El cercano oriente de Pedro Roth, por Andrés Duprat



El escritor franco-uruguayo Isidore Ducasse, Lautréamont, figura inaugural de las vanguardias que atravesarían el siglo xx, imaginó en Los Cantos de Maldoror el secreto de la creación poética bajo una rara metáfora que haría fortuna. Hay arte, postuló, allí donde se produce “el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser en la mesa de disección”. Esa colisión de la lógica fue proclamada como el punto de surgimiento anticipado del surrealismo. Décadas más tarde Enrique Santos Discépolo dio en el tango Cambalache con la versión argentina de aquella imagen: “ves llorar la Biblia junto al calefón”.

Si uno entra a cierto supermercado chino ubicado en el corazón de Buenos Aires puede advertir al golpe de vista que algo extraño sucede. En todo el espacio, sobre las estanterías con fideos, aceite o productos de limpieza, en medio de los pasillos rebosantes de mercadería y detrás de las heladeras con bebidas, vemos colgadas obras de arte –pinturas, dibujos y fotografías- compitiendo y dialogando con los carteles de publicidad. La usual proliferación de imágenes propagandísticas de producción industrial se ve intervenida por una disrupción que nos descoloca, ya que las imágenes intercaladas no están “vendiendo” nada. No responden a la lógica publicitaria aunque son, por supuesto, productos culturales susceptibles de ser comercializados. Pero no en un supermercado sino en una galería de arte. Es un hallazgo feliz e inesperado en un lugar en el que el pacto ficcional entre el público de la galería o el museo se rompe para abrir una dimensión en la que el arte irrumpe en el trajín cotidiano. ¿De qué se trata?


Durante la cuarentena obligatoria por la pandemia del Covid-19 Pedro Roth, uno de los artistas más originales y polivalentes del país, organizó una exposición de obras suyas, de su amigo Roberto Plate, con quien compartió los largos días de la cuarentena hasta que Roberto fue repatriado a París, algunas obras en colaboración entre ambos y fotografías de su hijo Damián en el mercado chino de la vuelta de su casa, que, por ser considerado un espacio esencial, está abierto al público. El efecto es extraordinario: la Biblia, el calefón, el paraguas y la máquina de coser no tendrían tanto impacto como el encuentro de estas obras de arte en el espacio desacralizado de un supermercado de barrio. Se trata de un evento artístico que enlaza con una larga tradición de la cual el propio Pedro ha sido protagonista, promotor, cuando no creador.

Admiro a Pedro Roth, es para mí un referente y un modelo a seguir. Es un tipo querido, respetado, creativo, descontracturado, solidario y uno de los últimos exponentes de la bohemia porteña de los años 60. De hecho ese fue el tema de su película de tesis cuando se graduó como Realizador cinematográfico en la Escuela Superior de Bellas Artes de La Plata. El film, de dos horas de duración rodado en 16 mm, se llamó La bohemia en Buenos Aires. Esa obra legendaria se perdió para siempre cuando durante la última dictadura los militares destruyeron el archivo de esa institución. Sólo queda en la memoria de Pedro y de quienes tuvieron el privilegio de asistir a ella.

Pedro Roth es un hombre multifacético e inclasificable que posee el secreto de la eterna juventud, de la verdadera, la interior, que lo mantiene inquieto, curioso e interesado como un niño. Ese ha sido su modo de plantarse ante el mundo como artista, lejos de la idea de construcción de una carrera se ha mantenido en las antípodas de los dictados normalizados del sistema y de la academia, de la profesionalización y el mercado. Pedro pinta y dibuja, sin parar, sin plan, sin estrategia, simplemente deja su impronta en el mundo en forma prolífica y variada. Habría que pensar su obra como continua e infinita, hecha de fragmentos en el espacio y en el tiempo en todos los soportes imaginables. Artista, fotógrafo, coleccionista, cocinero, escritor, cineasta y activista, siempre rebosante de ideas y proyectos, resulta imposible escindir su obra de su figura como ser humano. Roth es un artista integral que, por lo demás, siempre caminó en los bordes del sistema de las artes.


Desde sus primeras acciones con el grupo Cruz del Sur en los años 70, que compartía con otros tres excéntricos personajes como Federico Peralta Ramos, Pier Cantamessa y Juliano Borobio, a la organización de Servilletas de autor, la primera muestra de servilletas pintadas por artistas en el bar Florida Garden en los 80, Pedro ha inventado formas de intervención singulares, sin par en ninguna parte del mundo. A partir de su participación en la exposición de arte comestible en el Plaza Hotel (1985) a beneficio del MNBA, hasta la muestra colectiva Limpiarte (1987) en una lavandería del barrio de Almagro, ha experimentado con la idea de volver artística la percepción de la vida cotidiana. Sus acciones más recientes con el colectivo Estrella de Oriente junto a Daniel Santoro, el Tata Cedrón, Marcelo Céspedes y Juan Carlos Capurro, son la creación de una revista en la que discuten y ponen en entredicho el lugar del arte; la película La ballena va llena, en la que proponen convertir a los migrantes ilegales en obras de arte para ingresarlos en el primer mundo, o la fotonovela Cómo el CAyC nos cambió la cabeza que parodia el hecho de que el local en el que funcionaba el Centro de Arte y Comunicación sea hoy una peluquería. Pero Pedro es también sus obras no realizadas, como el concurso para diseñar un sillón presidencial argentino y moderno que sustituya el denominado de Rivadavia, “que no fue de Rivadavia, pero sí francés”, aclara. O la idea de solventar proyectos culturales imprimiendo legalmente ediciones de billetes especiales ilustrados por artistas y firmados tanto por el Ministro de Economía como por el propio artista. Lo cual, argumenta, no solo nunca perdería su valor sino más bien que lo iría incrementando, dando por tierra con la devaluación. Pedro es un generador de ideas y de conceptos novedosos, ya sea para acciones, exposiciones, publicaciones o películas; sus formatos, soportes y campos de interés son inabarcables, casi tanto como su imaginación.

Esta pandemia es la tercera tragedia que le toca vivir.  Sobrevivió en Europa a los horrores de la Segunda Guerra, pasó en Buenos Aires el brote de Poliomelitis de 1956 siendo un niño inmigrante de origen húngaro, y ahora le toca sortear el Coronavirus. Todo indica que su optimismo es más fuerte que cualquier peste. Encerrado en su casa por la cuarentena y con museos y galerías cerradas, le hace frente con su sonrisa irónica a un mundo que siempre, a través de sus ojos y sus acciones, se vuelve más habitable y hermoso.

 

Andrés Duprat

Buenos Aires, Julio de 2020


*La exposición de Pedro Roth puede verse en el Supermercado Sol Oriente - Lavalleja 1386 - Caba


Comentarios

Entradas populares de este blog

Esa belleza, por John Berger

En el altar del Yo, por Juan Carlos Capurro

Mineros, por John Berger