La maga de la poesía, por Patricia Kolesnicov
Con la palabra de
poder
nómbrala y mátala
Exactamente eso decía ella, hace treinta y cinco años, en el
poema “Para destruir a la enemiga”. Olga Orozco, la poeta, levanta sus párpados
sombreados de turquesa y sigue hablando de un enemigo. Pero ahora dice que es
el tiempo: “El que te deteriora y te mata”. Y que su tentación es violentar el
tiempo. “No sólo me tienta hacerlo retroceder; también hacerlo simultáneo,
alternarlo, como si lo venciera. Lograr esto, o intentarlo, es hacer retroceder
a la muerte, aunque sea por un momento”
Olga Orozco supo del Tarot y las videncias. Daba su pelea
con las armas de la magia. “Estaba buscando trascender -dice desde sus ojos
verdes- todas las limitaciones: esta realidad que te somete a reglas como las
leyes de causa y efecto, como las leyes del tiempo. Trascender este yo, la
limitación de ser este yo y ningún otro”
Olga Orozco nació en 1920 en Toay, un pueblo de La Pampa,
donde los médanos volaban. Tuvo una abuela que le contó cuentos durante tres
décadas. En Bahía Blanca, a los 14 años, una sombrerera italiana que se llamaba
Teresa vio que había en la intensidad de la chica condiciones para el
ocultismo. En las calladas tardes de esa Bahía Blanca, la sombrerera Teresa le enseñó a esa niña pampeana los
secretos del Tarot, sus arcanos mayores y menores. Y la niña supo de reyes y de
locos.
Después tuvo una gata, Berenice:
Algo más que la
piedad, que providencia y desatino
erigió nuestra carpa
invulnerable entre las carcomidas fundaciones.
Algo que comenzamos a
saber entre un plato de leche
y huesos, sólo los
huesos de desapariciones, tan duros de roer.
Con una amiga, María Julia Onetti, la poeta hizo el
horóscopo de Clarín entre 1968 y
1974. Firmaban “Canopus”. Así lo recuerda: “Lo hacíamos a conciencia, de la
manera rigurosa en que se puede hacer un horóscopo estático”. Los lectores lo
seguían y hasta pedían que su palabra interviniera directamente en el destino: “Una
señora me escribió que su marido tenía relaciones con una mujer más joven. Me
decía que le aconsejara a Géminis que volviera a sus amores de siempre, aunque
le parecieran rutinarios, y olvidara los deslumbramientos momentáneos.”
- ¿Se puede encontrar
una forma bella de escribir hasta los horóscopos?
- Sí, absolutamente, se le puede poner belleza a todo, hasta
a la tabla de multiplicar; si se tiene talento, se puede. Mi poema “La
cartomancia” es una tirada de cartas real, una tirada que me hice a mí misma.
No dormirás del lado
de la dicha,
porque en todos tus
pasos hay un borde de luto que presagia
el crimen o el adiós,
y el Ahorcado me
anuncia la pavorosa noche que te fue destinada.
Hay una anécdota que esta maga de la poesía gusta contar.
Dice que el Tarot tuvo algo que ver en su segundo matrimonio: “Era la segunda
vez en mi vida que lo veía y no me había impresionado tantísimo como para que
aspirara a compartir con él el resto de mi vida. Él estaba en un mal momento,
le conté por qué y le dije que no se afligiera, que la mujer de su vida estaba
a las puertas y se la describí. Daba la sensación de que hubiera buscado mi
propia descripción. Le dije que era artista, que tenía ojos claros pero que era
morena y puse además miles de calificaciones excelentes sobre esa persona: era
bondadosa, era comprensiva, talentosa. Yo leía honestamente las cartas de Tarot
y él anotaba cada palabra. Después fue mi marido, y cada vez que yo hacía algo
que no le gustaba -que fueron pocas veces- sacaba ese pape del bolsillo, lo
leía y me decía: ‘Mirá el retrato que te hiciste…’”.
