Solos en la madrugada no estamos solos, por María Negro


Esta semana hemos sido testigos de un anuncio lacerante: según un grupo de científicos británicos, estamos solos en el universo.
La certeza, que puede leerse en (https://www.abc.es/ciencia/abci-no-busqueis-mas-estamos-solos-universo-201806250130_noticia.html) se encuentra basada en una reformulación de estricto rigor matemático sobre la Paradoja de Fermi y la ecuación de Drake.
La primera de las formulaciones citadas data de cuando Fermi trabajaba sobre el Proyecto Manhattan cuyo fin era la creación (exitosa, por cierto) de la bomba atómica. Paralelamente, Fermi se preguntaba dónde estaban las multitudinarias civilizaciones extraterrestres que aún no lograban contactar con nosotros. Si la Vía Lactea es una de las 2.000.000.000.000 de galaxias estimadas en el Universo, las probabilidades matemáticas de la existencia de una vida inteligente, igual o superior a la nuestra, se encontraban en un número muy alto.
“Una perversión estadística”, dice este grupo de científicos que considera que hay una probabilidad sustancial de que estemos realmente solos.

Como dijo el poeta Enrique Symns, la tristeza es enseñarle al niño las consignas de la existencia: Que nada es real, que todos estamos solos, que la ausencia es eterna.

Así, desde una “certeza” matemática, las consignas de nuestra existencia parecen descarnadas. Y la nota va un poco más lejos todavía, al asegurar que la humanidad nunca podrá saber si realmente hay vida (algún tipo de vida) en el inmenso espacio sideral.

Tal vez, a falta de sabiduría científica, nos preocupe un poco más esta mala prensa absoluta que posee la soledad. No solo porque parece un poco pedante considerar que la vida debe ser un camino de ADN o no será nada, sino porque en el caso de que realmente estemos solos, parecemos ser muy mala compañía para nosotros mismos.

Hace algunos años, el físico y divulgador de ciencia Michio Kaku, fue consultado sobre este problema. Con toda paciencia, como suelen demostrar los divulgadores, Michio hace una analogía entendible. Dice, que si consideramos un espacio donde se estuviese construyendo una gran autopista, con sus trabajadores y sus máquinas, y en ese mismo espacio colocaramos una pequeña comunidad de hormigas construyendo su hormiguero; ¿Qué ingeniero se preguntaría por la suerte de las hormigas?
Sí, en esta orgía de estrellas que es el universo, nosotros seríamos las hormigas. Para Kaku, es posible que existan vidas en el espacio, aunque no podamos demostrarlo. Porque, y aquí el quid de la cuestión, la punta del ovillito de Ariadna, somos -aún- incapaces de comprender el funcionamiento y las leyes de un universo que nos excede por mucho.

Aquello que podemos ver, analizar, estudiar, teorizar y -con mucho trabajo- comprender es todavía demasiado pequeño como para aventurarse a clavar la bandera del 2+2 como por toda ley verdadera.
Vaya una a saber si llegará el día en que otras vidas se molesten en mirar a las hormigas que somos. Vaya una a saber si ese día las hormigas sabremos hacernos entender. Mientras tanto seguiremos mirando el cielo como una cajita de magia que nos cubre de luna llena, alimentándonos de su poesía. Esa, que sirve para decir la verdad mucho más que cualquier teléfono.

María Negro


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