Viaje al fin de la guerra, por Juan Carlos Capurro


"Hasta los traidores eran falsos"

El hombre que llegó a esta conclusión, Louis Ferdinand Destouches, conocido como Louis Ferdinand  Celine, es el autor de “Viaje al fin de la noche”.

Novela peligrosa. Extraordinaria en todo. En la forma de tratar el lenguaje, en su crudeza coloquial vertiginosa, en su ritmo constante, que no permite dejar de leer. También en la complejidad de sus temas: la guerra, el colonialismo, la explotación capitalista, los barrios pobres de los alrededores de París.

Celine escribió en medio de las dos guerras mundiales. Podrido, ripou sin remedio, infame de agudeza profunda, Destouches, donde nada ni nadie se salva de su guillotina. No hay piedad. No hay reflejos de nobleza humana. Salvo que se cobijen en la locura sin remedio, en la condena anticipada, prevista, inevitable.

¿Por qué, sin embargo, leer a Celine nos termina produciendo sentimientos de solidaridad?

Precisamente porque Celine es un monstruo de literatura. Todos es reconocible. Todo lo que dice es cierto. No hay una gota de mentira en su obra. Lo que él dice – y lo dice de manera magistral -  no existe sin el complemento activo de quien lo lee. Celine no admite lectores pasivos.

Somos nosotros, la mayoría de los seres humanos que lo leímos, los que completamos su visión derrotada, sublimándola. Nos oponemos. Sabemos que lo que estamos leyendo es; pero nosotros nos revelamos contra Celine enfrentando lo que el autor pretende negar en su obra.

Celine logra revolucionar la literatura por el lugar menos pensado: el del que dice todo lo que piensa, haciéndoselo decir a personas, no a personajes. A diferencia de tantos enormes pesimistas de la noche cerrada, como Nietzsche y Schopenhauer, que hablaban por sí mismos.

Celine, no. Celine hace hablar a sus personas. Por eso nosotros reaccionamos con rabia, con pasión, ante el derrotismo, la estupidez, la miseria de sus voceros.

Sabemos que es Celine el que maneja los hilos, pero lo hace tan bien que nos indigna.

Se afirma que Destouches no puso en esta, su primera novela, nada de antisemitismo, como si lo hizo luego, cuando apoyo a los nazis que invadieron Francia. No es cierto. “Viaje al fin de la noche” es mucho peor que antisemita: está en contra de todo lo humano, sean semitas, blancos arios “puros”, negros de ébano, costureras de ojos azules y marquesas de bonete colorado.  No se salva ni el general ni el soldado. Ni el victimario ni la víctima. Ni el explotador ni el explotado. Todos somos miserables canallas todo el tiempo.

Vean este párrafo:

“Mi conclusión era que los alemanes podían llegar aquí, degollar, saquear, incendiar todo, el hotel, los buñuelos, a Lola, las tullerías, a los ministros, a sus amiguitos, la Coupole, el Louvre, los grandes almacenes, caer sobre la ciudad, como la ira divina, el fuego del infierno, sobre aquella feria asquerosa a la que ya no se podía añadir, la verdad, nada más sórdido, y, aun así, yo no tenía nada que perder, la verdad, nada, y todo que ganar.”

Celine aceptó en su obra, diez años antes, hacer lo que hizo: apoyar al gobierno de Vichy, y al nazismo.

De ese tipo de premoniciones se nutre su escritura. 

El disparador de “Viaje al fin de la noche” es la guerra. Pero a diferencia de Cervantes, que de su participación en la guerra iluminó el Quijote, pleno de humor, Celine saca una ironía espesa, vinculada a la desesperación.

Como señala Francoise Davoine,  “Esquilo y Sófocles, que habían hecho la guerra contra los persas expurgaban sus efectos en la obra. Los espectadores, que también habían participado de la guerra, estaban forzados a asistir a la función. Tenían la obligación de participar emocionalmente – horror y piedad –  no solo en las tragedias, sino en la risa devastadora y liberadora de las comedias. Para conjurar a las Furias sueltas después de todos los combates, el Don Quijote desencadena la fuerza cómica, vis cómica”. [1]

A diferencia de Cervantes, Celine toma la tragedia de la guerra y sus consecuencias colocándose un paso más allá de la tragedia; se coloca en el espacio de la crítica despiadada de todo el orden establecido.

