Los rostros de Galán Salgado, por Marcelo Rubio
El cuarto donde lo introdujeron no
tiene ventana, sólo una mesa plástica y dos sillas actúan de mobiliario. El
piso es de cemento y las paredes lucen, como decoración, pintura gris
acerado. Cuando salió de Buenos Aires no
pensó estar en esa habitación de 3 x 3. Tampoco imaginaba eso durante los
tiempos que fue actor de fotonovelas y debía posar con gesto de sorpresa, odio,
felicidad (uno de los más difíciles. Tenía que ser muy preciso para evitar
confusiones con otros rictus. Él colocaba los ojos hacía arriba, arqueaba las
cejas tal como había aprendido en la escuela de teatro). De vez en cuando
lograba rozar los labios de alguna actriz, así de pocos apasionados eran los
besos en las fotonovelas.
Nunca llegó a la televisión. Interpretó
algún que otro papel, pero muy lejos de lo masivo. A veces cree que su
representante no fue los suficientemente hábil para negociar. En otros momentos
asume que el talento personal no alcanzó.
Desde fuera del cuarto llegan
conversaciones incomprensibles, ruidos de pasos. La voz femenina que emiten los
parlantes es amable, todo lo contrario a la actitud de los policías que lo
condujeron hasta allí. También carece de ese adjetivo el hombre calvo que debe
agachar su cabeza para pasar por la puerta. Farfulla algo en alemán, está
fastidioso y sudado. Se quita el saco, la camisa le queda demasiado justa.
- Martín Galán es
mi nombre artístico, pero mi documento dice Jerónimo Salgado.
El alemán corpulento se enoja,
golpea la mesa con el puño. Galán o Salgado, como se prefiera, busca hacerse
entender.
- Actuaba en
fotonovelas – dice y se pone de perfil, hace con las manos el gesto de
fotografiar y luego dice – Ich war ein glücklicher mann – la única frase que sabe en alemán.
Es verdad que lo enviaron a hacer un
curso de idioma germano pero él fue a dos clases, consiguió un certificado
falso y se olvido del asunto. Le habría sido muy útil entender a ese hombre
calvo en el aeropuerto de Frankfurt.
El alemán coloca sobre el escritorio
el pasaporte de Salgado, señala una hoja y pregunta, pero Galán o Salgado, al
momento da igual, no comprende y procura continuar explicando algo que al
hombre calvo no le interesa.
- Fotonovelas. Fui
algo famoso en mí país. Una de los editores sugirió que me cambiara el nombre
de Jerónimo Salgado porque no sonaba bien.
El calvo resopla, se pone de pie,
toma el pasaporte y sale dando un portazo.
Salgado se siente emocionado. Por
primera vez está viviendo algo apasionante. Galán no sabe si conoce ésta sensación.
Había pasado varios meses sin
trabajo. Fracasaron proyecto para hacer
teatro. Las fotonovelas habían dejado de ser un éxito. Su participación en la
película “La Dama Gris”, mereció una crítica lapidaria. El periodismo tuvo para
con Galán los mismos malos modos que el grandulón mostró al abandonar el
cuarto.
Hacer fotonovelas era poco
excitante, había una sola cosa que logró tenerlo en vilo: Saber cómo serían las
lectoras de esas publicaciones. Por algún tiempo las imaginó delgadas, apenas
maquilladas, leyendo en un sofá, disfrutando del té con masas. Hasta el día en
que al comprar media docena de huevos descubrió que estaban envueltos con las
páginas de una fotonovela suya. Allí la idea sobre su lectoras cambió, no sé si
logró acercarse a la realidad, pero seguro dejó de ser tan naif.
Como desafío para Galán componer al
personaje de Salgado en la misión, fue de lo más interesante.
En el nuevo trabajo, por el cual
ahora estaba en ese cuarto, acostumbraba llegar todas las mañanas a las nueve,
servía su café y sobre el escritorio lo aguardaba la tarea que alguien,
secretamente, dejaba allí. Por lo general le tocaba desgrabar cintas de audio y
cada tanto algún video. Era un trabajo aburrido, sin embargo lograba cobrar un
sueldo. El agradecimiento siempre era para su primo, responsable de su ingreso
al servicio. La labor terminada quedaba en el escritorio y otro alguien lo
retiraba. La tarea de tipear era tediosa y además las conversaciones solían
carecer de interés (alguna vez Salgado acomodaba verbos o agregaba adjetivos).
