Los sutiles estratos de la inocencia, por Juan Carlos Capurro
Durante la gran huelga general norteamericana, un sector de
los empresarios de la ciudad de San Francisco - quizás no el más lúcido, pero
posiblemente el menos cruel- actuó correctamente. En lugar de enojarse con los
obreros, decidió comprar provisiones para varios meses, despreocupándose del
asunto.
Un grupo de esos simpáticos burgueses, encabezados por Jack,
Misses Chickering, Brentwood y el bon
vivant Bertie Massener, se ponen de acuerdo para pasar el difícil momento de la
mejor manera posible. Quien expresa esto con toda claridad es Bertie, que
comunica a sus amigos, con pasmosa indiferencia, que piensa huir de la ciudad.
Aclaremos que Bertie tiene mucho de aquel Ricardo Fort de la televisión. El resto,
no considera tan grave la huelga, calculando que en pocos días todo se
resolverá. Para eso están los militares, se dicen.
Es allí cuando entra en escena el general Folsom, quien se
hace cargo de la situación, preparando a sus tropas.
Comienzan entonces las peripecias de Jack, acompañado de su
mayordomo Brown, junto a la señorita Chickering y Brentwood. El problema es que
Jack se ha quedado sin Harrison, su chofer, que se sumó a la huelga.
Sobre esta base, el grupo de teatro Morena Cantero Jrs. ha
realizado una exquisita puesta en escena. Desopilante, entretenida, la obra
transmite - con calidad y calidez-, la dulce inocencia con la cual cierta
burguesía aborda, generalmente, los problemas derivados de su propia conducta.
Jack es un frío pescado que jamás ha nadado contra la
corriente. Si el chofer se sumó a la huelga él, tranquilamente, decide manejar
el auto. El problema es que los autos se rompen, las gomas se pinchan, y ,¡ay!
, hay que recurrir al mercado negro.
El desabastecimiento es general.
Entonces Jack, su genuflexo mayordomo Brown, la señorita
Chickering y Brentwood, comienzan a dar vueltas en la calesita de su propia
decadencia, mientras van comprendiendo que,
sin la actividad de los trabajadores que fueron a la huelga, son unos
perfectos inútiles.
Es lo que Bertie advierte de entrada y por eso se retira.
Sus amigos, en cambio, habituados a unas vidas acomodadas, pero menos
"movidas", tienen la ingenuidad de creer que el problema se
arregla con dinero.
Pero por más dinero que se reparte, las cosas se desmadran,
porque irrumpen los descamisados, con sus caras atroces e imposibles, máscaras
de un horror que estuvo siempre allí, pero que nunca había osado desfilar por
los grandes bulevares de Champs Elysees.
Mientras esto sucede, el general Folsom se sube a la tarima
para arengar a los soldados; y luego los soldados se enojan; y luego hablan hasta las niñas, las obreras y las ancianas ciegas.
Si quieren saber cómo se desenvuelve esta escalada, no
tienen más remedio que ir a ver “La pesadilla de Jack: la huelga general”.
Sería poco decir que es una obra muy divertida, porque es
fundamentalmente profunda, al reflejar el grado de conciencia nebuloso,
respecto de sus actos, que los burgueses tienen cuando la revolución les golpea
a la puerta. Esa sensación, tan difícil de analizar, se expresa muy bellamente
en esta obra.
El director de la puesta, Iván Moschner, ha sabido
aprovechar a fondo el material de un cuento de Jack London, de principios de
siglo pasado. Lo ha hecho siguiendo al gran maestro Brecht, a la manera de la
Ópera de Dos Centavos. Los canallas también pueden ser simpáticos, lo que no
minimiza su patético rol histórico.
Moschner insufla a sus personajes una vida plena. Jack, el
rentista abúlico (acertadamente interpretado por Ariel Aguirre), el mayordomo
Brown (sólida genuflexión transmitida por Melania Buero), el despreocupado
Bertie (muy bien plantado por Sergio Escalas), las inefables Chickering y
Brentwood, dos caras de una moneda bella pero hueca (ambas interpretadas con
picardía por María Belén López Orozco) y un general Folsom (delineado como un
cretino sin fisuras, en la muy buena actuación de César Arakaki). Luego juegan
la Niña, la Obrera, la Anciana Ciega y la Vendedora (en la versátil
transformación de Melania Buero, que termina convirtiéndose, al final, en la
Mujer Maravilla), y la sólida aparición de Harrison, el chofer, en el momento
del desenlace (fuerte presencia del actor Rubén Demichelis).
Los momentos de tensión se presentan acompañados por las
máscaras inquietantes de los descamisados que se acercan, una y otra vez,
reclamando lo que les corresponde.
La obra tiene también un acierto en todos sus detalles. En
este sentido hay que destacar la excelente escenografía (con un dejo de
Mondrian) y de las máscaras, concebidas por Luciana Morcillo. La iluminación de
Federico Leyenda permite crear bien los climas, así como el sonido justo en
cada momento de Sebastián Palau.
El diseño gráfico de Patricia Millán, la operación técnica
de Sandro Mlynkiewicz, y la realización de vestuario y escenografía de Silvina
Soria, Vicente Wingeyer y el equipo Morena Cantero Jrs., son un soporte
trabajado con mucho amor, y eso se siente en el espacio.
Resulta un bonus track el diseño del movimiento del saludo
final, de Mauricio Zmud, que refuerza el carácter burbujeante de ese ácido
vitriólico prodigado en la obra.
Les sugiero que, con toda la despreocupación de Bertie,
vayan a verla.
Juan Carlos Capurro
La pesadilla de Jack: la huelga general.
Sábados de mayo y junio, 22 horas.
Teatro Arteson.
Palestina 919 - Caba
Reservar (esta siempre lleno) 1532881008
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