en cerrar sobre nuestras cabezas el mundo digital.
Los herejes científicos fueron minando la realidad humanística que quedó ligada al poder otorgado por Dios. La lucha por la modernidad,  ganar tiempo, ir a la velocidad de la luz, viajar liviano cada vez más lejos sin límite ni distancia .

Toda la sabiduría quedó reducida a un rectangulito de 10 x 15 cm.

Jerusalén, La Meca, el Vaticano; todos los puntos cardinales anulados por un dialogo con un solo punto donde todos los ojos se dirigen hacia donde queda encerrada la sabiduría, y todas las consultas en lo que se cree y lo que nos orienta explica los que nos pasa: quienes somos.
Fuera de ella nada existe, y si existe pierde jerarquía. Nos examina y califica, no hay secretos para la pantalla. Y si existen estos secretos sólo necesitan tiempo para incorporarse a la nueva religión digital.

La nueva catedral es un teléfono. En él creemos, le hablamos, nos comunicamos, preguntamos, confiamos, nos orienta, contiene, controla.

Lo usamos como intermediario entre nosotros “y la verdad” en la que creemos.
Si pagamos las cuotas funciona, sino nos abandona.
Como la fe.

Aparentemente no comete los mismos pecados que los sacerdotes. Intermediaros anteriores, simples humanos, gente con debilidades, codicias, perversiones, miedos y -de vez en cuando- una pizca de santidad y bondad, de preocupación por el otro.

Lo verdaderos dueños están detrás del aparato cobrando los beneficios. Los secretos a través de los cuales nos siguen controlando como siempre.

El sistema es más económico, limpio. Sabe más sobre nosotros que nosotros mismos. Nos tiene pesados, tasados, sabe dónde estamos, nuestros deseos, gustos y conductas.

Los nuevos pecadores son los que no están conectados.
Esos son los herejes contemporáneos.

Pedro Roth


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