Hacé como que te importa, por Silvia Dasso

 



Miró la hora y se dijo: me quedan treinta minutos.
No podía parar de leer.
El texto era complejo, difícil de abordar, requería de un tiempo extra para su asimilación y, tal vez, para una nueva relectura. Se lo había recomendado su profe de filosofía, un interesante intelectual con quien mantenía una relación de profunda admiración.

Casi sobre el horario de cierre del supermercado coreano agarró las bolsas, la lista de lo que tenía que comprar y la billetera. Salió con paso ligero y craneando sobre el título del libro: "Olvídese del futuro".
Miró los precios; otra vez los estaban remarcando. Se puso de mal humor, las manos le transpiraban. Unas vecinas la saludaron pero ella no les contestó; necesitaba encontrar responsables a tanta inflación.
Leyó la lista. No sabía cómo  hacer. Le quedaban 3000 pesos. Era todo el efectivo producto de una indemnización mal arreglada. Con cuatro hijos y separada, mucho no podía discutir.

Llenó dos bolsas y se paró en la cola de la única caja abierta. Quiso revisar la billetera con la esperanza de encontrar algún papel moneda más escabullido entre sus divisiones.

Al abrirla; una boca metálica que crecía en tamaño se abalanzó sobre ella y, a los gritos, le preguntó: “¿Es posible afrontar el futuro sin pretender restaurar una naturaleza estallada?” Y agregó: “Entre 2029 y 2045 las computadoras van a tener más transmisores que neuronas en nuestro cerebro. Todos vamos a ser cyborgs. ¡Las máquinas van a pensar por vos!”

Ella movió la cabeza de un lado a otro, perdiendo el control y reboleando cuánta barrita de cereal saludable tenía a mano le contestó “¡El posthumanismo no va a llegar!”.

La enorme boca, ya salida de la billetera y devenida en monstruo le retrucó “¡La historia de la globalización continúa y vos no tenés chance!”

- ¡No es cierto! El liberalismo, el comunismo y el fascismo fracasaron. ¡Nadie cruza dos veces por el mismo río!

Los que esperaban en la caja, dejaron de mirar y se convirtieron en una espontánea tribuna futbolera. Liberados de todo prejuicio, y a manera de catarsis, dieron rienda suelta a su imaginación y a sus miedos.

“Le agarró un ataque”. “Se brotó”. “Enloqueció”. “Llamen al Same”. “Qué venga Crónica”. “Yo la estoy filmando”. “Es peligrosa”. “No se acerquen”.

Ella, más rápida que un rayo, agarró las bolsas y antes de correr les sentenció a la improvisada hinchada:
El futuro está fragmentado; imbéciles. Hay que hacer un nuevo modelo.

Ya en su casa intentó relajarse. Mientras preparaba la cena con algunos de los alimentos que alcanzó a robar, festejó descubrir sobre la mesa los tres miserables y últimos billetes de mil.
Los chicos comieron. Ella no quiso. Tomó su copa de vino y fue hacia el hogar. La leña se había acabado. Igual se sentó en el suelo, sobre una alfombra improvisada. Intentó retomar la lectura. 

Dice que cerca del amanecer se le acercó Holderlin y, a media voz, le susurró:
Difícil cosa es soportar la desgracia, pero mucho más difícil es soportar la felicidad.


Silvia Dasso


Ilustración: Thierry Lefort


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