La utilización política del arte, por Juan Carlos Capurro



Días pasados, el ministro de Cultura porteño, Marcelo Avogadro, se comió un pedazo de torta que era parte de una obra artística. Unos jóvenes audaces hicieron un Cristo aguevarado, lo colocaron en una mesa tipo la escuelita de La Higuera, y ofrecían trozos de su "cuerpo" a algunas distinguidas personalidades, entre las cuales estuvo el funcionario.

La foto circuló inmediatamente, y antes de que el gallo cantase tres veces, el obispo Poli, jefe de la iglesia de Buenos Aires, salió a condenar el hecho artístico como sacrilegio. Lo apoyaron en la condena el alcalde local, señor Larreta (descalificando así a su propio ministro) y poco después hicieron su crítica los dirigentes sociales enrolados con el Papa.

Todos estuvieron en su derecho. El funcionario, que posó para la foto en esa exposición, realizada en los muy refinados salones del hipódromo de San Isidro. El representante religioso y sus seguidores, en expresar sus sentimientos.

Ambos sectores, a nuestro juicio,  aprovecharon el hecho como un gesto político retrogrado. Ninguno se detuvo a considerar el contexto del país en el que el hecho se produjo. Eso  es lo grave. 

Considero que los jóvenes autores no obraron con sacrilegio sino que, a su manera, quizás un poco tarambana, artísticamente hablando, tomaron al pie de la letra el evangelio. "Este es mi cuerpo y mi sangre. Comed y bebed  todos de él". De allí que la obra, más que una blasfemia, sea una representación de sus convicciones religiosas, instaladas en su inconsciente.

Avogadro, en cambio, actuó a conciencia pura. Su sector político insiste en tratar de instalar la idea de que ellos son liberales modernos, gente abierta, nada sectaria, y, "si bien decontracté ": admiten todo tipo de opiniones, particularmente en el mundo del arte, mientras en la calle, reprimen brutalmente a la población. La desmentida de Larreta confirma que esa postura "progre" es sólo una ilusión. 


Pero lo esencial  pasa por otro aspecto. ¿Tiene alguna importancia este debate, en el contexto de la crisis económica y social que padecemos?   

Desde el punto de vista artístico, defendemos el derecho de hacer la obra que a cada cual le parezca. Si no les gusta la obra, no vayan a verla. No necesitamos que nos digan qué hacer con nuestra estética, del mismo modo que no tienen ningún derecho a decirnos qué hacer con nuestros cuerpos, y, por añadidura, con nuestras almas.

Pero aquí ¿se está discutiendo de arte? De ninguna manera. Los que se presentan como liberales, lo hacen para entretener con imbecilidades, mientras el país atraviesa una nueva crisis generada, en parte sustancial,  por ellos. Los críticos  de esa postura, por su parte, se prestan a este show intrascendente.

Tardíamente, en La Nación, siguieron avivando el fuego. El inefable Darío Lopérfido, en rimbombante editorial, salió a defender a Avogadro contra Larreta, diciendo que el que gobierna lo hace "para todos" y no debe supeditarse a problemas de una religión en particular. 
A la luz de su gobierno, su postura no se compadece con la gravísima situación de una administración  "para pocos", sean o no católicos. A su vez, Pablo Sirven se preguntó si en vez de Cristo hubiese sido Santiago Maldonado ¿cual hubiese sido la reacción?. La respuesta es obvia: ni Avogadro hubiese comido, ni esa obra hubiese sido admitida en los salones de San Isidro, ni el obispo Poli hubiese dicho nada. Es lo que hicieron mientras estuvo desaparecido ese cuerpo tanto tiempo, sin que el hecho los hubiese inmutado a ambos.

Balance

Para los funcionarios, el arte es un adorno que sirve para sus fines. El artista lucha, a su manera con el poder. Generalmente se adapta, para difundir su obra. Pero aún en las cavernas menos provistas de fuego, el artista lucha con lo ígneo de su inspiración, ante todo. Eso es lo que lo salva de ser deglutido, a veces, por los funcionarios. 

Para los sectores religiosos es una liviandad tratar así este tema. Resulta doloroso, si, doloroso, ver como prima la estolidez de un debate estéril, cuando  hay millones de habitantes de este país que no tienen para comer. Esa es, posiblemente, una de las blasfemias más altas que puedan existir: la negación de vivir para un semejante. 

Despabilarse no es sencillo. Nos bombardea la jauría de los medios. Quieren cerrar universidades, colegios, hospitales, en nombre del Club del Progreso. Quienes dicen oponerse, votaron todas sus leyes, contribuyendo a profundizar el espeso mar de la confusión ciudadana, agitado por discusiones "machirulas".

Ante tanta hipocresía y vacilaciones, los  artistas tenemos que defender nuestro sagrado derecho a crear, sin persecuciones, debates irrelevantes, ni falsos apoyos


Juan Carlos Capurro

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Esa belleza, por John Berger

Mineros, por John Berger

M, por Luna Malfatti