Llueve en Okinawa, por Juan Carlos Capurro

 


Son como pequeñas luces de fuego. Caen del cielo. La niña mira esa lluvia intermitente que lanzan los aviones.
El napalm quema los arrozales. Hay que huir. La niña huye de Okinawa con sus padres. Suben al primer barco posible. Adonde sea. Llegan a Buenos Aires, donde del cielo llueve trigo. Junto a otros okinawenses, fundan una tintorería en la Avenida Canning. La niña se hace mujer. Y se casa con un joven japonés. Tienen cuatro hijos varones. Uno de ellos, César, sin renegar de la tintorería, siguiendo la antigua tradición de la familia de su madre, se convierte en samurai. Con una diferencia; César no lucha para un señor feudal, sino junto a los trabajadores.

Durante una hora que pasa sin que podamos advertirlo, tres personas nos transportan a la vida de Cesar Arakaki, protagonista de "Tintorero", obra dirigida por Iván Moschner, con escenografía de Luciana Morcillo.  Las tres fuentes de la obra, su director, su actor y su escenógrafa, constituyen un colectivo indisoluble. La profunda belleza del resultado, surge de esa rara conjunción de talentos.

Arakaki cuenta su historia. La de su familia. De cómo llegaron a la Argentina desde el Japón en llamas. Desde aquel Okinawa, lejano arrabal de Tokio, en donde se reclutaba a los sectores más pauperizados para ir a la guerra. Fueron los únicos que lucharon cuerpo a cuerpo contra el enemigo, como dictaba la tradición. Cuenta como su madre se fue consumiendo, lentamente, por la melancolía, sin poder superar aquellas luces de fuego que llovían sobre Okinawa. Como su padre, aun pleno de defectos, les enseñó que el honor, en las peores circunstancias, obliga a cumplir con los compromisos. 

En esa mezcla de lo sublime y lo pequeño, Cesar Arakaki mantiene sin esfuerzo un monólogo que no se siente. Es apenas una reunión en la que el protagonista nos va llevando por sus vivencias. Las que lo forjaron. Por las de su infancia, plena de sutilezas. Por la de sus luchas, que lo llevan a ser detenido y encarcelado, a pesar de que la supuesta víctima de su delito, declara que él no cometió delito alguno; que él es inocente. Y sin embargo es condenado, como en aquella fábula oriental donde un espíritu golpea al caminante que limpió su altar, "porque solo hay castigo para los buenos".

Uno de los momentos que mejor expresan la altura de lo que vamos viviendo con la obra, es cuando Arakaki cuenta cómo conoció a su mujer, la madre de su pequeña hija. El samurai se transforma allí, en la tradición de los haikus, en poeta. Es la conjunción de lo que el actor contó, el director plasmó en texto y la escenógrafa puso en el acto de los objetos. Hay un vaivén entre las palabras de alegría a través del cuerpo que las transmite y el espacio escénico que las contiene. Alquimia del teatro.

Perderse "Tintorero", quedando tan pocas funciones, puede ser una pena. Pero es tan buen teatro que no tengo dudas de que las funciones seguirán más adelante. Lo sólido, en poesía, no se desvanece en el aire. 


Juan Carlos Capurro


Tintorero
Dramaturgia y dirección: Iván Moschner
Actúa: César Arakaki
Escenografía y vestuario: Luciana Morcillo

Sala Pasaje Artesón - Palestina 919 - Caba
Sábados 22 Hs.
Entradas por Alternativa Teatral o en el teatro.


Comentarios

  1. Espectacular obra! Cada uno en lo suyo son lo mejor. A no perdérselo!! Es un pedacito d vida y d corazón!!!

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