El jardín de las pinturas que se bifurcan, por Juan Carlos Capurro
Existe un entusiasmo por el arte. Un entusiasmo que no
siempre logra transformar sus deseos en obra.
El sábado pasado, el grupo Zafarrancho tomó una casa a punto de ser demolida, que le
fue otorgada por veinticuatro horas, para experimentar con sus paredes,
pasillos y portones.
Allí, nuestro amigo Facundo Maldonado, logró retomar su
infancia y convertir uno de los cuartos de esa casa en un jardín de Córdoba. En
él, la vegetación de su provincia natal, horada los ojos. Están los pequeños
rincones donde Facundo guarda sus soldaditos, junto a las formas alucinadas de
los hongos, los frutos y las semillas. Las paredes pintadas son una ilusión. No
son paredes ni es pintura. Estamos en Córdoba, estamos en el jardín donde
Facundo juega, estamos entre las plantas y las ramas. Es una obra al revés, en
donde entramos en la naturaleza, en los recuerdos, en los pequeños detalles. No
sabemos cómo llegamos, pero cuando logramos salir, es porque hemos atravesado
el espejo.
¿Cómo logró Maldonado que esto sucediese? Creo que es porque
no se lo propuso. Él se plantó, desde sus recuerdos, a trabajar entre las
cuatro paredes de un hogar abandonado. Cuando terminó, el lugar ya no era una
casa sin alma.
En ésta casa tomada sucede al revés del cuento de Cortázar,
allí donde los habitantes son expulsados de su mundo. En la obra de Maldonado,
no hay invasores ni víctimas, sino huéspedes de un banquete secreto. El de la
vida de un niño, convertido en artista, donde nada es afuera y todo es adentro.
El de un entusiasmo que logra transformar sus deseos en obra.
Ars Magna de los alquimistas.
Juan Carlos Capurro
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