La figurita, por Marcelo Rubio

 



Esta historia termina con una cámara de fotos y un hombre en camiseta dando la espalda a la tribuna vacía.

Después de la muerte de mi tío Humberto, su biblioteca permaneció cerrada por diez años. Elvira, la esposa, solía decir que ese cuarto era el templo sagrado de Humberto. Cumplidos ya mis veinte años logré el permiso para abrir aquella puerta y conocer el sitio místico. Discos de jazz y música clásica habían esperado todo este tiempo en una de las paredes. El resto estaban ocupadas por libros de política, economía, filosofía, ficción, novelas. Sobre el escritorio había quedado una hoja membretada. Bajo las iniciales H.R. se podía leer “Estimado Dr. Antonio Zúñiga”. Vacié el cajón central y encontré un abrecartas, el sello de mi tío y un álbum de figuritas “Estrellas del fútbol Argentino, 1975”. No pude evitar sonreír, el viejo había sido un intelectual brillante pero con diversiones de pibe. En el 75 él tenía más de cuarenta años.

En el interior del álbum había un sobre de estampas conteniendo la número 62. En el anverso de la misma  podía leer “Antonio Zúñiga”. Demoré en advertir que a ese álbum le faltaba una figurita para estar completo, la 68: Ricardo Balbona. En el casillero vacío, un número telefónico anotado en lápiz. Sorprendido con el hallazgo husmeé en los cajones laterales. Todos ellos estaban repletos con álbumes de diferentes años, futboleros, superhéroes, animales. Cada uno estaba rotulado como “Completo”. Pero el que yo tenía sobre el escritorio no mostraba ese título.

En el almuerzo pregunté a mi tía si sabía algo sobre la colección de estampas que atesoraba Humberto.

–Él jamás contaba nada –dijo mientras me servía sopa.

–¿Y el Doctor Zúñiga, quién era?

–El mejor amigo de tu tío, hace años que no sé de él. Ni sé qué será de su vida. Era o es abogado. En la agenda debe estar el número de teléfono.

Esperé el momento en que mi tía se recostó para la siesta, busqué la agenda y llamé. 

El Doctor Zúñiga seguía ejerciendo; con sus ochenta años era un hombre elegante. Me recibió en su casona de Belgrano. Vestía traje negro, camisa y corbata de seda. Con tío Humberto se habían conocido a comienzos de la década del treinta.

–Teníamos siete años. Ya en esa época Humberto era brillante. Los dos compartíamos el gusto por coleccionar figuritas. Mirá si éramos amigos que yo siempre fui radical, y el peronista, pero jamás nos distanciamos.

Procuré encausar la conversación sobre la colección de estampas. Saqué el álbum y también aquella figurita que estaba signada para Zúñiga. Balbuceó algunas palabras cuando la tuvo en sus manos. Se levantó y volvió con un álbum idéntico al de mi tío.

– A mí me faltaban dos, a él una. La inconseguible le decíamos. Y mirá que tu tío removió cielo y tierra para conseguirla. ¡Qué obsesivo! Había contactado a la imprenta para conseguir la 68, pero tal vez los tipos pensaron que Humberto quería demandarlos o reclamarles un premio. Jamás respondieron a la solicitud. “Partiti” se llamaba la firma, se fundió en los ochenta, creo. ¿Tu tío murió en el noventa y cinco, verdad? – asentí – Ellos cerraron en el ochenta y ocho, calculo.

Coleccionar figuritas había sido la obsesión de ambos y en verdad Humberto fue quien  impulsó a su amigo.

– Para tu tío la vida era coleccionar momentos, los álbumes eran un desafío. Del vacío al todo. Igual que vivir.

Antes de abandonar la charla con Zúñiga tenía decidido mi siguiente movimiento. Deduje que el  teléfono anotado en el casillero de la 62 era de Roque Balbona. Hice el llamado, pero el tipo ya no vivía allí. La señora que atendió me dio otro número. Al parecer los Balbona era una familia querida en el pueblo pero Roque no gozaba de buena salud. Vivían a 90 kilómetros de Capital. Anticipé que buscaba al ex futbolista para un censo de jugadores retirados que organizaba la Asociación de Fútbol. 

El sábado antes del mediodía llegué a la casa de los Balbona. Llevaba una carga de nervios y en un maletín el álbum de mi tío. Era un hogar humilde, me recibió Doña Paulina, segunda esposa de Roque.

– Siempre fue muy mujeriego – me dijo con una sonrisa triste – pero a mí no me interesaba saber de sus aventuras, mientras hubiera pan en la mesa no tenía más qué pedirle.

Hacía poco más de un año que Roque estaba en el geriátrico.

– No es que esté mal, pero no se puede valer por sí solo. A veces… - la voz de Paulina se quebró, frunció la boca y pude ver las encías casi desnudas. 

Le dije que no iba a molestarlo, sólo quería saber un par de detalles.

– Se va a alegrar de verlo, yo le comenté que usted iba a venir y me dijo “mandalo para acá”. Es que no recibe muchas visitas, los chicos viven en Córdoba, tienen su familia allá y vienen para acá una vez al año.

Paulina lo visitaba dos veces por semana, le hacía mal verlo allí, de ese modo.

Almorcé cerca de la plaza principal a pocas cuadras del geriátrico. Cuando llegué me recibió el cartel “Hogar Municipal de Ancianos” y un enfermero de guardia me dijo dónde encontrar a Roque. Estaba en silla de ruedas, sentado a la sombra.

– Me dijo la Paulina que venía un señor de la Capital, pero no pensé que era uno tan joven.   

Pidió que lo acercara al sol y un cigarrillo.

– No puedo fumar, si me ven se enojan, pero hoy el enfermero ni mira para acá. 

Tragó el humo con placer, levantó la cara al cielo, los años le habían dibujado un mapa de surcos en el rostro. No me demoré, le mostré el álbum “Estrellas del Fútbol Argentino, 1975”. Roque dio una nueva pitada y me miró con cara de “¿y eso?”. Mientras fumaba le expliqué en pocas palabras la pasión de mi tío, sus colecciones de estampas. Lo sucedido con la número 68. Secretamente albergaba la esperanza de que Partiti le hubiera mandado a él una pequeña cantidad de figuritas.

– Nunca la iba a conseguir – me dijo - ¿Sabe por qué? – no llegué a responder – Porque los tipos esos jamás vinieron a sacarme la foto. Fotografiaron a todos menos a mí. Metropolitano y Nacional esperando la llegada del tipo que me retratara, ¿sabe lo que es eso? ¿Tiene idea de lo que es vivir sabiendo que a uno lo ignoran?

Quedamos un instante en silencio, él terminó su cigarro para lanzarlo al parque. Comprendí que los círculos están para cerrarlos, no importa el tiempo ni el esfuerzo que lleven. Salimos del geriátrico sin que nos vieran los enfermeros, a la vuelta había una cancha de fútbol con una pequeña tribuna. Le pregunté a Roque si podía mantenerse de pie unos segundos. Se alisó la camiseta blanca y lo hizo. Dos días después él recibía una copia de la foto y yo pegaba la figurita 62 en el álbum.


Marcelo Rubio

Ilustración: Muestra "Figuritas, apariciones futboleras en el arte argentino", del 26/11 al 26/02
Miércoles a domingos 15 a 20 hs.
Curaduría: Jesu Antuña, Joaquín Barrera y Marcos Krämer
Casa del Bicentenario - Riobamba 985
Entrada gratuita

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