Aunque habla de magia en pasado, la poeta cuenta que “muchas
veces escribo con una piedrita negra en una mano, a veces con dos piedras: una
de Sicilia, donde nació mi padre, y otra de San Luis, donde nació mi madre”
- ¿Para qué esas
piedras?
- No sé. Como para pedir ayuda. Y a veces escribo con una
piedrecita negra que me dio el primer chico del que me enamoré. Las piedras, yo
creo de verdad, están vivas. No creo que estén muertas. Creo que tienen una
vida lenta. A medida que las tocas, puedes llegar a sentir como un latido. A mí
me ayudan a evocar cosas, además tienen energía. Las elijo y las quiero. Las
junto, inclusive. Siempre junto piedras y cosas por las playas. De Grecia, del
Cabo de Nueva Esperanza, de México.
- Cuando vuelve a la
misma piedra, ¿lo hace buscando la sensación que tuvo antes?
- No. Pero cada piedra convoca un ámbito diferente.
- Alguna vez usted
dio un argumento astrológico para rechazar la invitación a entrar a la Academia
de las Letras.
- La primera vez que me propusieron entrar a la Academia de
las Letras fue cuando murió Victoria Ocampo. Yo no tengo pasta de académica; no
es que vea mal que entren otros, pero yo no me veo ahí, no siento ninguna
energía que me espere allí, no veo una silla favorable para mí -dice, y se le
escapa la risa-. Entonces piensan que no acepto por motivos esotéricos. En
realidad, ése fue el motivo que di. Dije eso, y que no veía en mi horóscopo
ninguna señal de que tuviera que aceptar.
- ¿Lo decía
seriamente?
- Por supuesto que yo lo decía seriamente -pone mirada de
ofendida por la duda-. Lo decía seriamente, pero no lo pensaba seriamente.
Ella se inquieta en la silla y asegura que la magia quedó
atrás: “Me pareció que era una manera bastarda de trascender el tiempo. Porque
una hace descender, de alguna manera, fuerzas que son oscuras, poco manejables.
El Tarot, la práctica de la videncia dan una omnipotencia que es falsa. Creo
que lo mismo se trasciende a través de la plegaria y de la poesía misma.
También con la poesía puedes llegar a trastornar todos los tiempos, a
confundirlos, barajarlos, ordenarlos como se te da la gana. Puedes resucitar a
los muertos, vivir otras vidas, ser otras”.
- ¿Usted cree
realmente que la magia es un intento de intervenir las leyes del tiempo?
-Sí, en las leyes del tiempo y de la física. Pero la poesía
también interviene, aunque de otro modo. La poesía es un juego peligroso porque
no es lineal, como la prosa, sino que va hacia lo alto o hacia las
profundidades y una se sumerge buscando los elementos que quiere encontrar, que
no son justamente los externos. No es fácil llegar a eso, a esas respuestas. Y
a veces una queda unida a la superficie por un hilito. No sabe muy bien cómo va
a hacer para regresar porque se ha quedado observando muy, muy adentro.
- Dijo que empezó a
escribir porque sentía que había preguntas que no tenían respuestas: ¿Qué
quería saber?
- ¡Vaya que quería saber! Quería justamente saber cosas que
aún no tienen respuesta para mí. Cómo era Dios, que me lo dibujaran. Incluso
hice una vez un dibujito y le pregunté a mi madre si así era Dios. Era un
dibujito con un perfil humano que debía ser algo monstruoso porque yo trataba
de que fuera lo incomprensible, lo enigmático. Yo tenía cinco años y no podía
pensar en la belleza de Dios, pensaba en el poderío de lo desconocido. Quería
saber por qué, si yo tenía un ángel de la guarda, él no me alcanzaba o no me
explicaba las cosas que le pedía. Cosas como por qué el viento trae sólo
viento, que además es mentira, porque el viento trae muchas cosas y lleva
muchas cosas, como cuenta Lo que el
viento se llevó.
- En La Pampa el
viento se ve.
