Roberto Plate: Pintar la pintura, por Ana Aldaburu

 



Muy suelto me dice, “Es así,  yo pinto la pintura”. Pintar la pintura es todo un programa, más bien,  EL programa…


Así de fácil y así de complejo. Sabemos que ya hace tiempo  el arte autónomo comenzó a reflexionar sobre sus propias condiciones, pero que así sin más Plate sintetice una vocación, un programa, un proyecto conceptual, una vida… Me dije y me digo: si la tiene tan clara ¡no sé qué estamos haciendo dando vueltas sobre su trabajo! Pero así son las presentaciones y hoy les presentamos HOY. Roberto Plate. Buenos Aires, Argentina. París, Francia. Estamos aquí para celebrar lo que sucede, este acontecimiento de este libro, HOY.


Hablemos del objeto libro: el cuidado de la edición a cargo de Damián Roth, impecable, el diseño de Winston Vegas, la selección de imágenes, contundente. Me parece que es un diseño  que acierta con ese HOY, esa impronta actual de Roberto en lo que hace, en cómo es. “Esto de lo que nos acordamos hoy es lo más importante” son las palabras de Pedro Roth en la contratapa. Y ese es el intento de este libro. Pocos textos, los necesarios, de sus amigos, Carlos Espartaco, Margarite Duras, Raúl Santana. Pedro Roth. Y un fragmento de una entrevista al dictador Onganía cuyas  pocas líneas bastan para dar cuenta de lo que pasó en los 60, cuando clausuraron el Di Tella, si no fuese  siniestro, sería del orden de lo grotesco.


  HOY, abunda en autorretratos algunos  cercanos a la caricatura, con la libertad y el desparpajo de alguien que se lo permite porque atrás hay un saber, como se aprecia en “Las bañistas,” uno de sus capítulos. El libro comienza y termina, tapa y contratapa con un autorretrato: que es uno de sus temas. Así como también lo es el marco. Sabemos por Derrida que el marco separa pero une. En el caso de Roberto esa inclusión está potenciada.- Es un marco que proclama su “marquidad”, diríamos y que también protagoniza o acompaña, apareciendo en la tela como aquellos moldeados, tradicionales,  no para no dar estructura sino para ser parte de ella. Es el juego  que Plate hace enmarcando la Maison de l'Ámerique Latine en 2013. Porque en Plate, todos los elementos del oficio trabajan de pintura. Todo aquello que usa como medio son “su” tema: balde, pincel, pomos, tela, restos, superficies manchadas, carteles de propaganda, modelos por supuesto,  hasta él mismo todo se convierte en su “sujeto”.


  Todo entra en esa gran vorágine donde el color es de una intensidad “inmemorable” como sostuviera Raúl Santana. La contundencia  del color, en los planos, en la forma de ponerlo, esas pinceladas, esos brochazos son inmemorables. Qué palabra tan hermosa para hablar de un  color que por su  potencia es pura presencia (la pura presencia que es  en realidad es toda pintura) y que  hace que el color esté ahí, que no tenga memoria porque no la necesita.


“Inmemorable” quiere decir aquello de cuyo comienzo no hay memoria. Pero cuando hablamos de la pintura de Roberto, hay mucho comienzo, mucho origen, hay mucha cita. Cuando  dice “pinto la pintura”, nos está diciendo que su praxis está dedicada a hacer aparecer esa condición que la hace inteligible y bella: es esa reflexión del mundo visible sobre sí mismo: del mundo en general no, de su mundo y cómo él se presenta (a sí mismo ausente) representándose (a sí mismo, presente).


A Roberto le interesa describir su oficio como “metteur en scene”. En él la pintura y la escenografía se funden: cuando pinta escenifica, siempre escenifica y cuando crea escenas enmarca, pinta. Y  en ese juego con las historias de los orígenes,  cómo no recordar  las esquiagrafías, los telones pintados en las grandes tragedias de Atenas del siglo V, que  pintados a grandes trazos,  generaban esa ilusión que de lejos ofrecía una verdad desmentida en la visión de los trazos descuidados al acercarse y  que tanto deplorara Platón.  Roberto es antiplatónico,  trabaja y crea  con el poder de la ficción: “tenemos en el arte para no perecer en la verdad” y donde triunfa entonces el reino de las apariencias que le permite jugar con  baños, con ascensores, encuadrar un museo. Guiños a la noción misma de realidad.  


El arte es poner en obra, sabemos,  digamos ahora, es poner en escena... Todo el trabajo de Plate es poner y ponerse en escena. Él, su cuerpo, la materia expresiva de su gesto,  materia gozosa, modelada por una mano laboriosa portadora de toda la ciencia del arte y de todas las licencias que no duda en permitirse.


  Roberto con su ropa de trabajo, reflejado en la pintura,  inclinado, se pinta pintando, y se muestra en un acto de auto reproducción sumergido en el cuerpo de sus pinturas. O se incluye como su sombra proyectada que recuerda aquel mito fundacional de la pintura, cuando la hija del ceramista Butades, circunscribe la sombra de su amante para tener en eso fijado en el muro algo  de lo que va a perder. Roberto pinta su sombra proyectada, como maestro de escena dominando el mundo al que crea pero que tal vez le de forma a él, por eso de la confusión entre el que ve y lo que es visto.


Siempre se trata de la pintura, magnificaciones, primeros planos, manchas, mezclas que se convierten en abstracciones, rectas, pinceles, potes,  restos de las pinturas salidas del pomo, sus “dépots” en torsión, que bajo su mano se convierten en sinuosas formas que adquieren la vitalidad de un cuerpo, gusanos, o muslos, o colas…


Y llegamos a lo erótico: mujeres de almanaque o modelos de taller, el cuerpo es la excusa para el despliegue de una potencia visceral: “De la calle al museo”, es uno de los apartados del libro. Los carteles de oferta callejera de prostitución terminan convirtiéndose en juegos donde la letra de molde y de los mensajes  (“Flaquitas y pulposas”, “Vení medime el aceite”) convierten el anuncio de una fiereza chocante en obra, donde hay además un juego en el que Roberto vuelve a desafiar a la institución: la calle ofrece mujeres y el museo, obras. ¿Y en este mundo mercantilizado en el que vivimos, no son  valor de cambio y  tema de oferta tanto  unas como otras? 


Y por último la cuestión de la modelo…


En muchas de sus pinturas la modelo se presenta arrodillada ofreciendo la cola o abierta de piernas  de frente al espectador. Esas posturas, puro juego de formas, nunca pasivas y siempre desafiantes me recordaron “El origen del mundo” de Courbet. ¿Un guiño de Plate? Me pregunté también si es que Roberto no hace  de esa pose  un redoblamiento de la puesta en escena que es la alegoría y el sentido de su trabajo. Digo yo: el cuerpo que abre las piernas frente al espectador es una alegoría del acto de pintar, es otra ventana dentro de la ventana que es el cuadro,  señalando un punto de fuga, un vacío que invita, como sus escenografías, a ingresar a un mundo  donde siempre de lo que se trata  es de la pintura. 


De pintar la pintura, y al hacerlo pintarse porque como dice un proverbio toscano “Ogni pintore dipinge se”. De eso se trata, cosa que él ha hecho con el arte y con su vida. Con solvencia y con pasión hasta HOY y así va a seguir.



Ana Aldaburu


Buenos Aires, febrero de 2022




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