Roberto Arlt, el japonés impasible, por María Negro

 



Hace poco tiempo encontré una edición de La isla desierta - Saverio el cruel, por apenas treinta pesos en Parque Rivadavia. No es una edición hermosa, mucho menos prolija. Incluso, al hojear en la penumbra de la tardecita, pude ver que estaba marcada, y eso la volvió más interesante. Arlt como ejercicio escolar, pensé. Y me llevé por un dinero inexistente, el libro, y toda la historia que pudiese encontrarle adentro.

Hay algo muy íntimo y hermoso en los libros usados. Una se acerca, no solo al escritor y su obra, sino también a aquel lector, lectora, que pasó por ahí dejando alguna marca. A veces subrayados, a veces dedicatorias, a veces anotaciones apuradas sobre un margen que marca (es imposible que no marque) también nuestra lectura. Otra lectura, duplicada, asistida. 
Intervenida, como se dice en el arte.

Entonces, rescatar a Arlt del cajón de saldos, donde su buen nombre quedaba al alcance de una mesa de saldos, y llevarme con él un libro “intervenido” ya era en sí un hermoso regalo del azar, carecía de importancia que conociese el libro, la historia, que incluso hubiese otra edición más monona en mi biblioteca, presumiendo su lomo.

Tal vez por eso.

Porque los amores genuinos se pagan en sí mismos, con el premio de dar lo que uno tiene; porque a los amigos no se los deja valiendo treinta pesos, por mucho que les descuiden las ediciones.

Qué se yo porqué fue.

La cosa es que Saverio durmió el sueño de la pila de libros y el montón hasta el 26 de abril, que Roberto se puso de nuevo de cumpleaños y me dio curiosidad ir a buscar esas anotaciones escolares, esa intervención que entreví al hojearlo y abandoné sin cuidado.

Y ahí, estaba el regalo.

Alguien, en este Buenos Aires, vaya a saber dónde, había traducido minuciosamente sobre selectas palabras marcadas con fibra amarilla, del castellano de Arlt al idioma japonés.

El “castellano de Arlt” tiene ya una cantidad de análisis. El señor que “escribía mal”, fundó un estilo que acompañaba con ferocidad y un castizo que emulaba las traducciones españolas de los escritores franceses clásicos.

Probablemente nadie, en Buenos Aires del 30, haya hablado jamás como hablaban los personajes de Arlt.

¿Qué buscaba esa traducción misteriosa? ¿Entender el idioma? ¿Conocer el sentido íntimo del lenguaje de Arlt?

Las palabras marcadas con amarillo son sumamente variadas. Hay traducciones tanto de “pueril”, “robusta”, “amedrentar”, como de “vulpeja”, “cayado” o “zampoña”.

Adjetivos, sustantivos, verbos. Un listado de curiosidades (¿marcaría solo las palabras que no conocía? ¿marcaría las que llamaban su atención?) que siguen el texto con profunda precisión, hasta la página 73. Luego, nada. Un abandono que rompe esa lectura doble, casi paralela. Los sinogramas lo abandonan a Arlt y Saverio parece más solo y más muerto. El libro se rompe, aunque termine en la palabra Fin.

Tres años antes de escribir Saverio el cruel, en 1933, Arlt escribe El escritor fracasado. Ahí, en uno de sus textos más corrosivos en sus observaciones sobre el campo intelectual, Roberto se pregunta “(…) entonces mi Obra... ¿Qué era mi obra...? ¿Existía o no pasaba de ser una ficción colonial, una de esas pobres realizaciones que la inmensa sandez del terruño endiosa a falta de algo mejor?”

La esmerada y prolija traducción que se acumula sobre los márgenes de Saverio, responden la desesperada pregunta del desesperanzado. Desesperanzado de tanta sandez, de tanto terruño. 

La escritura de Arlt, la inefable palabra del escritor, es la palabra del mundo.

Su literatura escapa al endiosamiento, soporta ser vapuleada, cuelga (como contó Piglia) sobre la gran Buenos Aires que le pertenece y le rehúye, que lo admira y lo desprecia.

Justo como él hubiese querido.

Feliz cumpleaños, 友達


María Negro







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