Historias de Encierro: "Te voy a matar", por Silvia Dasso
Decidí aceptar la invitación de Jazmín; la tartaranieta de Felicitas Guerrero asesinada por su amante el 29 de enero de 1872.
Había sido el primer femicidio producido en la aristocracia
argentina.
Hacía mucho que no nos veíamos y por un amigo en común, Manu
Santamarina, volvimos a contactarnos.
Yo venía mal, muy contrariada, con permanentes dolores de
cabeza y sensible por demás a todo lo que me pasaba.
Hasta hace poco fui hipocondríaca y con estados de ánimo muy
variables. El MSD lo define como "trastorno bipolar".
Además de practicar yoga y hacer terapia dos veces por
semana tomaba 4 gotas de Clonazepan diarias recetadas por mi psiquiatra. Mis
avances eran muy lentos pero estaba esperanzada.
Nunca quería que llegue la noche. Le temía a mis pesadillas.
Eran sumamente angustiantes y siempre me encontraban peleando por mi vida.
Mi lugar de trabajo fue el Ministerio de Relaciones
Exteriores. Había entrado por concurso. La idea era estar unos años y después
renunciar. Me pagaban bien y había formado un equipo de profesionales que era
el orgullo del Cónsul. Estaba tan fascinado con nosotros que todos los viernes
nos invitaba a un "After Office" por San Telmo pero lo mejor llegaba
cuando Paul, su pareja, lo venía a buscar.
La cuenta "gastos de representación" era exclusiva
para nuestro uso y siempre abierta para lo que quisiéramos consumir. Sólo tenía
que firmar. Por razones obvias yo era la que menos tomaba.
Me alegró saber que a Jazmín la vería pronto. No tenía idea
qué celebraba; si es que había algo para celebrar.
Me mandó a decir por Manu que la fiesta era el jueves y que
la consigna, con respecto a la ropa, era de estricto "code black".
El lugar; la casona de siempre, en Alvear abajo.
Ir a la fiesta de negro me pareció genial porque todo mi
placard con piyama incluido coincidían con el código elegido.
Enseguida tuve claro qué me iba a poner: pantalón de cuero
negro, remerita ajustada y mi campera preferida de flecos.
Igual, quise estrenarme algo. Pensé en zapatos. Puse mi
tarjeta de crédito en la mochila y antes de entrar al trabajo iría por ellos.
Sabía que tipo de tacos quería. Los vi en la vidriera y entré. Elegí unos estiletos
negros con suela colorada. Estaban buenísimos. Hoy los sigo usando con jean.
Mi objetivo era seducir a Manu y esos tacos iban a ayudar.
Manu me gustaba; era descontracturado, inteligente y con un
humor sarcástico que a mí me divertía.
Después del trabajo volví a casa feliz y dejé la bolsa sobre
el lado de mi cama que usaba poco.
Dos días antes de la fiesta volvieron mis jaquecas. Igual me
comunique con Manu para arreglar la hora. Dijo que venía con la moto y con una
sorpresa. Yo prefería que pase en auto para no llegar despeinada y traté de
convencerlo.
- No, voy en moto.
- Ok. Vos andá en moto y yo voy en mi auto. Nos vemos allá.
- No, voy en moto hasta tu casa, la dejo en el garage y
vamos en auto. A las 10 estoy por ahí.
Ese martes me acosté temprano. Volví a tener pesadillas.
Otra vez las mismas obsesiones.
El miércoles la pasé igual. A la tarde, en mi oficina, nos
comunicaron que jueves y viernes no se trabajaba por "desinfección". ¡Bingo!
¡Nada de qué preocuparme!.
Al llegar a casa me empecé a sentir rara. Sólo me saqué los
zapatos y me tiré en el sillón. Traté de tranquilizarme pero estaba re-
paranoica. Transpiraba y mi cabeza estallaba. No sabía si ir a la guardia o
llamar a la doctora. Por algo no había querido cambiarme de ropa. No hice
ninguna de las dos cosas.
Ya había oscurecido. Me empecé a asustar. Mi capacidad para
percibir me había puesto en estado de alerta. Me acordé de una frase de Freud
que me sonó a sentencia: " la sombra del objeto ha caído sobre el
yo".
Mi respiración y mi ritmo cardíaco se aceleraron. Llamé a mi
terapeuta y no la encontré. Intenté con Manu y tampoco.
Descontrolada, decidí ducharme. Fui al baño y cuando abrí la
canilla sonó el timbre. Sin preguntar abrí.
Era Manu. Me abalancé sobre él y a los gritos le dije: ¡Te
voy a matar! ¡Te voy a matar!
Manu tiró el bolso que traía, retrocedió y no me quitaba su
vista de encima. Supongo que estaría chequeando si tenía un arma o algo para
lastimarlo.
Enseguida entendió que no era con él. Yo seguía gritando ¡te
voy a matar!.
Me agarró fuerte y me llevó al baño. Se sacó las zapatillas
y se metió en la ducha conmigo. Había tanto vapor que casi no nos reconocíamos.
Me abrazaba y no paraba de decirme: ya pasa, ya pasa...
Los dos estábamos vestidos.
Al rato fui abriendo los ojos y con el agua sobre mi nuca
apenas pude decirle: ¡creo que los maté!
Había vomitado. En la boca tenía un aliento espantoso.
Manu me ayudó a desvestirme; me acercó el toallón y el
secador de pelo.
- Quiero lavarme los dientes pero se me acabó el dentífrico.
- Espera, me voy a fijar en el bolso.
- ¿Frutilla o tutti frutti? Lo miré asombrada.
- Son muestras gratis, me las regalaron en el gimnasio.
- Frutilla, le dije. Con dificultad fui hasta mi cama y me
acosté. Antes me ayudó a ponerme el piyama.
- Ya vengo. Agarró el bolso y volvió al baño.
Apareció en boxer y remera negra.¡ Tal para cual! Me dije.
Sobre la cama vio la bolsa de zapatos.
- ¿Puedo verlos?
- No.
- Dale, miro uno solo.
Con una sonrisa asentí. Sacó el izquierdo y gritó:
- Ah bueno. Quiero que sea jueves ya!!!! Volví a sonreír.
Me puse de costado. Manu haciéndose cucharita se acercó y
apoyó su brazo derecho sobre mi pecho.
Me fui tranquilizando. Me sentía a salvo.
Recuerdo que antes de dormirme me dio un beso en el hombro y
con un vao a tutti frutti me susurro
Hoy, en esta cama, se duerme!!
Silvia Dasso
*Ilustración: ZEN, fotografía color, toma directa, edición 1/5, Fabiana Barreda
Comentarios
Publicar un comentario