Tanto en Cervantes como en Celine de lo que se trata es de liberar las palabras. En dejar salir lo que en general las sociedades son obligadas a tramitar en silencio, callando por varias generaciones. Tanto la risa como el grito desesperado son manifestaciones de salud.

Sin que haya habido, en ese entonces, una guerra aquí, entre nosotros, en esta comunidad del sur lejano e ignorado del mundo, lo más cercano a Celine es Roberto Arlt. Él también es un  escritor brutal y hasta cruel con sus personajes, a los que nunca llegamos a ver como si fuesen personas. Arlt mantuvo, decidió mantener, la distancia, lo que no impidió que la proclama demencial de “Los siete locos” – su obra mayor- fuese un anticipo, casi perfecto, del texto del primer golpe fascista en Argentina (1930), el de Uriburu y su escritor, Lugones.

También aquí Arlt, inmigrante europeo, lleva en sus huesos el adn de la guerra, como lo llevan muchos de sus lectores. Las migraciones son el resultado, directo o indirecto, de las guerras. Los migrantes no hablaron de ese horror que los trajo. Arlt lo pone en su concepción del mundo, que no llega al escepticismo de Celine, quizás porque Arlt no estuvo en las trincheras, como sus abuelos, como el propio Celine, condecorado por su actuación en la guerra del catorce.

Los personajes de Arlt son así todos queribles, tienen un soplo de lo mejor de lo humano aun en sus sombras. Pensemos en el Rufián Melancólico, la Coja, el Astrólogo. Son redimibles.

Los Ferdinand Bartamú, Lola, Madelón, Robinson de Celine son lo opuesto. En lugar de simpatía, sentimos primero bronca y luego piedad por ellos, un sentimiento que no tiene nada de positivo, al pretender considerarnos “superiores” a ellos.

Esa es la trampa de Celine. Al rebajar a la mayoría del mundo, pretende colocarnos en su visión desde arriba, aquella que preanuncia la tragedia humana del Holocausto.

En 2011, el ministro de cultura de Francia incluyó a Celine en una selección de los mejores escritores franceses, para rendirles homenaje por su obra. No se lo permitieron. Un sector de la opinión pública recortó sus panfletos antisemitas (Bagatelles pour un massacre en 1937, L’École des cadáveres en 1938, y Les beaux draps en 1941).

El  establishment francés no fue – salvo excepciones -  enjuiciado ni denostado por su  conducta de complicidad y apoyo a Hitler (Vichy). Paradójicamente, fue una parte de ese mismo establishment el que en 2011 se opuso de manera hipócrita, al homenaje.

El que lo quitasen del homenaje resultó una victoria de Celine. Mientras que cuando leemos su obra nos oponemos a esa visión tan magistralmente degradada de lo humano, escrita de manera brillante y profunda, los que refutan su obra como tal, lo dejan sin contradecir en el conjunto. Pretenden acallar su enorme talento. Y de paso escamotear su propia conducta del pasado, endilgándosela...a un artista.

Es en la aceptación de su genio cuando vencemos la versión lamentable de la vida, que nunca logra ser así, porque no podría serlo, aunque quisiera.

Leer “Viaje al fin de la noche” es un trance complejo. Duele, molesta. Pero leer esta obra maestra nos eleva, en la compresión de la lectura, a ser capaces de pasar al acto para modificar esa parte de la realidad.

Es lo que Celine logró en nosotros, al obligarnos a enfrentarlo. Lo confrontamos como lectores admirados.


Juan Carlos Capurro


[1] DAVOINE, Francoise. “Don Quijote, para combatir la melancolía”. Fondo de cultura económica. Pág. 56


Comentarios

Entradas populares de este blog

Esa belleza, por John Berger

Mineros, por John Berger

M, por Luna Malfatti