- En La Pampa el viento es casi ciclónico, trae cardos
rusos, trae hojas secas. Incluso llevaba los médanos, que cambiaban de lugar
con el viento. Ya no está el médano que estaba ayer en el fondo de tu casa…
- Y un médano parece
una montaña…
- Sí, y tiene un volumen. Una se sorprende porque no ha
pensado en la liviandad de la arena sino en el volumen del médano. Ése es uno
de los juegos más deliciosos que una tiene de chica: jugar con la arena.
En tanto levantáis,
insaciables arenas,
médanos fugitivos que
cumplen en el viento un sombrío destino.
- ¿Sigue escribiendo
para contestarse preguntas?
- Naturalmente,
yo siempre he escrito para contestarme preguntas. Incluso creo que me contesto
a mí misma con otras preguntas. Sin pretender definir la poesía, que siempre se
escapa por todos los costados por más que una pretenda definirla, creo que la
poesía es eso, una permanente pregunta. Por más que uno conteste con
aseveraciones, en realidad esa respuesta es también una pregunta.
- Eso prueba los
límites de la capacidad de preguntar.
- Y claro. Se acaba. La última pregunta no tiene respuesta,
o la respuesta nos está vedada. Viene el silencio. Hay sellos que no se pueden
levantar desde este costado del mundo.
Tú me preguntas nada,
nunca
porque no hay nadie ya
que te responda.
El tiempo de las preguntas, de las cosas pasadas por el
viento, fue también el de su abuela María Laureana. Olguita, la escritora,
creció con los relatos de esa mujer que había nacido en San Luis. Como si la
literatura se transmitiera de abuela a nieta, fue la abuela de su abuela, una
irlandesa, la que trajo las historias a la familia. Y esta señora poeta se
reconoce en esa genealogía: “Mi abuela era como una maga blanca, una persona
que imaginaba un cuento distinto todos los días. Cuentos de hadas, de demonios,
de castillos encantados, de tesoros enterrados. Eran esos cuentos donde hay una
palabra de poder que abre las aguas y una puede hundirse hasta el fondo y
rescatar a alguien vivo que está todavía allí no se sabe cómo. María Laureana
murió a los 97 años, cuando yo tenía 28, y hasta entonces seguía contando”.
- ¿Los cuentos eran a
pedido suyo?
- Sí, yo le pedía y ella empezaba sin titubear. Eran cuentos
o historias. Ella había nacido a mediados del siglo pasado y presenció hasta malones. Había tenido una
prima -ella era muy rubia, con ojos azules; la prima Lucía también- y durante
un malón esta chica no se había guarecido, se había quedado sola caminando por
no sé dónde y un cacique la llevó en su caballo a medida que le decía: “Ir
dando besos”. La prima Lucía estuvo como quince años en esa toldería. La mujer
principal del cacique, una señora anciana, la ayudaba a escapar, pero la
muchacha caía siempre en tolderías de caciques amigos. Cuando consiguió huir ya
tenía treinta años y se encerró y no salió nunca más. Pero tuvo para siempre
las cicatrices en las plantas de los pies, todas cortajeadas, por las heridas
que le habían hecho para que no se escapara. De eso hablaba mi abuela María
Laureana.
De todos los que
amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,
las mismas poblaciones
con olor a leyenda,
no quedan más que
nombres a los que a veces vuelven como a un sueño.
- En sus poemas
aparecen el amor y el abandono. ¿Usted tuvo grandes amores?
- Amores intensos.
- ¿En qué consistía
esa intensidad?
- Yo no soy una persona insensible ni indiferente. Creo que
no todo el mundo tiene la capacidad de enamorarse con intensidad ni de hacer
que los amores sean duraderos. Hay gente que confunde la emoción con un
sentimiento, entonces vive cosas pasajeras. El amor verdadero es de otro modo,
es pensar más en el otro que en sí mismo.
- ¿Hay gente que
busca el reflejo de sí misma?
- Eso es un narcisista, no un enamorado. En el amor hay una
cosa de entrega, de dedicación al otro, que no siquiera uno sueña con confundir
con la abnegación: hay alegría en eso. Pero, además, hay que ser capaz de
jugarse esas apuestas.
