El espacio pulido y el Adán tecno-biológico, Por Daniel Santoro




Sabíamos que existía la política porque había disputa en torno al tiempo vital disponible y sabíamos también que aquel que podía otorgarle valor al tiempo del otro era el que poseía el poder; pero ahora los sujetos entregan con alegría su tiempo vital y abandonan sus disputas a cambio de ser reconocidos al menos por algún algoritmo empleador que le prometa un salvoconducto al cambio de época. A su vez, en forma especular, el empleador también abandona estas disputas y lo que queda es un continuo temporal pautado por una secuencia de objetivos a cumplir, más allá del deseo de ambos. La política fracasa porque unos y otros entregan sus vidas al apetito insaciable y anónimo del tecno-mercado.



El avance exponencial de la tecnología produce un renovado entusiasmo en las expectativas del futuro. Hay fe en que sus promesas sean de inminente cumplimiento, parece que todos los anhelos serán atendidos: para cada problema un experto tendrá la respuesta, o una ONG se hará cargo, o una prótesis estará disponible. El flujo inagotable de deseos será colmado una y otra vez, solo hará falta un esfuerzo más, habrá que aguantar con disciplina que este complejo mundo del tecno-mercado derrame sus dones sin interferencias; y entonces, sí, los que creyeron, los que aguantaron y reunieron sus méritos accederán a ese futuro ineluctable.



Alguien relajado, sin ansiedad, observando la ciudad infinita detrás de un muro vidriado, esa es la imagen perene de todos los futuros imaginados, son futuros luminiscentes sin sombra, de una limpieza minimalista. El último gran momento de optimismo tecnológico fue en los 60, esos eran plateados, ingrávidos, vidriados y transparentes. Los futuros optimistas se presentan con un pulido parejo en toda la superficie, ya sean reales o simbólicos, sin huecos u opacidad, sin zonas en sombras, donde alguien podría encontrar refugio, algún pequeño bosque donde podrían prosperar las resistencias, un lugar para los deseos personales, las ideas propias, la poesía. Es que el exceso de conectividad, de información, como ya lo conversamos, vuelve a los sistemas más severos y despiadados.

Las superficies pulidas dc los frentes de los edificios corporativos al igual que las pantallas de los dispositivos móviles o las superficies interiores de cualquier centro de compras. Las cajas blancas y neutras de los muscos de arte contemporáneo, al igual que los interiores de los transportes de alta velocidad, todas estas superficies plantean corres abruptos en la continuidad espacial, son membranas que generan una interioridad absoluta, protegida, que se sustrae del mundo: desaparece la posibilidad pliegue y la continuidad espacial, lejos de ser "no lugares", son distintos modos de un único y nuevo lugar. No hay transición entre el adentro y el afuera, por el contrario, los interiores funcionan como puntos de anclaje saturados de información y conectividad. Estos cortes en la espacialidad expresan simbólicamente otros cortes, que anuncian la ruptura de los lazos sociales, que a su vez imponen desactivar las herencias simbólicas y olvidar las experiencias históricas; cada uno queda en soledad frente a un extraño caos paradojalmente hipercontrolado. La superficie crece, tanto en un shopping como en un museo de arte contemporáneo, sin medida, sin límite, por fuera de toda escala humana. Es una extensión que nos deja perplejos y que nos afecta del mismo modo que lo haría la experiencia frente a lo sublime natural (ya sea una selva o un desierto infinito). En este nuevo parque natural, los máximos predadores son el cálculo, la codicia y el afán de lucro.

Lo notable de esta nueva naturaleza es que crece hacia adentro de la membrana, en la zona protegida y, a la vez, lo hace hacia afuera. Es un corte que prolifera en ambos sentidos, hacia afuera acumula un campo de insumos humanos y técnicos descartados, y a la vez, ese territorio sirve como espacio de pedagogía y punición, contiene los males, los imprevistos, los crímenes, es el peor de los mundos visualizables en tiempo real. Allí quedan encarnadas naciones completas, por caso, Venezuela, Corca del Norte y Cuba, en su momento. Son lugares sustraídos al goce, por fuera de la membrana, con avenidas desiertas, antiguos automóviles y góndolas vacías. Ahí seríamos arrojados de no cumplir las metas sociales de autodisciplina que se nos imponen.


Daniel Santoro

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