The Walking Conurban, por Diego Flores - Ariel S - Willy Galeano - Angel Lucarini
Tierra de contrastes si las hay, el conurbano
bonaerense parece emerger como subsuelo sublevado y brota a través del asfalto
resquebrajado haciéndose de todo espacio que le quede libre.
Desparejo, sin planificación, a veces
atolondrado, más a fuerza de necesidad e ímpetu de supervivencia que de
razonamiento urbanístico, el crecimiento del conurbano parece esquivar
geometrías euclidianas y geografías de damero para tomar forma propia, quizá
autopoiéticamente, para consituirse a sí mismo como un entorno de transición
entre el proyecto de nación agro-exportadora y la urbe liberal, centro
cosmopolita que se construyó mediante el usufructo de esa colonia de cabotaje
que el interior del país fue para la élite oligárquica, a finales del siglo
XIX.
En ese movimiento esquivo el conurbano también
queda al margen de la construcción de servicios básicos. Así, durante décadas y
hasta el día de hoy, amplias zonas de la sub-metrópoli carecen de agua
corriente, gas de red, alumbrado público, recolección de residuos y podemos ver
todos los días a un gran número de personas caminar de a decenas de esas
cicatrices de tierra que parecen las calles para llegar al primero de muchos
transportes públicos que los llevan de la parada al trabajo y del trabajo a la
parada.
Es que el conurbano es una metáfora de la
historia Argentina, desde la consolidación del Estado Nación, luego de la
batalla de Pavón y la autoproclamada “conquista del desierto”, hasta nuestros
días. Allí vemos como las primeras urbanizaciones se asientan en las zonas
linderas a las estaciones del ferrocarril y al puerto que transportaban
exportaciones e importaciones. Se iban cueros, lana, carne, granos y llegaban
ropas finas, manufacturas industriales y mano de obra.
Sobre esa marginalidad orillera que constituyó
el primer cordón del conurbano y que se convirtió en el hogar de millones de
inmigrantes europeos que llegaban a estas costas con la promesa de hacerse “La
América”, se cimentó el segundo gran movimiento tectónico del conurbano: el
proyecto industrialista. Grandes fábricas y pequeños talleres se abrían paso
sobre el territorio bonaerense y desde el interior pobre, que había quedado
pobre e improductivo tras el agotamiento del modelo agro-exportador, llegaba la
segunda gran oleada migratoria, interna esta vez, a poblar las zonas aledañas a
las incipientes urbanizaciones que rodeaban la Ciudad de Buenos Aires. La villa
de emergencia se convertía para ellos en el hospedaje de tránsito que había
sido el conventillo para los migrantes europeos. El conurbano todavía era una
promesa.
El viraje hacia una economía de servicios,
mediante las botas primero, y a un neoliberalismo salvaje, mediante los votos
después, finiquitaron el modelo industrial y convirtieron zonas antes
densamente pobladas en áreas económicamente deprimidas que contenían las
carcasas de lo que habían sido pujantes polos industriales y ahora pasaban a
ser despojos grises en vías de extinción.
Así y todo el crecimiento del conurbano se
mantenía inalterable. La tercer gran oleada migratoria, la de los países
limítrofes, aportaba el elemento humano que llevaba ese crecimiento a chocar
incluso contra sus propios límites. Las villas de emergencia y asentamientos
precarios dejaron de ser lugares de tránsito para convertirse en lugares de
hábitat definitivo. Cercados por autopistas, alambrados y la aporofobia propia
de cualquier sociedad del mundo occidental, las villas se convirtieron en
barrios cerrados en los que el Estado solo se hace presente en forma de bala y
que curiosamente se convertían en vecinos de otra clase de barrio cerrado, el
Country.
Esa desigualdad que queda como resultante de
nuestra metáfora no es otra cosa que la función del conurbano. Quienes nacemos
y vivimos en él nos acostumbramos a naturalizar ese tipo de desigualdad. La
palpamos, la hacemos nuestra y la asimilamos hasta hacerla, no sólo tolerable,
sino normal.
En ese paisaje normal (normalizado y
normatizado), carros tirados por caballos se mezclan con autos importados. La
basura y la comida aparecen en un mismo menú. Sobre deshechos que hacen
imposible la vida se erige la vida cotidiana de miles de familias. Entre
palacetes y baldíos quedan acumulados los restos de todos los proyectos de
desarrollo que hubo en este país. Barracones vacíos, fábricas en peligro de
derrumbe y casas inhabitadas aparece el mismo abandono al que es sometido todo
aquel al que no le alcanza para comprar los servicios de la buena ciudadanía.
Abandono se convierte en la palabra clave. En
un mundo en el que las relaciones entre las personas y entre las personas y las
cosas está mediada por las relaciones de propiedad y en una muy particular que
es la propiedad privada capitalista, lo abandonado aparece para mostrar, cabal
y simultáneamente, el fracaso y la perversidad del sistema en su conjunto. Por
un lado, propiedades enormes, fábricas pensadas para estar en pie y producir
durante siglos, están abandonadas a su suerte, tanto que ni siquiera es
rentable demolerlas y convertirlas en un estacionamiento y se las abandona para
que la naturaleza se encargue de hacer lo que el dinero no tiene intenciones de
pagar. Por el otro, en un país con un déficit habitacional de dos millones de
viviendas, hay casas abandonadas y familias hacinadas. En un país con un desempleo
que ronda las dos cifras, hay fábricas incapaces de asimilarlos no porque
tengan su capacidad productiva al 100% sino porque han sido abandonadas.
En ese paisaje post apocalíptico que se
encuentra a minutos del obelisco, la vida sigue. Con más o menos dificultades
pero sigue. En parajes inhóspitos, con una fe popular que acomoda su panteón al
ras del suelo, que rinde homenaje a sus muertos recordándolos en las paredes
del barrio. Con sus triunfos y miserias cotidianas, la vida y el conurbano,
siguen.
Ahí es que The Walking Conurban surge, para
retratar las imágenes de su tiempo. Desordenado, desparejo, complejo. Ese es el
entorno del que sale la materia prima de un proyecto que naturalmente no puede
abarcar al conurbano en su totalidad, pero que seguirá mientras el conurbano
siga.
Diego Flores - Ariel Silvestre - Willy Galeano - Angel Lucarini
Muy bueno!!!
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