5.55pm, por Silvia Dasso
Queridísima hermana, te parecerá extraño, como lo es para
mí, recurrir a este medio para preguntarte
sobre lo del pasado lunes.
La telefonía celular es eficiente, pero nada segura en cuanto a resguardar la
privacidad de los usuarios y dada la
gravedad de los hechos, prefiero recurrir al envío de una carta certificada.
Te pido disculpas por el tono. Mi ansiedad y angustia me han
llevado a ingerir, nuevamente, pastillas para dormir, pastillas para
despertarme y pastillas para soportar estar despierta. Mi calma es sólo
aparente; siento que me estoy
desmoronando.
Vienen a mi memoria imágenes de cuando jugábamos al dominó,
los veranos, hasta muy tarde, y el efecto que producían cada una de las piezas
al caerse en forma consecutiva sobre el paño verde de la mesa.
Anoche fui hasta el jardín, no prendí las luces, y desde la
pérgola de las glicinas en flor, arrojé el celular a la pileta. Qué
alivio...Tantas llamadas y mensajes me estaban abrumando.
Tal vez volver al recurso de la carta, volver a tomar la
lapicera y sentir el sonido áspero de la pluma desplazarse sobre el papel
encerado, sea un deseo de revivir tiempos pasados; no todos los pasados, sólo los que nos remiten a nuestras
épocas de estudiantes.
Vos, querida Emilia, en París, estudiando arte (aunque tu
proyecto tardó unos años más en concretarse, porque conociste a Antoine y
elegiste priorizar el amor).
Carlos Alberto, nuestro adorado hermano mayor, en México, D.
F. ingresando a la carrera de arqueología y yo, en Córdoba, con los viejos,
esperando terminar el secundario y participando
idílicamente de las vidas de ustedes, que no me pertenecían, pero tenían
la generosidad de compartirlas.
La militancia de papá
también me marcó, porque fue también la mía. Por ésa época- ¿recordás? -él
era delegado de Luz y Fuerza, en plena
dictadura de Onganía; y a mí me encantaba estar con él. Había noches que
me llevaba a pegar carteles, a pesar de las quejas y las preocupaciones de
mamá. Subíamos a la vieja camioneta, a punto de desarmarse, y cuando encontrábamos
una pared libre, Cachito, el vecino de
fierro, se bajaba con la brocha y el balde de engrudo. Papá, muy rápido, ponía
los afiches y yo, fascinada aplaudía,
con la mímica, para no hacer ruido. En voz baja y muerta de miedo decía: ustedes son mis héroes.
Añoro esas consignas poético-revolucionarias que nos
contabas por carta y que fueron movilizando a miles de estudiantes universitarios
en París, “Nosotros somos el poder", “ Hagamos el amor y no la
guerra", “Seamos realistas, pidamos lo imposible"
Extraño a Carlos Alberto; como seguramente lo extrañas vos.
Sus cartas respiraban fuerza y esperanza. Nos hablaba de la
resistencia organizada en Tlatelolco y
de su participación como delegado de LA UNIVERSIDAD la Autónoma de México.
Hasta aquel dos de octubre del sesenta y ocho, cuando el llamado de su novia
nos comunicó que Carlos Alberto había
sido asesinado por tropas del Batallón Olimpia, en la Plaza de las Tres Culturas; lo que después se
conoció como la Masacre de Tlatelolco. Recuerdo que ella nos dijo: fue a las cinco y cincuenta y
cinco de la tarde; yo estaba allí, detrás del muro de Rivera.
Qué tiempos, hermana. Plenos de luchas, de dolor y de
pasión. Tiempos de imaginar sociedades que leídas en clave presente se planteaban como
más inclusivas e igualitarias.
Y me veo hoy, en casa, mirando este adminículo circular con
cuadrante y malla de oro y brillantes
sobre mi muñeca, que vale más de diez mil dólares, y me pregunto cómo llegué hasta aquí.
Mejor dejemos eso. En un rato abre la oficina del correo. Me
apuró para terminar estás líneas.
Eugenio me contó que tuviste el lunes pasado, el día de la
tormenta, un episodio que lo alarmó
muchísimo.
Fuiste al cementerio muy temprano, pasaste por la Capilla y te confesaste (
¡otra vez la culpa!), y le pediste al
monaguillo, el de siempre, una pala y como no te la quería dar , pusiste dos billetes de quinientos en el
bolsillo de su alba ( abuela les bordaba y almidonaba los cuellos para que
luzcan mejor en las fotos de casamiento, te acordás?)
Dice que con la pala
fuiste directo a la tumba de Carlos Alberto, que no lo pudiste desenterrar y
entonces volviste a la Capilla y ya en la camioneta y a los empujones subiste
al monaguillo. Dice que no parabas de
repetir "cinco cincuenta y cinco”.
Todos sabemos que tu vida no es fácil, que tenés un marido
muy especial. A Euge lo requiero pero convengamos que tiene una gran facilidad
para vivir entre la realidad y la ficción;
o una gran dificultad para discernir entre una y otra. Será porque tiene
mucho trabajo en su productora, porque leyó y lee todo lo que tiene que ver con
la kabalah y la física cuántica; y
entonces le cuesta desengancharse. No sé.
Ayer, y por eso es que te escribo, en el programa de la CNN,
el que miramos siempre y después nos llamamos para comentar, estaba el socio de
Euge hablando de un nuevo proyecto para una de las plataformas de streaming.
Dijo que es una ficción, con algunos touchs surrealistas y
de policial negro. Estaba convencido y
convenció: el contenido va a dar que hablar. Eso dijo Arcidiácono. Y él sabe.
Y aquí viene el problema: por lo que escuché y pude entender, querida hermana, todo indica que el
tema somos nosotros.
Ni bien recibas esta carta te pido me contestes solo por
este medio.
Te abrazo con toda mi alma.
Victoria.
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