Lo que había para ver en el Di Tella, por Giancarlo Quadrizzi


La Orestíada




En el Di Tella podíamos ver obras teatrales, exposiciones de artes plásticas y conciertos de todo tipo. Hubo una vez un espectáculo que se llamó “Beat Beat Beatles”, donde tocaron Javier Martínez y Claudio Gabis con sus respectivas bandas, y eso les dio la oportunidad de conocerse.

Allá vi El Desatino de Griselda Gambaro, en 1965; Tiempo Lobo, de Carlos Trafic y La Orestíada de Esquilo dirigida por Rubén De León (ambas de 1968), esta última, una obra con amigos: Marcelo Sztrum, Juan Carlos Comoglio (quien se retiró del elenco en la etapa de los ensayos), Mario Rabey, Eduardo Mosner, Alfredo Slavutzky, Víctor Kesselman. También estaban Graciela Dellepiane, Tabita Peralta y Pepe Romeu. Participaba asimismo de ese elenco el recientemente fallecido Lorenzo Quinteros. Comoglio, ese muchacho que había desistido de actuar en la obra, era un amigo nuestro muy singular. Tenía una especie de percepción directa de las cosas, acompañada por mucha agudeza mental, todo envuelto en una cierta inocencia, y una forma muy personal de hablar y reaccionar ante lo que sucedía a su alrededor. Recuerdo que escribía –aunque nunca leí nada de él- y que vivía la música con intensidad. De hecho, hemos ido a su casa de Caballito donde escuchábamos discos y quienes sabíamos tocar un instrumento, tocábamos. Una noche estuvimos con Miguel Abuelo y Daniel Irigoyen. Sonaba fuerte en el tocadiscos “Rock me baby”, por Albert King. Luego nos pusimos a tocar la guitarra y cantar. Cómo sería de notable su persona que Rubén de León le dedicó su puesta de La Orestíada, y de la siguiente manera: el bonito auditorio del Di Tella tenía dentro de su estructura técnica la posibilidad de proyectar imágenes sobre el fondo del escenario, lo cual se hacía con diapositivas. Momentos antes de que comenzase la obra, y antes de que se apagaran las luces, aparecían en la pantalla dos dedicatorias: “A John Coltrane”; “A John Comoglio”. En la noche del estreno él estaba presente: se había sentado en una butaca próxima a la mía, un poco más adelante, y vi su reacción de sorpresa y regocijo cuando leyó aquello. Lamentablemente no hemos sabido más nada de él desde aquellos tiempos. En lo musical, Rubén de León armaría cierto tiempo después La Banda del Paraíso, en la cual tocaba las tumbadoras y cantaba, de pie en el centro del escenario. Tuve el gusto de encontrarlo hace poco en el homenaje que le hicimos a Tanguito en Caseros, su ciudad, donde cantó unos  buenos  blues  acompañado por Jorge Senno en guitarra. En cuanto a exposiciones, me gustaban las obras de Rómulo Macció.

Y estaban también los happenings, esas performances que se hacían en cualquier momento y lugar y donde cualquiera que estuviese presente podía participar. Para la época eran algo muy transgresor: la gran abanderada era Marta Minujín.

También fui a ver a Manal allí, en un concierto que dieron, de corte muy jazzístico. Y se proyectaban los títulos de los temas que tocaban, en la pantalla de fondo. Me acuerdo sólo de uno: Los 500 millones de la Begún.




Giancarlo Quadrizzi

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