Fog Will, por Juan Carlos Capurro
Recordé las tardes en que nos reuníamos con Fogwill en
el Petit Colón. Éramos cinco, con Jorge
Manzur, el Turco Asís y Pancho Muñoz. Cada tanto venía alguien de visita. Pero
estos éramos los más amigos.
Existía una rivalidad de cuchilleros entre Fogwill y Asís.
Éste venía de tener un gran éxito con su novela "Flores robadas...". Fogwill aún no había publicado nada. Una
tarde le dijo a Asís "En poco tiempo más voy a escribir mejor que
vos..." Después pasó a contar una de sus aventuras con el Siam Di Tella,
en el que acostumbraba circular sin papeles, cruzando la ciudad peligrosa, en
medio de la dictadura. Fogwill era un poco inconsciente.
Éramos todos un poco inconscientes. Nos reuníamos para
hablar de literatura, de arte, de amores y de política. No sólo nos rodeaban
los mozos, que escuchaban atentamente nuestras discusiones. También nos rodeaba
la muerte.
Nuestra supuesta impunidad - creíamos- provenía de ser
periodistas de medios prestigiosos. El tiempo, y las revelaciones posteriores,
demostraron nuestra profunda ingenuidad.
Todos teníamos nuestra historia.
Fogwill me contó que su mujer era hija del francés Molinier,
interlocutor de Trotsky durante su exilio en la isla de Prinkipo; también que él
fue militante durante mucho tiempo y que en algún lugar controvertido, seguía
siendo trotskista. Cuando discutíamos de política, intentaba corregirme hasta
el Programa de Transición.
Por momentos estaba muy cerca del cinismo. Lo salvaba de esa
caída definitiva, su desesperación por la vida. No sólo confesaba esnifarse a
fondo, sino que su desmesura - como todo en él - era profundamente genuina.
Absorbía lo que se le acercaba. Como buen Fogwill, que en inglés significa
"deseo en la niebla".
La fraternidad de esas reuniones de los sábados a la tarde
derivaba, quizás, de nuestras respectivas soledades. ¿Adónde íbamos? Asistíamos
juntos a la irrefrenable descomposición de la dictadura. Cada uno a su manera.
Creo que lo que inconscientemente nos unía, era lo que en
Muñoz estaba claro: la fuerza de la poesía. El primer libro de Asís fue de
poemas. Manzur la ejercía desde la
adolescencia. Fogwill escribía poemas por computadora. Yo, en un cuaderno.
A pesar del descreimiento general de Fogwill, el escepticismo
más alto en el grupo era el de Asís. Los
demás estábamos en otro plano. Manzur
esperaba, tenazmente, el éxito de su próximo libro. Muñoz vivía
sumergido en su nube de palabras. Yo, aferrado a tirar abajo a la dictadura,
militando.
Todos logramos lo que nos propusimos.
Asís fue capaz de reflejar esa época y, en parte, a nosotros,
en su demoledor "Diario de la Argentina". Manzur alumbró el magnífico
libro de cuentos "Riesgos nocturnos". Muñoz creció, publicando "Ocupación
de la palabra". Vivíamos juntos, haciendo, en medio de la caída del
régimen de los asesinos.
Mientras la dictadura se desintegraba, Fogwill escribió su
extraordinaria obra sobre la guerra de Malvinas, "Los pichiciegos".
La escribió en tiempo real, cuando todavía no se sabía lo que pasaba.
Él ya lo
había visto por completo.
Allí fue cuando se convirtió en Fogwill.
Luego de la dictadura, dejamos de reunirnos en el Petit
Colon. Nuestro lazo se desató, agotada su fuerza, nacida de la necesidad de
acompañarnos mutuamente durante la noche de la barbarie.
Deseo en la niebla, diría Fogwill.
Juan Carlos Capurro
Que cinematográfico.
ResponderEliminarUn placer