El acusado, un cuento de Martín Buber



Cuentan: En Viena el emperador promulgó un edicto que agravaría la mísera condición de los judíos en Galicia. Por aquellos años, un hombre serio y estudioso llamado Feivel vivía en la casa de estudio del rabí Elimelekh. Una noche se levantó, entró en el cuarto del rabí y le dijo:

-          - Maestro quiero entablar una demanda contra Dios

Lo decía y sus propias palabras lo aterraban.

El rabí le contestó:

-          - Está bien, pero el Tribunal no sesiona esta noche.

Al día siguiente dos maestros llegaron a Lizhenk, Israel de Koznitz y Jacobo Yitzhak de Lublin y pararon en casa del rabí Eimelekh. Después de la merienda el rabí llamó al hombre que le había hablado y le dijo:

-          - Explícanos ahora tu demanda
-          - Ahora no tengo fuerzas para hacerlo – balbuceó Feivel
-          - Yo te doy la fuerza – dijo el rabí

Feivel comenzó a hablar

-          - ¿Por qué nos mantienen en servidumbre en este imperio?  Acaso no dice Dios en la Torah: Los hijos de Israel son mis servidores. Nos ha enviado a tierras extrañas, pero debe dejarnos en libertad, para que le sirvamos.

A esto el rabí Elimelekh contestó:

-         -  Ahora el demandante y el demandado deben salir del Tribunal, como quiere la ley,  para que no influyan en los jueces. Retírate, pues, rabí Feivel. A ti, señor del mundo,  no podemos pedirte que te vayas, porque tu gloria llena la tierra y sin tu presencia no podríamos vivir un momento. Pero tampoco dejaremos, Señor, que influyas en nosotros.

Los tres deliberaron en silencio y con los ojos cerrados. Al atardecer llamaron a Feivel y le comunicaron su fallo: su demanda era justa. En ese momento el emperador canceló el edicto.

Martín Buber

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