Durante el mediodía pasaba un supervisor para saber que las labores fueran
cumplidas. El momento de mayor gloria para Salgado, no puedo afirmar que lo
fuera para Galán, resultó cuando desgrababa una receta de pastaflora. El supervisor
le dijo que esa no era una receta, ahí había un mensaje encriptado.
- Tal vez de una
célula terrorista. Siga, siga y veremos que sacan los de arriba.
Salgado transcribió con esmero, en
silencio elaboró una copia para él. Compró el libro “Como decodificar
mensajes”. Pasó el fin de semana procurado encontrar el recado oculto. No lo
encontró. Un par de jornadas después consultó al supervisor por aquella receta.
- ¡Ah! No, no había
nada útil, salvo que la mujer de uno de los decodificadores aplicó la receta y
parece que la pastaflora le salió deliciosa.
Aquella vez estuvo a un paso. Ahora,
en ese cuarto, sabe que está parado sobre la misma gloria. Durante la semana en
la que preparó el viaje, recibió en su escritorio el sobre con escasas
instrucciones, el pasaje a Frankfurt y algunos euros. El supervisor se
acercó para preguntar si estaba todo claro. Ya en ese momento Galán armaba el
personaje.
- ¿Tengo que llevar
pistola?
- Déjese de joder,
Salgado. Acá no se trata de disparos, tiene que usar la cabeza y conocimiento
del alemán.
El pelado grandote abre la puerta,
sin embargo no entra, ingresa una mujer, debe pasar los cuarenta años, tampoco
tiene un gesto amable – Salgado piensa que debe ser una características de
todos los habitantes de Alemania, Galán no piensa porque según él, es actor de
fotonovela y nunca le pagaron para
tareas intelectuales.
Salgado se pone de pie para recibir
a la mujer. Tal vez porque es la primera presencia femenina que tiene desde
hace meses, es que advierte la propia desprolijidad. El traje gris que eligió
para el viaje no le cae bien, y además los pantalones se ven arrugados.
Avergonzado de su condición apenas mira
a la mujer. Ella apoya la cartera roja sobre el escritorio, es una dama
elegante, huele a perfume fresco. El alemán cierra la puerta y Salgado conoce
la voz de su visita.
- ¿Qué diablos
pasó? Se suponía que mandarían a un espía con experiencia.
Salgado se arrellana en el asiento,
a Galán el rostro de la mujer le parece fotogénico, un papel de malvada le
caería perfecto. La voz cascada por el cigarrillo prosigue.
- Todo esto demora
la misión. ¿Lo comprende, verdad?
- Si – vacila
Salgado – Pero no me quedaron claras algunas cosas de la misión.
- Es que un espía
sabe las cosas sin que se las digan. Ahora cuénteme cómo ocurrió.
- ¿Cómo ocurrió
qué? – levanta la voz Salgado.
- Hable bajo,
hombre, puede haber micrófonos – dice enojada la mujer – Lo detuvieron porque
su pasaporte no fue sellado al salir de Buenos Aires.
- La chica del
mostrador – comienza a contar Salgado
- La chica, la
chica, tres carajos la chica. No le selló el pasaporte y usted no lo advirtió.
-No.
- Debió de ser un
doble agente, tal vez se filtró información. ¿Usted habló con alguien sobre la
misión?
- No.
- Claro, y qué
mierda me va a decir – ella mastica una puteada – Me tengo que ir.
- ¿A dónde se va? –
pregunta Salgado.
- A la embajada,
debo llamar a Buenos Aires para pedir un nuevo espía. La misión está en marcha
y no se puede demorar.
- ¿Y yo?
- Se vuelve a Buenos Aires, viejo.
La
mujer se levanta, toma el bolso y sin decir más se retira. Hay unos segundos de
silencio. Galán sabe que nada le importa de la misión, le da lo mismo que sea
un éxito o un fracaso. Ha montado un personaje y no piensa abandonarlo en este
instante. Tal vez por eso cuando el alemán calvo ingresa al cuarto con dos
policías, encuentra a Salgado luciendo una sonrisa sobradora.
Salgado
toma el pasaporte que le extienden, su bolso de mano, se abrocha el saco y sale
del cuarto.
El
pasillo hasta el espigón 5 es largo. Caminar lento no ayuda a postergar la
deportación. Salgado vuelve al viejo escritorio a desgrabar cintas de voces que
desconoce. Galán se lleva en secreto un plan, venderle la historia a la
industria del cine y hacerse famoso. En Frankfurt a nadie le importa todo esto,
en Hollywood tampoco, arriba del avión Galán comienza a redactar la historia en
un papel cualquiera. A Salgado le parece tan igual a su tarea diaria que decide
dormirse.
Marcelo Rubio
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