- ¿Qué queda en uno
cuando se terminan esos amores?
- Queda la intensidad de la pena, que es la otra cara de la
moneda. Uno sabe desde el comienzo que cuando existe un sentimiento poderoso la
ausencia va a determinar también otro sentimiento poderoso, pero penoso.
- Hace falta una
cierta generosidad para no ir para atrás, para no asustarse…
- Yo no le tengo miedo a la vida, le tengo miedo a la
muerte. Aunque sea un gran dolor, vale la pena la apuesta. Es como en la poesía
misma: uno no tiene ninguna esperanza de acertar con el centro justo en la poesía,
con lo que uno quiere decir plenamente; sabe que siempre va a ser una
aproximación y, sin embargo, sigue apostando.
- ¿La poesía se nutre
del amor en su plenitud o de la ausencia?
- Yo estoy con el proverbio español: boca que besa no canta.
Mis poemas de amor siempre son a la ausencia. La dicha plena se basta a sí
misma, no necesita de palabras anexas ni nada.
Porque indefensos
viven los hombres en la dicha
y solamente entonces,
mientras muere a lo lejos su vana melodía
recobran nuestros
rostros una aureola invencible.
- ¿La poesía es un
momento de indefensión?
- No, es un momento de fuerza. Por lo menos es la intención
de la fuerza. Uno siente que está hablando con todo, con todo el universo y con
todas las personas.
- La oscuridad es otro sol, También la luz es
un abismo y La noche a la deriva
son tres libros suyos. ¿Qué le pasa con la noche y el día?
- La noche es para descubrir secretos, para internarse en
sensaciones abismales. Yo digo que la oscuridad es otro sol: ocurren muchas
cosas de noche. No es el negro absoluto. Ahora, una tiene que entrar allí con
una lámpara. Lo que recoges en la noche lo tienes que llevar a una claridad
suprema. Llevarlo a plena luz, a una luz casi hiriente.
- ¿El día es menos
intenso y menos amenazante?
- Hay horas del día que no soporto; las horas de la siesta,
por ejemplo; no sé qué hacer en esas horas. Si duermo me hace daño y si no
duermo es la hora más expuesta, más peligrosa. No sé si me vendrá desde chica:
era la hora en que me obligaban a dormir la siesta y me escapaba, me trepaba a
los árboles, comía fruta verde y después estaba enferma.
- Todo queda en la
memoria.
- Curiosamente, cuando le conté esto a un psicólogo me
preguntó: “¿A qué hora murió tu padre?”. A las tres de la tarde. “¿A qué hora
murió tu madre?”. A las dos de la tarde. “¿A qué hora murió tu hermana?”. A las
dos de la tarde. “¿A qué hora murió tu marido?”. A las dos de la tarde. Desde
antes le tenía terror a esa hora.
- Una hora de la
desgracia…
- Fue la hora que me fue dejando sola.
-Una hora muy
luminosa.
- No; es muy fea.
Nuestro largo combate
fue también un combate a muerte con la muerte poesía.
Hemos ganado. Hemos
perdido,
porque ¿cómo nombrar
con esta boca,
cómo nombrar en este
mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
Olga Orozco, la poeta, se queda mirando fijo. No le gustan
las entrevistas. Y menos le gustan las cámaras. Dice que muestran cambios que
no quiere que ocurran. Hace poco le preguntaron cómo preferiría morir y
contestó con certeza: “De ningún modo”. Y es una mujer que prefiere no ver el tiempo en su cuerpo.
- ¿Usted se ve
siempre como era antes?
- No... más o menos. Pero una tiene una idea embellecedora.
Ahora, cuando me miro al espejo, me parece que va a decir “Fin”. Entonces me
voy alejando despacito.
Patricia Kolesnicov
(Extraído de El Libro de las Grandes Entrevistas - Revista
Ñ. Reportaje realizado para la Revista Viva, 16 de noviembre de 1997)
Gato por liebre
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